“Hecha la ley, hecha la trampa. Y si no hay ley, no hay trampa. Lo que hay es espacio. Mucho espacio.”
En el vasto catálogo de genialidades humanas que se pasean por el borde del absurdo con una elegancia que roza el arte, hay una historia que brilla más que el propio satélite que nos alumbra las noches. Es la aventura de Jenaro Gajardo Vera, un chileno que, armado únicamente con una pluma, un sello notarial y una imaginación jurídica del tamaño del sistema solar, se convirtió —al menos sobre el papel— en el propietario legal de la Luna.
Ni cohetes, ni astronautas, ni telescopios de la NASA: bastó con un poco de burocracia, un necesario toque de humor y una saludable dosis de poesía.
Un abogado con alma de poeta y mirada astronómica
Jenaro Gajardo Vera nació en 1919, en Constitución (Chile), en el seno de una familia tan numerosa como paciente: fue el sexto de diez hermanos, lo que ya explicaría cierta inclinación a destacar. Hijo de médico, optó por estudiar Lengua Castellana, quizá buscando refugio en las palabras antes de enfrentarse al universo del Derecho.
Con los estudios terminados, se instaló en Talca, una apacible ciudad del sur chileno donde ejerció como abogado. Pero su espíritu soñador no tardó en mirar más allá de las fronteras terrestres. Allí fundó la Sociedad Telescópica Interplanetaria, una institución cuya misión —tan seria como extravagante— era “formar un comité de recepción para los primeros visitantes extraterrestres”.

Y es que, en 1954, esa mezcla explosiva de legalismo creativo y humor poético lo llevó a protagonizar una de las escenas más inverosímiles y deliciosamente absurdas del siglo XX: presentar ante notario una reclamación formal de propiedad sobre la Luna.
Un acto que, visto desde hoy, parece una sátira del papeleo humano, pero que en su momento fue tan válido como registrar un huerto… salvo por el detalle de que su terreno estaba a 384.400 kilómetros de distancia.
¿Cómo se compra la Luna?
La epopeya lunar de Gajardo comenzó, paradójicamente, por una cuestión de lo más terrenal. Según cuentan las crónicas locales, nuestro protagonista quiso ingresar en un distinguido club social de Talca, pero fue rechazado por no poseer bienes raíces. Puro clasismo de manual. Cualquier otro habría aceptado el desaire o, en un arrebato de pragmatismo, habría comprado un pequeño terreno en las afueras. Pero Jenaro no era “cualquier otro”. Donde otros veían humillación, él vio oportunidad. Y no apuntó bajo: decidió convertirse en propietario de la Luna entera.
Así que, ni corto ni perezoso, acudió al Conservador de Bienes Raíces para preguntar cómo se registraba una propiedad sin dueño aparente. Le explicaron, con la naturalidad de quien atiende una consulta rutinaria, que debía publicar su reclamación tres días seguidos en un periódico local y esperar. Si nadie la impugnaba, el bien quedaría registrado a su nombre.
Gajardo cumplió el trámite al pie de la letra. Mandó publicar su anuncio y aguardó con la calma de un visionario que sabe que está haciendo historia. Pasaron los tres días. Nadie dijo nada. Ni la NASA, ni la Unión Soviética, ni toros enamorados bajo su resplandor. Ni una sola objeción. El silencio administrativo más hermoso de la historia: la Luna acababa de tener dueño, y era chileno.
El documento notarial, digno de una antología del surrealismo legal, rezaba lo siguiente:
“Jenaro Gajardo Vera, abogado, poeta, es dueño desde antes del año 1857, uniendo su posesión a la de sus antecesores del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475,99 kilómetros, denominado Luna, y cuyos deslindes por ser esferoidal son: Norte, Sur, oriente y poniente: espacio sideral.”
Así, con toda la seriedad que permite un lenguaje florido y geométricamente poético, se convirtió en el primer terrícola que hizo de la Luna un bien raíz. Y todo ello sin necesidad de traje espacial.

Declaración de bienes y otros líos con Hacienda lunar
Como era de esperar, semejante proeza notarial no tardó en generar situaciones tan absurdas como memorables. En cierta ocasión, el Servicio de Impuestos Internos de Chile se presentó ante Gajardo exigiendo que incluyera su flamante propiedad lunar en la declaración de bienes. Pero el poeta-abogado, con su habitual flema interplanetaria, les invitó amablemente a subir a la Luna para hacer la tasación en persona. Desde luego, una réplica imposible de aplicar en la declaración de la renta corriente.

