La estampa, por simple, resulta casi doméstica: un portal cualquiera, una pareja regresando a casa, un admirador con un disco bajo el brazo esperando su oportunidad. Nueva York, en plena noche, sigue funcionando como una olla en ebullición: taxis acelerando, el humo de las alcantarillas elevándose en espirales caprichosas, mucha prisa y pocas certezas. Y, en mitad del paisaje, un antiguo Beatle que, a sus cuarenta años, cree estar estrenando una vida nueva.
Aquel lunes 8 de diciembre de 1980, frente al edificio Dakota, en la confluencia de la calle 72 con Central Park West, John Lennon cae abatido por los disparos de Mark David Chapman. No muere simplemente un músico célebre; se desploma una figura que para millones de personas representaba la posibilidad —un tanto ingenua, quizá— de que el mundo pudiera ser más amable mientras sonaba Imagine.
El crimen no tardó en instalarse en las efemérides, en los documentales y en esos debates espontáneos que brotan en los bares cuando alguien menciona a Lennon. Nostalgia, morbo y una pizca de incredulidad se mezclan todavía hoy al recordarlo.
John Lennon en 1980: del Beatle polémico al vecino del Dakota
Para entender el alcance emocional de su muerte conviene observar cómo era Lennon en ese momento. Ya no era “el Beatle de las gafas redondas” congelado en alguna fotografía psicodélica de los sesenta. Era un hombre maduro, padre, residente de un edificio de lujo y mucho más volcado en la crianza de su hijo Sean que en las giras internacionales.
Él y Yoko Ono vivían desde hacía años en el Dakota, un edificio vetusto y elegante que parecía sacado de una novela gótica y donde convivían artistas, personajes acomodados y un silencio poco habitual para Manhattan. Allí Lennon intentaba llevar una rutina casi hogareña, bastante alejada del estruendo emocional que supuso la Beatlemanía.

Tras la separación del grupo, había alternado periodos de creatividad desbordante con un retiro casi completo. Durante buena parte de la década de los setenta, se dedicó a la familia. Pero 1980 marcó su retorno decidido a la música: Double Fantasy, el disco publicado junto a Yoko, era una conversación íntima, un duelo musical sobre la vida en pareja, la madurez y las pequeñas batallas cotidianas.
El día de su asesinato no encajaba con la idea romántica del artista agotado o en declive. Estaba ofreciendo entrevistas, hablando de futuros proyectos, recuperando la energía artística que muchos habían dado por enterrada. Esa misma tarde había concedido una conversación radiofónica extensa y cercana, donde se le notaba ilusionado y creativo, como si la vida le hubiera devuelto algo que no sabía que echaba de menos.
La ironía, cruel como pocas veces, es evidente: cuando todo parecía recolocarse en su sitio, cuando el pasado había dejado de pesar tanto y el futuro prometía, un desconocido armado apareció para romper el espejismo.
Mark David Chapman: del admirador fervoroso al asesino obsesivo
La otra cara del suceso pertenece a Mark David Chapman, nacido en Texas y criado en Georgia. Podría haber pasado por un ciudadano más, con una juventud parecida a la de tantos otros que crecieron escuchando a los Beatles. Pero en su caso, la admiración inocente derivó hacia algo más oscuro, una fijación malsana que se fue agravando con los años.
Chapman pasó por trabajos humildes y vivió durante un tiempo en Hawái. Arrastraba frustraciones, crisis personales y problemas de salud mental que, lejos de resolverse, fueron alimentando un resentimiento difícil de encauzar. De pronto, encontró en John Lennon un blanco ideal para concentrar sus enredos emocionales.
Le indignaba el nivel de vida del músico, sus antiguas declaraciones sobre ser “más famosos que Jesús” y, sobre todo, lo que interpretaba como contradicciones entre las letras pacifistas y la vida acomodada en un edificio de lujo. Ese enfado, que quizá en otros se habría quedado en una rabieta fugaz, fue creciendo hasta convertirse en una obsesión.
A ello se sumó un ingrediente literario inquietante. Chapman se obsesionó con El guardián entre el centeno, un libro que ya había generado ríos de tinta por la identificación que produce en ciertos lectores. Él llevó esa identificación mucho más lejos: quiso verse reflejado en Holden Caulfield, el adolescente que denuncia la falsedad del mundo adulto. En su distorsión mental, Lennon encarnaba precisamente esa falsedad que merecía ser “castigada”.
Antes de centrar su fijación en Lennon, imaginó asesinar a otras personas conocidas: actores, presentadores, incluso políticos. Su lista de “objetivos” era amplia. Pero finalmente decidió que el antiguo Beatle representaba para él la cúspide de esa supuesta hipocresía que necesitaba corregir.
