Jack Rackham no destacó por acumular tesoros descomunales ni por sembrar el terror en el Caribe. Su mérito, si así puede llamarse, fue otro: convertirse en el pirata más presumido de su tiempo. Pasó de contramaestre gris a capitán de escaparate, siempre con camisas vistosas, dos mujeres combativas a bordo y un destino final que desmonta cualquier intento de mitificación.
Quien repasa su vida se encuentra con poca épica y mucha desilusión: una carrera breve, golpes de suerte a cuentagotas, improvisación constante, ron abundante y una muerte expedita. Y, aun así, Calicó Jack ha acabado convertido en icono popular. Su nombre y su supuesta bandera circulan desde hace décadas con esa facilidad con la que se adhieren los mitos, aunque la documentación histórica esté llena de lagunas, errores y exageraciones posteriores.
El Caribe en su momento más turbulento
Para situar a Calicó Jack conviene observar el tablero en el que se movió. A finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, el Caribe era un rompecabezas a golpe de cañón. España dominaba buena parte de las grandes islas y extensiones continentales, mientras británicos, franceses y holandeses se alternaban en menor escala en un archipiélago plagado de colonias, ensenadas y puertos improvisados. Todo aquello olía a azúcar, pólvora y exceso de ron.
Los corsarios —piratas por contrato estatal— habían actuado durante décadas como brazo armado semioficial de distintas coronas europeas. Cuando esas patentes dejaron de renovarse, muchos quedaron en tierra de nadie: ni funcionarios del Rey ni delincuentes comunes, pero con todas las armas, habilidades y tentaciones propias del oficio. De esa mezcla surgió la llamada “Edad de Oro de la Piratería”, un periodo aproximado que abarca de 1715 a 1725 y que hoy suele evocarse con nostalgia literaria, aunque en su momento tuvo más de miseria que de romanticismo.

Las Bahamas, y en especial la isla de New Providence, funcionaban por entonces como refugio ideal para marineros renegados. Una especie de república en la que el gobernador poco pintaba y donde quienes imponían la ley respondían a nombres tan conocidos como Barbanegra, Charles Vane o Samuel Bellamy. En este ambiente entró John Rackham, aún sin florituras ni sobrenombres, dispuesto a buscarse la vida como uno más.
De simple Rackham a “Jack”: ambición sin pedigrí
Los primeros pasos de John Rackham están envueltos en sombras. Se acepta que nació en Inglaterra entre 1680 y 1685, pero los archivos no se molestaron en dejar rastro relevante. Su figura aparece por primera vez de forma clara en 1718, cuando trabajaba como contramaestre en el barco “Treasure”, bajo las órdenes de Charles Vane, un capitán tan temido por sus enemigos como odiado por sus propios hombres.
Vane combinaba una crueldad mecánica con un talento especial para gestionar mal cualquier empresa naval. Era despiadado con prisioneros y rehenes, sí, pero su pecado mayor —a ojos de su tripulación— era otro mucho más grave: repartía el botín con un criterio tan discutible que alimentaba continuas tensiones. A esta mezcla se sumaba un contexto político inestable: el rey Jorge I había enviado a Woodes Rogers a las Bahamas para imponer un cierto orden, apoyado por barcos armados y un Perdón Real para quienes renunciasen a la piratería. Muchos aceptaron, unos cuantos escaparon, y algunos, como Vane, se aferraron al crimen como si fuera una cuestión de honor.
El amotinamiento que cambió el rumbo
Vane acabó cavando su propia tumba profesional cuando, ante un buque francés que parecía demasiado bien armado, decidió retirarse a la carrera. La tripulación lo interpretó como lo que era: cobardía. Rackham aprovechó ese momento de descrédito para acusarle en público y pedir su destitución. El voto fue sumario, a gritos, con escasa liturgia pero sorprendentemente democrático: ganó Rackham. Vane y sus fieles fueron abandonados en una chalupa, y el “Treasure” pasó a manos de su contramaestre, que empezaría a ser conocido simplemente como Jack.

Todavía no se le llamaba “Calicó”, pero el personaje estaba ya en plena construcción: joven, ambicioso, amante de cierta teatralidad y bastante más temerario que prudente. El Perdón Real no le seducía en absoluto; la vida pirata le sentaba mejor que cualquier intento de reinserción.
Del calicó al mito bordado
La imagen clásica de Calicó Jack presenta a un pirata que camina por las tabernas como si fuesen pasarelas de moda. Sus camisas y calzones de calicó —un algodón estampado y barato, pero llamativo— habrían sido su sello y la razón del sobrenombre. La verdad, como suele suceder, es menos pintoresca.
