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El día en que la nobleza hizo un oscuro viaje hacia abajo

El día en que la nobleza se hundió (literalmente)

El 26 de julio de 1184 no fue la fecha favorita de la carpintería medieval: Enrique —hijo de Federico Barbarroja y futuro emperador— había convocado en Erfurt una asamblea que prometía diplomacia y ceremonias, y acabó proporcionando tragedia y un aroma penosamente persistente.

La Hoftag, esa sesión cortesana con pretensiones solemnes, se celebró en un edificio con más historia que garantías; un piso superior repleto de gente —condes, vasallos, prelados y corte— y un suelo que, agotado por el tiempo y la humedad, decidió dejar de sostener a la nobleza. Lo que debía ser una meditación sobre disputas políticas se transformó en una caída colectiva hacia la infamia: el incidente pasó a la posteridad como el derrumbe de las letrinas de Erfurt.

Escenario y logística del desastre

La reunión tuvo lugar en la rectoría vinculada al complejo de San Pedro, un inmueble de varias plantas cuya armazón de madera había sufrido el inexorable trabajo del clima y los años.

Enrique estableció su corte en el piso alto para actuar de mediador entre el arzobispo Conrado de Maguncia y Luis III de Turingia; la sala se llenó hasta los cantos, y las vigas —tan discretas como fatales— soportaron una carga para la que no estaban preparadas. La lógica estructural siguió su curso sin contemplaciones: demasiados cuerpos sobre tablas agotadas y la madera, rendida, cedió.

La caída literal y figurada: cómo sucedió

El relato más sencillo y creíble no intenta enmendar a la tristeza: el entarimado del segundo piso colapsó por exceso de peso; esa masa humana, junto con muebles y maderas, golpeó el piso inferior, que también se vino abajo y permitió el paso hacia una fosa séptica subterránea.

El efecto dominó fue vertical y pegajoso: unos cuantos se detuvieron en el primer nivel, otros atravesaron la capa intermedia y terminaron en el más siniestro fondo del agujero. Las crónicas medievales, crudas y sin florituras, relatan muertes por aplastamiento, por el desplome de vigas y por la asfixia en la inmundicia acumulada en la fosa, una manera nada poética de añadir un final espantoso al relato.

¿Cuántos murieron y quiénes fueron las víctimas?

Las cifras que han llegado no gozan de la precisión moderna: las fuentes antiguas manejan un número aproximado de sesenta muertos, aunque algunos historiadores sospechan exageración mediática propia de cronistas aficionados al drama.

Entre los nombres que sí perduran aparecen varios condes y barones —Gozmar III de Ziegenhain; Friedrich I de Abenberg; Friedrich I de Kirchberg; Heinrich de Schwarzburg; Burchard de Wartburg; Beringer I de Meldingen— junto a otros «de menos nombre», etiqueta comodín de la Edad Media para quienes no merecían mayor genealogía en la crónica. Morir por asuntos de poder era relativamente habitual; perecer en un colapso de letrina no figuraba en el manual de riesgos cortesanos.

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Los milagros prácticos: supervivientes notables

Enrique VI y el arzobispo Conrado salvaron el pellejo gracias a la ubicación: sentados en un nicho de piedra junto a una ventana, evitaron estar en la zona de impacto y se aferraron hasta que llegaron las escaleras de los rescatistas. Luis de Turingia, por su parte, sí cayó pero fue sacado con vida.

La escena de los poderosos sujetándose a la piedra mientras la mayoría se desliza hacia la inmundicia compuso, para los cronistas, una imagen irresistible: un cuadro de fragilidad del poder envuelto en barro y vigas rotas.

Interpretaciones, curiosidades y moralejas no solicitadas

El episodio se presta a lecturas múltiples: accidente estructural, fallo de la ingeniería medieval o una ironía histórica que sirve de moraleja práctica —si vas a congregar a la nobleza, revisa las vigas—.

La remembranza moderna tiende al humor macabro y al asombro ante lo grotesco: «la muerte más apestosa del medievo», dicen algunos, mezcla de repugnancia y fascinación.

Históricamente, la crónica de San Pedro, principal testigo escrito, no es neutral; selecciona, dramatiza y ofrece cifras con intención retórica, de modo que el número exacto de víctimas sigue siendo, como muchas cosas de aquella época, terreno de conjetura.


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Fuentes consultadas:

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