El 8 de diciembre de 1980: un día aparentemente rutinario
La jornada comenzó con normalidad para Lennon. Había entrevistas pendientes, fotografías por hacer y desplazamientos al estudio de grabación. Un día intenso, sí, pero enmarcado en el entusiasmo del regreso musical.
Para Chapman, en cambio, aquel lunes era el desenlace de meses de obsesión. Había viajado desde Hawái a Nueva York con un revólver calibre 38 y munición destinada a causar daños letales. Se instaló frente al Dakota, mezclándose con los curiosos que aguardaban la salida del músico.
Por la tarde, Lennon y Yoko salieron hacia el estudio. Al cruzar el portal, Chapman le pidió un autógrafo. Lennon, acostumbrado a la devoción espontánea, firmó el disco que el hombre sostenía. La escena quedó capturada por un fotógrafo: un músico amable, un admirador inclinado sujetando un vinilo y, como detalle invisible, una pistola guardada en un bolsillo.
Chapman confesó más tarde que, durante esos segundos, fue incapaz de apretar el gatillo. El gesto cordial del artista le desarmó temporalmente. Aun así, se quedó allí, esperando, dejando el disco firmado escondido y acumulando una rabia que volvería con más fuerza.
Lennon continuó su día sin saber que había estrechado la mano de su asesino. Grabación, conversaciones sobre nuevas ideas, trayectos en coche. Nada presagiaba lo que estaba por llegar.
El tiroteo frente al Dakota: segundos que cambiaron la historia
A las diez y cincuenta de la noche, Lennon y Yoko regresaron en una limusina y se dirigieron hacia el arco de entrada del edificio. El ambiente era tranquilo: algunos vecinos, el portero de guardia, silencio en la calle y ninguna medida de seguridad especial.
Chapman emergió del lado oscuro del portal. Pronunció el nombre de Lennon. Cuando este se giró, el admirador sacó el arma y disparó cinco veces. Cuatro balas alcanzaron al músico por la espalda, dañando órganos vitales. Lennon consiguió avanzar unos pasos hacia el interior antes de desplomarse.
La confusión posterior fue inmediata. No hubo ambulancia disponible al instante y los agentes que llegaron cargaron al herido en la parte trasera de un coche patrulla, camino del hospital Roosevelt. Allí, pese a los esfuerzos del equipo médico, solo pudieron certificar la muerte pocos minutos después de las once de la noche.
Mientras tanto, en la acera, Chapman no huyó ni apuntó a nadie más. Permaneció en silencio, hojeando su ejemplar de El guardián entre el centeno como si esperara alguna señal intangible. Al llegar la policía, se entregó sin ofrecer resistencia.
Arresto, juicio y condena de Mark David Chapman
Una vez detenido, Chapman reconoció el crimen sin rodeos. Admitió que había elegido ese tipo de balas para asegurarse de que Lennon no sobreviviera. Insistió en que no se trataba de un impulso, sino de algo meditado durante meses, alimentado por un cóctel de resentimiento, delirio y una ansia perturbadora de notoriedad.
Su defensa barajó la posibilidad de alegar enajenación mental, respaldada por informes que describían episodios de psicosis y delirios. Pero el propio Chapman decidió declararse culpable, asegurando que actuaba guiado por una suerte de “mandato divino”.
En el verano de 1981 fue condenado por asesinato en segundo grado. La sentencia establecía un mínimo de veinte años y un máximo de cadena perpetua, además de tratamiento psiquiátrico obligatorio durante su estancia en prisión.
Terminó en la cárcel de Attica y, debido al riesgo de agresiones por parte de otros presos, pasó buena parte del tiempo en áreas de vigilancia especial. Trabajó en distintos servicios internos y, con el paso de los años, solicitó la libertad condicional en numerosas ocasiones, siempre sin éxito. La gravedad simbólica del crimen y la oposición firme de Yoko Ono, así como la sensibilidad pública, han desempeñado un papel determinante en esas negativas.
La conmoción global: de los Beatles a los homenajes improvisados
La noticia del asesinato recorrió el planeta con la velocidad que permitían los medios de la época, que no era poca. Las emisoras de radio interrumpieron su programación de madrugada. Presentadores y oyentes compartieron un desconcierto que, para muchos, evocaba el impacto del asesinato de Kennedy.