Con el tiempo, empezaron a circular anécdotas que rozaban lo mitológico. Una de las más célebres asegura que Richard Nixon, en plena fiebre del programa Apollo, habría enviado una carta oficial solicitando permiso a Gajardo para que Armstrong, Aldrin y Collins pudieran aterrizar en su propiedad privada. Por supuesto, la historia tiene el mismo fundamento que un ovni en la playa de Vigo: ninguno.
Dennis Hope, el agente inmobiliario del más allá
El legado del chileno no cayó en el olvido. Años después, en 1980, un estadounidense de espíritu emprendedor llamado Dennis Hope decidió seguir sus pasos, aunque con un propósito menos poético y bastante más rentable. Se autoproclamó dueño de la Luna y fundó la empresa Lunar Embassy, desde la cual comenzó a vender parcelas lunares al por menor. Y lo sorprendente no fue el disparate, sino el éxito: miles de personas compraron sus títulos, entre ellos algún expresidente, varios actores de Hollywood y un buen puñado de terrícolas deseosos de tener vistas a la Vía Láctea desde su “propiedad”.
Hope se amparó en una interpretación más que creativa del derecho internacional. Pero, claro, ¿quién puede resistirse a un título de propiedad adornado con coordenadas ficticias y un sello dorado que certifica tu trozo personal de cráter? El marketing espacial tiene su encanto: vende sueños, brilla con la luz reflejada de la Luna y, sobre todo, no necesita mantenimiento…
Todo este asunto del señor Hope lo estudiaremos detalladamente en el próximo artículo.
El Tratado del Espacio Exterior: abogados mirando al cielo
Con tanto entusiasmo inmobiliario, era inevitable que la comunidad internacional pusiera orden. Así nació en 1967 el Tratado del Espacio Exterior, una joya del derecho cósmico con más lógica que poesía. Firmado por más de 100 países, este tratado establece, entre otras cosas:
- Que ningún Estado puede reclamar soberanía sobre la Luna ni ningún otro cuerpo celeste.
- Que el espacio exterior debe ser utilizado únicamente para fines pacíficos.
- Que está prohibido instalar armas nucleares en órbita o en cuerpos celestes.
- Que los Estados son responsables de todas las actividades espaciales llevadas a cabo por entidades privadas dentro de sus jurisdicciones.
- Que debe evitarse la contaminación del espacio y de otros planetas.
Este tratado vino a poner fin, al menos legalmente, a las aspiraciones expansionistas de los terrícolas con ínfulas astrales. A pesar de ello, sigue habiendo quienes venden parcelas de Marte, la Luna o Titán, amparados en la ambigüedad y en la credulidad de ciertos compradores.
La Luna, el notario y la poesía
Lo realmente cautivador del caso de Jenaro Gajardo no es —seamos sinceros— la validez jurídica de su hazaña, hoy tan frágil como un castillo de arena en medio de un vendaval de tratados internacionales. Lo que lo hace inolvidable es su carga simbólica, su mezcla de humor, desafío y lirismo administrativo. Para Gajardo, la Luna no era una inversión ni un capricho inmobiliario: era una metáfora brillante, una burla elegante al formalismo social y, al mismo tiempo, una oda al derecho universal a soñar con papeles en regla.
Su acto no buscaba enriquecerse, sino demostrar lo ridículo de las normas cuando se aplican sin imaginación. Fue un gesto poético disfrazado de trámite legal, un recordatorio de que el ingenio puede burlar la solemnidad más rancia con un simple sello y media sonrisa.
Porque, al fin y al cabo, Jenaro Gajardo Vera logró lo que millones de terrícolas solo han intentado con canciones, poemas o telescopios: apropiarse de un pedazo de Luna.
Y lo hizo sin traje espacial, sin bandera, sin cohetes… solo con un notario, una pluma y la certeza de que a veces, para alcanzar lo imposible, basta con rellenar el formulario adecuado.
Entrevista a Jenaro Gajardo:
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Fuentes consultadas
- Departamento de Derechos Intelectuales (DIBAM). (s.f.). Historia de Jenaro Gajardo Vera, el poeta chileno «dueño de la luna». https://www.propiedadintelectual.gob.cl/historia-de-jenaro-gajardo-vera-el-poeta-chileno-dueno-de-la-luna
- Radio Bío-Bío. (2023, 18 de septiembre). ¿Es verdad que un chileno inscribió la Luna y luego la «heredó» a Chile? https://www.biobiochile.cl/noticias/sociedad/curiosidades/2023/09/18/es-verdad-que-un-chileno-inscribio-la-luna-y-luego-la-heredo-a-chile.shtml
- Muy Interesante. (2023, 28 de noviembre). La increíble historia del chileno que se convirtió en el propietario de la Luna. https://www.muyinteresante.com/ciencia/62374.html
- Pantaleoni, A. (2001, 12 de diciembre). Un vecino de Nevada vende por Internet terrenos en la Luna. El País (CiberPaís). https://elpais.com/diario/2001/12/13/ciberpais/1008211229_850215.html
- Boletín Oficial del Estado (BOE). (1969). Tratado sobre los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes. https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-1969-151
- United Nations Office for Outer Space Affairs (UNOOSA). (s.f.). Tratados y principios relativos al espacio ultraterrestre (ST/SPACE/11). https://www.unoosa.org/pdf/publications/STSPACE11S.pdf
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