En el principio fue el verbo, sí, pero luego llegó el vinilo… y el verbo se calló. Literalmente. Porque hubo un momento gloriosamente delirante en la historia de la música grabada en que el silencio, ese eterno secundario de la existencia humana, se convirtió en el protagonista absoluto de un disco. No hablamos de intros silenciosas, ni de efectos dramáticos antes del estribillo. Hablamos de discos enteros de silencio. Ni un solo acorde, ni una tos del batería, ni siquiera el chirrido del cable mal enchufado. Nada. Silencio. Plano.
Pero para entender esta fiebre silenciosa, este punk sin decibelios, hay que remontarse a una figura que, según algunos, fue un visionario, y según otros, simplemente un bromista con complejo de monje zen: John Cage.
John Cage: el gurú del mute
En 1952, Cage sacó del horno conceptual su obra más famosa: 4’33”, una pieza en tres movimientos donde el intérprete no toca ni una sola nota. El tiempo estipulado, cuatro minutos y treinta y tres segundos, se consume en puro mutismo. O más bien, en lo que ocurre cuando nada ocurre: el crujido de una butaca, un suspiro nervioso, el eco de un móvil que nadie apagó porque pensó “bah, es música contemporánea, ni se va a notar”.
La idea era clara (o pretendía serlo): el silencio no existe. Siempre hay sonido, aunque sea el del propio cuerpo aguantando la risa o la impaciencia del vecino rascándose la pierna. Cage convirtió el ruido ambiente en partitura y al público en intérprete involuntario.
Y mientras la crítica debatía sobre este nuevo concepto, el mundo del disco tomaba nota, afilando las agujas del negocio.
The Wit and Wisdom of Ronald Reagan: el LP que calla más que habla
En 1980, los chiflados del sello Stiff Records decidieron seguir el ejemplo de Cage… pero a su manera. El resultado fue un disco titulado The Wit and Wisdom of Ronald Reagan. La traducción podría ser “La agudeza y sabiduría de Ronald Reagan”, aunque podría haberse llamado Todo lo que usted necesita saber sobre el presidente… y no escuchar.
En las dos caras del disco: veinte minutos de silencio. Puro. Impecable. Un vacío sonoro como un páramo republicano. La portada mostraba al propio Reagan en todo su esplendor, probablemente sin saber que acababa de ser convertido en el protagonista de una sátira sonora que dejaba en ridículo cualquier discurso suyo sin decir una palabra.
Lo mejor, sin duda, fue el lema promocional del sello:
«Si llega a venderse, será mágico».
Y, oh sorpresa, se vendió. Y mucho. Hasta 30.000 copias salieron volando de las estanterías. No está mal para un producto que básicamente ofrecía lo mismo que una pista mal grabada por error. Pero el contexto era perfecto: una sociedad desencantada, un presidente de pasado hollywoodiense y un sello que no tenía miedo de apretar el botón de “publíquese” sin filtro ni vergüenza.

El silencio como arma cultural (o broma elaborada)
El disco de Reagan no fue un accidente, ni una excentricidad sin precedentes. Fue, más bien, una declaración de intenciones. Una patada suave pero firme al establishment, envuelta en vinilo y sarcasmo.
Otros intentaron seguir la senda del mute con distinta fortuna:
- En 1986, Afrika Bambaataa incluyó una pista completamente silenciosa en su álbum Beware (The Funk is Everywhere). No era tanto una crítica política como un truco estilístico. Una pausa estratégica. Un “aquí no ha pasado nada” al estilo del funk más cósmico.
- Incluso The Beatles, en su etapa psicodélica, jugaron con el concepto. En She’s Leaving Home, del mítico Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, introdujeron un largo espacio final aparentemente mudo. Pero en realidad, escondía sonidos de alta frecuencia, audibles sólo para perros. Sí, perros.
¿Es esto música o simplemente una tomadura de pelo?
La eterna pregunta: ¿puede considerarse arte algo que no emite sonido? ¿Puede el silencio ocupar una pista en un disco y merecer un número de catálogo? Para los puristas, la respuesta puede estar cargada de escepticismo y cejas enarcadas. Pero para el resto, esa parte de la humanidad que se toma las cosas con un punto de humor ácido, la respuesta es clara: sí, y además debería ser doble platino.
Según estos, el silencio, bien manejado, tiene más fuerza que cualquier grito. Y en estos ejemplos, se convierte en crítica, en sátira, en espejo deformante de una sociedad saturada de ruido vacío. Una especie de arte conceptual para oyentes que prefieren pensar a que les den todo masticado por un autotune.
Magic Records, Stiff Records y la magia de la nada
Cabe mencionar, para los despistados, que Magic Records no era el sello real que lanzó The Wit and Wisdom of Ronald Reagan. Fue una confusión, quizás un apodo irónico. El verdadero sello fue Stiff Records, los mismos que en su día dijeron cosas como If It Ain’t Stiff, It Ain’t Worth a F***, y que lanzaron artistas como Elvis Costello o Ian Dury. El sello se especializaba en lo irreverente, en lo provocador, y sobre todo, en reírse del sistema… con estilo.
Por tanto, que un sello así decidiera lanzar un álbum mudo no fue un desliz ni un error de producción. Fue un gesto artístico cargado de sátira política. Un comentario afilado sobre el contenido (o la ausencia de él) en los discursos de un presidente convertido en icono mediático.
La ironía vende, y el silencio también
Lo que resulta fascinante —y por momentos enternecedor— es que 30.000 personas decidieran comprar un disco sabiendo que no contenía nada. Ni una palabra. Ni una nota. Solo silencio prensado. Un acto de consumo cargado de humor, de crítica, o simplemente de curiosidad.
Tal vez fue un acto de rebeldía cultural. Tal vez fue una moda. Tal vez fue el mejor gag sonoro de la historia reciente. Sea como sea, el resultado fue real: un disco mudo, vendido como pan caliente. Y todo, porque alguien tuvo la genialidad —o la desvergüenza— de preguntarse: “¿y si hacemos un disco que no diga nada, como el presidente?”
Silencios posteriores: eco de Cage en el siglo XXI
Desde entonces, el eco de Cage y de Stiff Records ha reverberado en el arte sonoro contemporáneo. Desde piezas conceptuales en museos de arte moderno hasta aplicaciones móviles que venden “momentos de silencio premium” —sí, existen—, la idea de que lo que no suena también comunica sigue vigente.
El silencio no solo es parte de la música; en ocasiones, es la música. Y como ya demostraron aquellos 30.000 compradores en los años 80, el arte también puede estar hecho de nada, siempre que esa nada tenga intención, contexto… y un título que suene a broma privada.
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Fuentes: Discogs – Wikipedia
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