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Los Rojas y el baptisterio que no era: historia doméstica de Josefina, Miguel y Encarnita

El hallazgo y la familia que no sabía que tenía un tesoro

A comienzos del siglo XX, cuando el calendario todavía marcaba días de campo y surcos de arado, un labrador dio con algo que no figuraba en ninguna libreta de faenas. Francisco Serrano —abuelo de quienes años después serían conocidos como los hermanos Rojas— golpeó con la azada una irregularidad del terreno. Allí, en su finca de Las Gabias, asomaba una entrada subterránea que, sin pretenderlo, iba a cambiar la rutina familiar durante generaciones. A la prensa local le faltó tiempo para vestir el hallazgo con toga, y los arqueólogos de la época, sin demasiadas contemplaciones, lo encuadraron como estructura romana. Con los años, y algo de imaginación popular, terminó rebautizado como “baptisterio romano”.

baptisterio de Las Gabias

Ese legado improvisado pasó después a manos de Josefina, Miguel y Encarnita. No heredaron solo una propiedad: recibieron la llave —literal y simbólica— de un pedazo de pasado que acabaron vigilando con disciplina de porteros de museo, aunque sin titulación. Abrían, cerraban, enseñaban, respondían preguntas y lidiaban con la turba de curiosos como quien gestiona un pequeño reino. Su labor, más que técnica, fue de afecto: proteger aquello que había caído, casi por accidente, en la historia de la familia.

La tele, la frase y la España que se enamoró del baptisterio

La tranquilidad del yacimiento duró lo que tardaron las cámaras en llegar. A finales del siglo XX, programas nocturnos y reportajes callejeros encontraron en los Rojas un filón. Encarnita, especialmente, se convirtió en protagonista involuntaria cuando, con una convicción tan honesta como desarmante, soltó aquella frase que pasaría a convertirse en meme patrio: “¿A quién no le va a gustar un baptisterio romano del siglo I?”. El tono, entre orgulloso y sorprendido, dio la vuelta a los platós, las sobremesas y los incipientes foros de internet.

Callejeros, Crónicas Marcianas y el ecosistema televisivo de la época le dieron alas al fenómeno. Encarnita pasó de ser la guardiana del candado a icono espontáneo de una España que abrazaba lo pintoresco con cariño. Las reproducciones se multiplicaron, las imitaciones también, y lo que empezó como una anécdota familiar se convirtió en parte del imaginario humorístico nacional.

baptisterio de Las Gabias

La viralidad, sin embargo, tuvo efectos secundarios. Llegaron visitantes en tropel, algunos movidos por el encanto del lugar, otros por un entusiasmo destructivo. Las leyendas brotaron como setas: tesoros enterrados, fantasmas romanos, cementerios secretos. Miguel, contagiado por la efervescencia televisiva, exageró sin querer queriendo al afirmar que allí “había más de 500 romanos enterrados”. Aquello alimentó titulares, chascarrillos y, por desgracia, también curiosidades peligrosas.

Baptisterio, criptopórtico o qué demonios es esto: la arqueología responde

Mientras la fama hacía su trabajo, la ciencia seguía el suyo, algo más lento y sin focos. Las investigaciones recientes han rebajado ese entusiasmo bautismal inicial: lo que durante décadas se llamó “baptisterio” parece, más bien, un criptoporticus. Es decir, una galería subterránea vinculada a una villa romana de entidad considerable.

Las dataciones, ya con criterios modernos, apuntan a los siglos III–IV como momentos clave de su funcionamiento. No se trata de un templo ni de un lugar de ritos cristianos primitivos, sino de una estructura apoyada en la arquitectura doméstica y económica de la época: corredores, cámaras, zonas de almacenaje, posibles áreas termales… un pequeño universo subterráneo propio de una villa acomodada.

baptisterio de Las Gabias

El detalle es importante. Un baptisterio evoca ritual, espiritualidad y simbolismo. Un criptopórtico, en cambio, habla de logística, frescor estival, ingeniería práctica y, sobre todo, estatus. Las últimas excavaciones han sacado a la luz una escalinata monumental, fragmentos de mosaicos y pavimentos que refuerzan la lectura de un complejo señorial. Menos liturgia y más vida cotidiana, pero igualmente fascinante.

Propiedad, burocracia y un candado que pasó demasiadas manos

Durante años, el acceso al yacimiento estuvo en manos privadas, lo que complicó su gestión. La familia Rojas vigilaba la entrada como podía, pero no contaba con recursos ni herramientas para lidiar con la avalancha de visitantes ni con quienes confundían arqueología con búsqueda del tesoro.