En los documentos judiciales y noticias de la época se le menciona únicamente como John Rackham. El apodo de Calicó Jack no aparece por escrito hasta varias décadas después, cuando algunas obras populares sobre piratería comenzaron a adornar su figura. Pese a esto, no es descabellado pensar que Rackham prestaba atención a su ropa. En un ambiente donde el sudor, la humedad y la mugre eran parte del día a día, un capitán bien vestido destacaba con facilidad, aunque el brillo fuese más ilusión que realidad.
Asaltos menores y un tesoro maldito
Rackham no aspiraba a galeones abarrotados de plata ni a hazañas descomunales. Su estrategia era más modesta: pequeñas embarcaciones, pesqueros, mercantes poco defendidos. Un modelo de negocio simple y relativamente rentable. La excepción fue un golpe demasiado ambicioso: el abordaje del bergantín “Kingston”, cargado de bienes de comerciantes de Port Royal.
La operación fue un triunfo, pero también una sentencia de muerte en diferido. Los propietarios, heridos en su orgullo y en su bolsillo, financiaron cazadores de piratas que persiguieron a Rackham hasta la isla de Pinos, en la actual Cuba. Allí tuvo que huir monte adentro mientras otros recuperaban el trofeo recién robado.
Recuperó barco haciéndose con un balandro, el “Revenge”, sorteando guardacostas y aprovechando la confusión. Pese a ese renacer, Rackham dio un giro inesperado: solicitó el Perdón Real. Regresó a New Providence, se presentó ante Woodes Rogers, culpó a Vane de todo y pidió una segunda oportunidad. Contra todo pronóstico, el gobernador se la concedió en 1719.
Anne Bonny: dinamita en forma de mujer
Mientras esperaba que el perdón se formalizara, Rackham frecuentó tabernas donde se topó con Anne Bonny, irlandesa de carácter volcánico y fama complicada. La atracción entre ambos fue inmediata y poco discreta. El problema era que Anne estaba casada, y el adulterio se pagaba caro en aquellas colonias donde la moral pública era asunto vigilado con lupa.
Al hacerse pública la relación, la amenaza de castigo se volvió real. Rackham, sin mucho que perder, decidió fugarse con Anne. Robaron una corbeta, reunieron una tripulación improvisada y zarparon rumbo a Cuba. Allí nació un hijo al que dejaron en manos de conocidos cuando el dinero empezó a escasear. Anne, convencida por Rackham, volvió al mar disfrazada de hombre bajo el nombre de Adam Bonny, dispuesta a enfrentar la mala fortuna con sable en mano.
Mary Read: lealtades, secretos y celos
Durante los meses siguientes, la banda de Rackham retomó su rutina de pequeños asaltos. En uno de ellos apareció un joven llamado Read, que se ofreció a unirse al grupo. No era raro reclutar a prisioneros, pero sí lo fue lo que descubrieron después: Read era Mary Read, otra mujer que llevaba media vida disfrazada de hombre para sobrevivir en un mundo que no admitía mujeres en cubierta.
Anne Bonny descubrió el secreto y creó con Mary una alianza tan estrecha que despertó los recelos de Rackham. Cuando él supo la verdad, decidió mantenerla a bordo pese a toda superstición marinera. Ambas se ganaron su sitio luchando sin esconderse, espada en mano, y las crónicas aseguran que solían encabezar las refriegas mientras otros se arrastraban por cubierta buscando refugio.
La presencia simultánea de dos mujeres piratas en un mismo barco se convirtió en un fenómeno comentadísimo en tribunales y panfletos. Su fama, por sí sola, habría bastado para inmortalizar aquel navío incluso sin Rackham.
La bandera que nunca existió
Se ha extendido la idea de que Calicó Jack navegaba bajo una bandera negra con calavera y dos sables cruzados. El diseño aparece en todo tipo de objetos, desde tazas hasta carteles de cine. Se la considera una de las enseñas piratas más reconocibles, pero el archivo histórico la desmiente.
Durante el juicio contra Rackham, los testigos afirmaron que su barco enarbolaba un simple estandarte blanco. Ninguna fuente contemporánea menciona calaveras ni sables. La asociación entre Rackham y esa bandera se consolidó mucho más tarde, cuando ciertos escritores y aficionados necesitaron una imagen potente para acompañar su nombre.
Que la bandera no fuera suya no impide que otros piratas sí usaran símbolos amenazadores. Las calaveras y huesos cruzados se empleaban como arma psicológica para persuadir a los mercantes de rendirse de inmediato. En el caso de Rackham, el emblema moderno es, sobre todo, un símbolo publicitario que la repetición ha convertido en verdad aceptada.
