Si hay algo que nunca ha faltado en la historia de la humanidad, son los dictadores con ínfulas de semidioses, capaces de verse en el espejo y descubrir en él no un mortal común, sino una suerte de deidad tropical con carnet de tirano vitalicio. Y junto a ellos, inseparables como la sombra al mediodía, pululan las teorías de conspiración tan descabelladas que, de tan absurdas, se vuelven irresistiblemente fascinantes. En este peculiar cruce de caminos aparece François Duvalier, alias “Papa Doc”, un médico que cambió el estetoscopio por el machete, la bata blanca por un uniforme de tinte casi místico y que terminó convirtiendo Haití en un experimento sociopolítico digno de una novela de realismo mágico… pero sin pizca de magia, salvo por el vudú.
El insólito vínculo entre François Duvalier, el vudú y JFK
Ahora bien, entre todas las locuras, delirios y desmanes de su régimen —que no fueron pocos ni discretos—, existe una historia que brilla con luz propia, como un fuego fatuo en medio de un cementerio caribeño: su supuesta implicación en la muerte de John F. Kennedy mediante—agárrense bien a la silla—un ritual vudú.
Sí, lo que se dice un magnicidio a distancia, ejecutado sin balas, sin la colaboración de mafias italoamericanas ni la complicidad de la CIA, y sin necesidad de esconder un francotirador en medio de Dallas. Solo un dictador caribeño convencido de su propio poder sobrenatural, unos cuantos polvos mágicos bien soplados, la bendición de los espíritus ancestrales y una coreografía ritual que pretendía tumbar, desde el Caribe, al mismísimo líder del mundo libre.

¿Ridículo? Todo indica que sí. ¿Maravillosamente fascinante? Sin la menor duda.
François Duvalier: médico, dictador y supuesto brujo supremo
Para entender cómo alguien llega a proclamarse el autor intelectual de uno de los asesinatos más analizados del siglo XX sin mover un solo dedo (al menos físicamente), hay que retroceder a la Haití de mediados del siglo XX, un país convulso, sacudido por dictaduras, golpes de Estado y una pobreza crónica que parecía enquistada en sus calles polvorientas. Era un escenario perfecto para que apareciera un personaje dispuesto a transformar la desesperación colectiva en un laboratorio personal de poder absoluto, superstición y manipulación psicológica a gran escala.
François Duvalier, nacido en 1907, no parecía, en principio, destinado a convertirse en un tirano con aspiraciones de brujo supremo. Al contrario, su periplo universitario lo pintaba como un profesional respetable: estudió Medicina en la Universidad de Haití y llegó a especializarse en salud pública, participando en campañas contra enfermedades como la malaria o la fiebre tifoidea.
En 1957, tras una carrera política tejida con populismo y promesas de estabilidad en un país sumido en décadas de golpes militares y caos institucional, ganó las elecciones presidenciales. Lo que nadie imaginó fue que esa estabilidad se traduciría en represión brutal, persecución a opositores, un control férreo de los medios y una reinterpretación bastante creativa del vudú como herramienta de gobierno y como espectáculo de manipulación colectiva.
François Duvalier, el vudú y JFK en el ranking de lo extravagante
Duvalier no solo gobernó, sino que se erigió en una figura mística, una especie de enviado directo de los loas (espíritus del vudú), al que atribuía poderes más allá de lo terrenal. Para blindar su aura sobrenatural se rodeó de los temidos Tonton Macoute, su milicia paramilitar personal, que más que policías parecían espectros salidos de una pesadilla tropical: hombres vestidos de manera irregular, casi siempre con gafas de sol, sombreros de ala ancha y machetes, que patrullaban las calles con salvajismo medieval.

Y lo más importante: cultivó con disciplina la imagen de ser inmortal, invulnerable y con la capacidad de matar a sus enemigos únicamente con la mente, lo cual era un recurso propagandístico mucho más barato que mantener arsenales llenos de balas.
Vudú, François Duvalier y JFK: la conspiración imposible
Así, cuando el mundo entero quedó conmocionado por el asesinato de John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963, Papa Doc no dejó escapar la oportunidad de colocarse en el centro de la escena.
¿Cómo lo hizo?
Con una afirmación que, en el ranking de frases dictatoriales absurdas, se ganó un puesto privilegiado en el podio de la demencia política:
“Fui yo quien mató a Kennedy con el poder del vudú”.
El asesinato de JFK según Papa Doc
La versión oficial del asesinato de Kennedy es de sobra conocida y ha sido diseccionada hasta la saciedad. Lee Harvey Oswald, el eterno sospechoso; la teoría de la bala mágica; la Comisión Warren con sus páginas y páginas de burocracia; y un abanico de teorías alternativas que incluyen a la mafia, a la CIA, a Fidel Castro e incluso a visitantes interplanetarios.
