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El indestructible Michael Malloy: el hombre que se negó a morir (y casi arruina a sus asesinos)

Hay individuos que parecen tener un pacto con la muerte, una cláusula secreta en el contrato vital que les otorga inmunidad ante todo intento de tragedia. Y luego, destacando sobre el resto, está Michael Malloy, que no firmó un contrato: directamente se fumó las cláusulas, se bebió el anexo, y se limpió la boca con el epitafio.

En los años treinta, mientras Estados Unidos hacía malabares con la Gran Depresión y la Ley Seca, un irlandés sin techo se convirtió, sin pretenderlo, en leyenda urbana, mártir de los seguros de vida y azote de criminales mediocres.

Una inversión mortal… sobre el papel

En 1932, un grupo de neoyorquinos con más codicia que luces —Tony Marino, Joseph Murphy, Francis Pasqua y el taxista Hershey Green— tuvo una idea brillante como el betún: contratar seguros de vida falsos a nombre de un vagabundo y matarlo discretamente. Así, con la complicidad de la ginebra y la miseria, pensaban cobrar hasta 3.500 dólares (el equivalente a unos 70.000 actuales). El elegido para este crowdfunding homicida fue Michael Malloy, un tipo con pasado de bombero, presente alcohólico y futuro supuestamente breve.

Lo que siguió fue un episodio largo y delirante de intentos fallidos, creatividad tóxica y una resistencia biológica digna de estudio científico. Malloy no era un simple borracho: era el jefe final de un videojuego de crímenes mal ejecutados.

Una barra libre con vocación letal

Todo empezó en el bar de Marino, quien le ofreció a Malloy lo que cualquier bebedor empedernido consideraría el paraíso en la Tierra: barra libre, sin límite, sin factura, sin preguntas. El plan era que muriese por intoxicación etílica. Un clásico. Pero Iron Mike —como lo apodarían más tarde— no se rendía con facilidad. Bebía sin freno, sí, pero no moría. Simplemente se dormía, roncaba un poco y vuelta a empezar. Una ruina en cuentas no pagadas.

Los cómplices, cada vez más desesperados y más pobres, pasaron del alcohol al catálogo de productos letales de droguería.

Cosecha tóxica del año

Empezaron a «condimentar» sus copas: anticongelante, trementina, veneno para ratas, linimento para caballos… todo lo que uno no debería beber, Mike lo bebía. Y pedía otra ronda. Como postre, sándwiches de sardinas podridas con virutas de cuchilla. A Malloy, ni un retortijón.

Le dieron ostras en mal estado bañadas en alcohol de quemar. El irlandés, lejos de desplomarse, repitió plato. Era como ver a unTerminator inmune a todo tipo de ponzoña.

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Michael Malloy

Frío extremo y atropello: tampoco

Al borde del colapso financiero, los asesinos decidieron cambiar de estrategia: lo empaparon y lo dejaron tirado en un parque helado a -26ºC. Al día siguiente, apareció por el bar con un resfriado y cara de «¿qué hay de lo mío?»

Último recurso: Hershey Green, el taxista, le atropelló a toda velocidad. Malloy acabó hospitalizado con el cráneo abierto… pero no muerto. A las tres semanas, estaba de vuelta en el bar. Pedía otra. Y otra.

El golpe final, por eliminación

El 22 de febrero de 1933, tras meses de torturas dignas de cómic negro, lograron su cometido. Le emborracharon, le pusieron una manguera en la boca mientras dormía y abrieron el gas. Michael Malloy murió, ahora sí, como un mártir involuntario de la torpeza ajena.

Los criminales, henchidos de éxito tardío, no pudieron evitar contarlo a medio Bronx. La policía investigó, la verdad emergió y el grupo acabó en la cárcel. Uno fue condenado a cadena perpetua. Tres murieron electrocutados.

Malloy, antihéroe inmortal

No dejó testamento, ni discursos célebres. Solo una historia real que parece escrita por Charles Bukowski, un hombre cuya capacidad para no morirse rozó lo paranormal y cuya leyenda sigue viva en los márgenes de la historia oficial.

Michael Malloy: el único tipo que convirtió su propio asesinato en una tragicomedia de resistencia biológica.


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Editado en abril de 2025, esta obra de Simon Read despliega con detalle periodístico la cadena de asesinatos fallidos y siniestros intentos de homicidio contra Malloy durante la era de la Ley Seca en Nueva York. Basado en informes policiales, registros judiciales y prensa amarilla de la época, relata el intento de asesinato por múltiples medios: alcohol envenenado, anticongelante, sardinas con cristales…

Fuentes:

Smithsonian MagazineAll That’s InterestingNew York Daily News

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