Persecución, juicio y una horca sin glamour
Pese al perfil bajo de sus ataques, Rackham acabó llamando la atención de las autoridades de Jamaica. La captura de un barco en Nassau y algunos incidentes menores llevaron al gobernador Richard Lawes a enviar al cazador de piratas Jonathan Barnet tras su pista.
En octubre de 1720, Barnet localizó la embarcación de Rackham fondeada al oeste de Jamaica. La mayoría de la tripulación estaba borracha. Al exigirles rendición, los piratas respondieron con un único cañonazo desesperado. Barnet respondió con una descarga completa que terminó el combate en cuestión de minutos. Las únicas que ofrecieron resistencia real fueron Anne Bonny y Mary Read.
Los detenidos fueron trasladados a Spanish Town. Allí se celebró un juicio rápido: los hombres fueron condenados a la horca. Anne y Mary alegaron embarazo, lo que suspendía legalmente cualquier ejecución. La sentencia de Rackham se cumplió el 18 de noviembre de 1720 en Port Royal. Su cuerpo, embreado y colgado en una jaula a la entrada del puerto, quedó expuesto como advertencia perpetua. Aquel islote acabó recibiendo el nombre de Rackham’s Cay.
La anécdota más repetida cuenta que Anne visitó a Rackham antes de su ejecución y le soltó: “Siento verte así, Jack, pero si hubieras luchado como un hombre, no estarías colgado como un perro”. No hay prueba incontestable de que lo dijera, pero la frase encaja demasiado bien con el carácter de ambos.
Entre la historia y la leyenda: los destinos de Anne y Mary
Tras la muerte de Rackham, la atención se centró en Anne Bonny y Mary Read. Ambas fueron declaradas culpables, aunque su embarazo pospuso la horca. El rastro de Mary es más claro: murió en prisión en 1721, probablemente por complicaciones derivadas del parto. De Anne Bonny, en cambio, apenas existen datos fiables. Varias versiones aseguran que regresó a Carolina del Sur, vivió bajo otra identidad y murió anciana, pero nada de eso puede confirmarse.
La historia los recuerda como un trío singular: un capitán de discreto talento acompañado de dos mujeres que rompieron todas las normas del mar. La paradoja es que, de los tres, el menos brillante fue el que terminó dando nombre a la saga.
De pirata mediocre a icono moderno
Si se comparan cifras y resultados, Rackham fue un pirata menor. Su carrera fue corta, sus botines modestos y su final, poco memorable. Sin embargo, una obra literaria del siglo XVIII elevó a varios piratas reales a la categoría de personajes novelescos, y Jack Rackham quedó incluido en ese panteón improvisado.
Más tarde, el cine y la cultura popular alimentaron su figura, especialmente a través de adaptaciones que mezclaron realidad y fantasía con total libertad. Se ha sugerido que ciertos personajes cinematográficos, más preocupados por su estética que por la eficacia, debieron algo a ese capitán amante del calicó y del postureo antes de que existiera la palabra.
Hoy su imagen se vende en forma de bandera, su nombre circula con ligereza y su vida se resume en frases cortas diseñadas para camisetas. La ironía es evidente: un pirata que robó poco y vivió menos de lo esperado ha terminado como símbolo vistoso de un mundo que fue, ante todo, brutal, incómodo y muy poco romántico. La documentación lo dibuja como un delincuente con debilidad por las telas estampadas; la memoria colectiva, como el pirata más elegante del Caribe. Entre una versión y otra, cada cual elige la que más le entretiene.
Vídeo: “John Rackham – The Worst Pirate I’ve Ever Heard Of”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Jack Rackham. Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Jack_Rackham
- EcuRed. (s. f.). John Rackham. EcuRed. https://www.ecured.cu/John_Rackham
- Wikipedia. (2025, 27 agosto). Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas. Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_general_de_los_robos_y_asesinatos_de_los_m%C3%A1s_famosos_piratas
- Muñiz, F. (2025, 22 marzo). Cuando los toros salvaron a la Jamaica española de una invasión inglesa. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/toros-jamaica/
- García Cabrera, A. (2017, 13 noviembre). Anne Bonny y Mary Read. Culpables de piratería… ¿nosotras? Archivos de la Historia. https://archivoshistoria.com/anne-bonny-y-mary-read-culpables-de-pirateria-nosotras/
- Álvarez Díaz, C. (2019, 20 febrero). Mujeres piratas: Anne Bonny y Mary Read. Revista de Historia. https://revistadehistoria.es/mujeres-piratas-anne-bonny-y-mary-read/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






