El 16 de agosto de 1870, mientras Napoleón III se entretenía perdiendo batallas contra los prusianos y Francia se preparaba para recibir la bofetada histórica de Sedan, un rincón apacible de la Dordoña se transformaba en escenario de una pesadilla colectiva. El pequeño pueblo de Hautefaye, que en días normales no superaba las setenta almas, celebraba su feria de ganado con vino, bullicio y unas cuantas toneladas de rencor acumulado. Ese día, setecientas personas se reunieron en torno al mercado, y entre ellas se encontraba un joven noble local, Alain de Monéys, que había cometido el imperdonable error de aparecer en el sitio y en el momento equivocado.
Contexto: Francia en llamas y campesinos con sed
La Francia rural del siglo XIX era fiel a la dinastía napoleónica y desconfiada con todo lo que oliera a traición. El país se tambaleaba: derrota militar inminente, noticias contradictorias y la prensa oficial vendiendo humo tricolor. Los campesinos, la mayoría analfabetos, dependían de la palabra de los aristócratas locales para entender qué demonios pasaba en la guerra. Y esa dependencia, mezclada con resentimiento social y litros de vino barato, fue el cóctel explosivo que detonó la tragedia.
Alain de Monéys, joven de buena posición, vecino de Beaussac —apenas a tres kilómetros—, gozaba de fama de hombre afable, educado y patriota. Tan patriota, de hecho, que había manifestado su voluntad de alistarse en el ejército a pesar de estar exento por motivos de salud. Pero la multitud no iba a reparar en matices.
La chispa del odio: un rumor mal digerido
En la taberna del pueblo, Alain acompañaba a su amigo, el vizconde Camille Maillard de Lafaye, hijo del alcalde de Beaussac. Allí se habló de la guerra. Una frase, un comentario ambiguo sobre las bajas francesas, y la imaginación colectiva hizo el resto: alguien gritó “¡traidor!” y, como por arte de magia, los parroquianos pasaron de beber a linchar. El vizconde escapó, pero Alain se convirtió en presa del fervor patriótico más primario: fue acusado de ser prusiano, de financiar al enemigo, de todo lo que se les ocurriera. La lógica se evaporó más rápido que el alcohol de los toneles.
De vecino respetado a víctima sacrificial
Lo que siguió fue un delirio medieval en pleno siglo XIX. Alain fue golpeado, arrastrado por las calles y humillado durante horas. El párroco intentó aplacar a la turba ofreciendo vino gratis, pero más vino solo significó más violencia. El alcalde, lejos de calmar los ánimos, pronunció la célebre frase: “Comédselo si queréis”. Y vaya si se lo tomaron en serio.
Intentaron colgarle de un cerezo que se rompió bajo su peso, le sacaron un ojo, le clavaron herraduras en los pies, le arrancaron dientes, le desnudaron, le torturaron con una saña que parece inventada por un novelista de horror. El espectáculo no distinguió edades ni sexos: hombres, mujeres, ancianos y hasta niños participaron en la macabra fiesta.
La hoguera y el mito caníbal
Tras dos horas de tormento, la multitud decidió rematar la faena a lo grande: lo ataron a un poste en la plaza y lo quemaron vivo. Los niños fueron enviados a buscar leña para alimentar el fuego, y se cuenta que, mientras el cuerpo ardía y la grasa chorreaba, algunos recogieron aquel líquido como si fuese manteca para untar panecillos. ¿Ocurrió realmente? Algunos testimonios lo afirman, otros lo desmienten, pero la prensa se apresuró a bautizar a Hautefaye como “el pueblo de los caníbales”. El apodo, morboso y pegadizo, ya nunca se borraría.
El juicio y la guillotina
La gendarmería intervino días después: cincuenta arrestados, diecinueve procesados, cuatro condenados a muerte. El 6 de febrero de 1871, en la misma plaza donde Alain fue incinerado, rodaron las cabezas de los principales culpables bajo la cuchilla de la guillotina. Justicia expeditiva, pero incapaz de borrar la vergüenza. Durante décadas, en Hautefaye se practicó la ley del mutismo: nadie mencionaba el crimen, como si callar pudiese sepultar bajo tierra lo que había ardido en la plaza.
La resurrección literaria: Jean Teulé y su festín de barbarie

Ciento y pico años más tarde, el escritor francés Jean Teulé desempolvó la tragedia en su novela Mangez-le si vous voulez (traducida al español como Los Caníbales).. Con su estilo mordaz y su humor negro, reconstruyó aquel linchamiento colectivo que parece sacado de una pesadilla gótica. La obra devolvió a la memoria pública el episodio, no como simple anécdota truculenta, sino como radiografía de lo que ocurre cuando el miedo, la ignorancia y la ira se juntan en una feria de pueblo con barra libre.
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Fuente: Wikipedia
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