Pero para Duvalier, todo aquello era paja: según él, la verdad radicaba en que su magia negra había fulminado al presidente estadounidense desde la distancia, con la precisión de un francotirador espiritual instalado cómodamente en Puerto Príncipe.
Su razonamiento (si se le puede conceder tal categoría) partía de una lógica muy básica: Kennedy, con su política exterior intervencionista, era un obstáculo para su régimen. La Casa Blanca observaba con lupa y con indignación la manera en que Papa Doc manejaba Haití como su feudo personal, con prácticas represivas y un desprecio absoluto por los derechos humanos. De hecho, la administración de JFK llegó a suspender la ayuda económica a Haití, un golpe durísimo para las finanzas de la dictadura y, sobre todo, para la imagen de invulnerabilidad que Duvalier cultivaba con tanto esmero.
Y como buen dictador caribeño con exceso de ego, decidió que no iba a responder con diplomacia ni con sutilezas.
François Duvalier, el vudú y JFK mezclados en la misma coctelera
En lugar de recurrir a métodos convencionales como el envenenamiento selectivo, el golpe de Estado de manual o el clásico «accidente de tráfico» oportunamente provocado, Papa Doc aseguró que la mejor manera de resolver el problema era mediante el vudú. Según su propio relato, organizó un ritual en el que utilizó figuras de cera y alfileres, recitando cánticos en creole mientras pedía a los loas que debilitaran a Kennedy y lo dejaran a merced de la fatalidad.
En otras palabras, no hicieron falta ni Oswald, ni mafia italiana, ni la CIA: bastaron un dictador haitiano convencido de su divinidad, una muñeca claveteada y un puñado de cánticos rituales.
Lo más sorprendente del asunto es que esta afirmación no quedó como un chisme contado en privado entre tragos de ron, sino que Duvalier la incorporó con total naturalidad a su propaganda oficial. En el universo paralelo que construyó, su conexión con los espíritus le confería el poder de decidir la vida y la muerte de líderes mundiales.
No solo era un dictador local: se proclamaba, además, un intermediario autorizado por los loas para ejercer una especie de jurisdicción sobrenatural a escala internacional.
¿Alguien se tomó en serio la historia?
En el mundo real, por supuesto, nadie en Washington creyó ni por un segundo que un brujo haitiano había derribado a Kennedy a distancia. Los informes de inteligencia norteamericanos, acostumbrados a lidiar con disparates de todo tipo durante la Guerra Fría, registraron el comentario, lo clasificaron como propaganda delirante y siguieron adelante con sus vidas.
Pero en Haití la recepción fue muy diferente. Allí, una población aterrorizada, adoctrinada y sometida a la constante presión de los Tonton Macoute no tenía más remedio que asentir, hacer como que creía o, simplemente, no arriesgarse a dudar públicamente de que su presidente tuviera acceso a fuerzas sobrenaturales capaces de decidir el destino del planeta.
Este tipo de relatos reforzaban su imagen de líder intocable y omnipotente. Si podía matar al presidente de la nación más poderosa del mundo sin siquiera levantarse de la silla, ¿qué no podría hacerle a un simple campesino haitiano que se atreviera a desafiarlo o a murmurar en su contra en el mercado?
El mensaje era claro y escalofriante: el miedo debía operar tanto en el plano terrenal como en el espiritual.
El legado de Duvalier: magia negra, represión y un país en ruinas
François Duvalier murió en 1971 sin que ningún espíritu le concediera la inmortalidad que tanto predicaba. El fin de su reinado no llegó por una rebelión ni por la intervención de potencias extranjeras, sino simplemente por la biología que ni el vudú pudo alterar. Le sucedió su hijo, Jean-Claude «Baby Doc» Duvalier, quien continuó con la dictadura, aunque con menos teatralidad mística y con más inclinación hacia el lujo, el derroche y los excesos propios de una élite desconectada de la miseria de su pueblo.
Y si algo dejó claro la historia de Duvalier es que el poder no siempre se sostiene sólo con armas, cárceles y milicias sanguinarias. También se perpetúa mediante la capacidad de convencer a un pueblo de que su líder es algo más que humano: un tirano con línea directa con el más allá, un médico devenido en brujo, un político transformado en espectro.
Y en el caso de Papa Doc, un dictador que se vanagloriaba de haber despachado a Kennedy con alfileres y conjuros, sin despeinarse ni quitarse el sombrero, convencido de que el miedo es más eficaz cuando se sirve con un toque de magia negra.
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Considerada la primera biografía autorizada y pormenorizada del régimen de Duvalier. Examina en detalle su ascenso al poder, el culto al vudú, la represión y su personalidad mesiánica.
- Diederich, Bernard(Autor)
Fuentes: Listín Diario – La Nación – Wikipedia
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
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