Con la muerte de Encarnita en 2018 —última custodio directa del lugar—, la situación se volvió aún más tensa. El Ayuntamiento y la Delegación de Hacienda tuvieron que intervenir para aclarar la titularidad y coordinar medidas de protección. Cambios de candados, precintos, discusiones administrativas, algún que otro susto y un desfile de curiosos que parecía no tener fin. La fama, en este caso, trajo más quebraderos de cabeza que ventajas.

Y no faltaron los incidentes: forzamientos de entrada, saqueos, daños, rumores cada vez más extravagantes. Las autoridades tuvieron que recordar una y otra vez que el verdadero tesoro del sitio era patrimonial, no económico, aunque eso no frenó a quienes pensaban encontrar monedas, joyas o reliquias inexistentes.

Del abandono a la excavación seria: una cronología irregular

Aunque el hallazgo se produjo hacia 1920, la investigación profesional avanzó a trompicones. Tras una intervención temprana en 1921, el silencio se apoderó del lugar durante décadas. Hubo movimientos tímidos en los años 70 y 90, pero fue solo en los últimos diez o quince años cuando el sitio recuperó protagonismo arqueológico real.

Excavaciones coordinadas por administraciones y universidades han permitido revisar el rompecabezas con ojos nuevos. Ahora se sabe que el conjunto tuvo más profundidad arquitectónica de lo que se pensaba: escalinatas de mármol, mosaicos que apuntan a habitaciones de prestigio, y estructuras que probablemente formaban parte del corazón doméstico de una villa romana de nivel alto. Una reinterpretación que desmonta mitos y aporta contexto.

Los Rojas: memoria, humor y un legado inesperado

La historia de este lugar no se entiende sin Josefina, Miguel y Encarnita. Ellos fueron la cara humana de un yacimiento que, sin su vigilancia silenciosa, habría caído en un abandono irrecuperable. Ellos recibieron visitantes, contaron los mismos datos mil veces y mantuvieron, incluso sin pretenderlo, viva la memoria del hallazgo.

Encarnita, con su desparpajo televisivo, se convirtió en símbolo: caricaturizada unas veces, celebrada otras, pero siempre recordada con cariño. Su frase pasa hoy por anécdota humorística, sí, pero detrás había una mujer que, sin manual de conservación en la mano, defendió un trocito de historia como algo profundamente suyo.

Esta dimensión humana recuerda a la arqueología —tan obsesionada con estratos y cronologías— que los restos no existen en vacío. Hay familias, vivencias, relatos orales y memorias que también forman parte del contexto histórico. En Las Gabias, esa aportación familiar ayudó a orientar interpretaciones y a poner sobre la mesa episodios de saqueo, usos tradicionales y detalles que no aparecen en un plano topográfico.

El mito, el turismo y el encanto (peligroso) del asombro

Llamar “baptisterio” al lugar fue un arma de doble filo. Atraía visitantes, sí, pero también construía un relato difícil de desactivar. Cada reportaje aumentaba el magnetismo del sitio y, al mismo tiempo, amplificaba ciertos riesgos. Turistas, bromistas, cámaras, imitadores y hasta peregrinos del meme acudían a un enclave que no estaba preparado para tanta atención.

La administración tuvo que improvisar soluciones: vigilancia, restricciones, controles, negociaciones. El fenómeno creó un microcosmos curioso: mezcla de arqueología, espectáculo, folklore y regulación de urgencia. Un equilibrio frágil que aún hoy define el devenir del yacimiento.

Detalles que colorean la historia

  • Todo empezó por una simple filtración de agua. Nada de mapas del tesoro ni locuras indiana-jonescas.
  • La historia saltó a los medios mucho antes de la viralidad moderna: ya en los 70 la prensa local hablaba del “baptisterio”.
  • Las excavaciones recientes han descubierto piezas de lujo romano que cambian, y mucho, la interpretación original del conjunto.

La voz pública y lo que queda por entender

La aventura del llamado “baptisterio de Rojas” combina mito popular, historia familiar, ciencia arqueológica y cultura televisiva. Un cóctel tan peculiar como revelador sobre cómo se construyen las narraciones en torno al pasado. La sonrisa de Encarnita permanece en vídeos y recuerdos, mientras bajo tierra la estructura romana continúa diciendo lo suyo. Y entre ambos mundos —el de la tele y el de las piedras— la historia encuentra su sitio, sin necesidad de grandes moralejas.


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Fuentes consultadas

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