En Nueva York, los admiradores empezaron a reunirse ante el Dakota, y poco después en un rincón de Central Park que más tarde sería conocido como Strawberry Fields. Desde aquella misma noche, el lugar se convirtió en un punto de encuentro para quienes necesitaban un espacio donde llorar, cantar o simplemente estar allí. Cada año, miles de personas se siguen acercando al mosaico de Imagine para dejar flores, tocar la guitarra o recordar lo que Lennon significó para ellos.
Los antiguos compañeros de Lennon reaccionaron con dolor desigual. Paul McCartney reconoció que vivió el momento como un golpe terrible que preferiría no haber experimentado. Ringo Starr y George Harrison también quedaron profundamente afectados, cada uno lidiando a su manera con la pérdida.
Yoko Ono pidió que no se celebrara un funeral público y que, en su lugar, se guardara un minuto de silencio a escala mundial. Muchas emisoras y actos públicos respetaron la petición. Aquel minuto mudo fue, tal vez, uno de los homenajes más sobrecogedores realizados al músico.
En las publicaciones de todo el mundo empezó entonces a cristalizar la iconografía de la tragedia. La célebre fotografía tomada esa misma mañana en el apartamento —con Lennon desnudo abrazando a Yoko sobre la cama— se convirtió en un símbolo inesperado, una especie de despedida involuntaria que ocupó portadas y pasó a la historia.
El eco cultural del asesinato de John Lennon
La muerte de Lennon generó un eco que aún resuena. Surgieron homenajes musicales, documentales y libros que analizaban cada detalle del suceso y cada arista de su figura.
George Harrison compuso All Those Years Ago como homenaje directo, reuniendo de forma simbólica a los tres Beatles supervivientes. Otros artistas reinterpretaron canciones de Lennon, que adquirieron matices nuevos y más amargos tras su asesinato.
Con el tiempo, la figura de Lennon se ha elevado a símbolo global: el pacifista idealista, la voz que pedía un mundo más justo, el artista contradictorio que también arrastraba sus sombras. Su muerte favoreció una especie de canonización laica que, en ocasiones, simplifica una personalidad mucho más compleja.
El asesinato también marcó un punto de inflexión en lo que respecta a la relación entre celebridades y público. La idea de caminar sin escolta hasta la puerta de casa empezó a parecer imprudente. La distancia entre figuras conocidas y admiradores se amplió, y el arquetipo del “fan peligroso” se instaló para quedarse.
Chapman, por su parte, se ha convertido en un caso de estudio sobre las distorsiones de la fama. No por mérito propio, sino porque su confesado deseo de pasar a la historia obliga a reflexionar sobre el tratamiento mediático de estos crímenes.
El 8 de diciembre como fecha inseparable de la memoria colectiva
Cada año, al llegar el 8 de diciembre, los recordatorios repiten la misma frase: “En 1980, en Nueva York, Mark Chapman asesinó a John Lennon”. Suena aséptica, incluso burocrática, pero transporta un peso emocional enorme para quienes vivieron aquella época y para quienes han heredado la música como parte del paisaje vital.
En Strawberry Fields, los admiradores siguen reuniéndose con flores, guitarras y recuerdos compartidos. Lo ocurrido frente al Dakota continúa transformándose en un ritual de memoria que mezcla devoción, nostalgia y necesidad de comprender. El edificio, además, sigue siendo un lugar de duelo silencioso que conserva la huella de Lennon en su propia arquitectura.
Y así, cada vez que se recuerda aquella noche de 1980, no se evoca únicamente un asesinato. Se revive un momento en el que millones de personas entendieron, de forma abrupta, que ni la fama ni los himnos a la paz bastan para proteger a nadie del gesto imprevisible de un desconocido armado.
Vídeo: “¿Por qué MATARON a John Lennon? | Documental”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Asesinato de John Lennon. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Asesinato_de_John_Lennon
- Wikipedia. (s. f.). John Lennon. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/John_Lennon
- Wikipedia. (s. f.). Mark David Chapman. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Mark_David_Chapman
- Muñiz, F. (2025, 15 julio). Lennon, Yoko y el secuestro zen: cuando Mallorca fue escenario de un sainete psicodélico. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/la-detencion-de-john-lennon/
- Iter Criminis. (2020, 6 diciembre). El asesinato de John Lennon: Perfil del asesino y teorías de la conspiración. Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea. https://www.ehu.eus/ehusfera/itercriminis/2020/12/06/el-asesinato-de-john-lennon/
- El País. (2025, 11 septiembre). Denegada la libertad condicional al asesino de John Lennon por decimocuarta vez. El País. https://elpais.com/gente/2025-09-11/denegada-la-libertad-condicional-al-asesino-de-john-lennon-por-decimocuarta-vez.html
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






