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El secuestro del padre de Julio Iglesias: Papuchi, ETA y una España en vilo

El escenario podría pertenecer a un relato de intriga con ese aroma tan de aquí, mezcla de gris urbano y costumbrismo castizo. Madrid agonizaba en los últimos días de 1981 con frío, con la resaca del 23-F aún aferrada a la memoria colectiva y con una Transición que respiraba a bocanadas irregulares. ETA seguía marcando, casi a diario, el ritmo del miedo con atentados, sirenas y un paisaje informativo siempre salpicado de titulares negros. En medio de ese ambiente, un ginecólogo conocido y respetado, al que los vecinos veían como un buen médico y el resto del mundo como “el padre de Julio Iglesias”, se convierte, casi sin aviso, en objetivo de un comando terrorista.

secuestro del padre de Julio Iglesias

El 29 de diciembre de 1981, cuando se dirigía a su consulta en la calle O’Donnell, Julio Iglesias Puga es secuestrado por miembros de ETA político-militar. El rapto durará cerca de veinte días y terminará con su liberación en Trasmoz, en la provincia de Zaragoza, a mediados de enero de 1982. Fue un secuestro que se coló en salones y bares, un suceso en el que se mezcló sin pudor la tragedia del terrorismo con el eco planetario del apellido Iglesias.

Desde ese instante, la historia pasó a construirse con ingredientes muy españoles: violencia política, sobreexposición mediática y el inevitable toque folclórico que proporciona tener como protagonista colateral a una figura global del espectáculo. El país entero vivió pendiente del desenlace, mientras la figura del doctor Puga empezaba a transformarse, con el tiempo, en ese personaje televisivo al que medio país acabaría llamando “Papuchi”.

España en 1981: golpes de Estado, bombas y una fama que cruzaba fronteras

Para calibrar el impacto de aquel secuestro conviene volver al contexto. Apenas unos meses antes, en febrero, el intento de golpe de Estado liderado por Tejero había sacudido los cimientos de la joven democracia. El Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo trabajaba contrarreloj para estabilizar el país, que seguía avanzando con paso dubitativo. Paralelamente, ETA continuaba con su estrategia de asesinatos, chantajes y secuestros para reforzar su presencia y obtener financiación mediante el llamado “impuesto revolucionario”.

secuestro del padre de Julio Iglesias

Los secuestros, por desgracia, no eran una rareza, aunque solían tener un perfil bien definido: empresarios, militares, políticos o personas con relevancia institucional. Sin embargo, el caso del doctor Puga se salía del guion. No estaba vinculado a la política, pero sí gozaba de una notoriedad derivada de la fama de su hijo, algo que dotó al caso de un eco que desbordó lo habitual en aquellas operaciones criminales.

Lo novedoso era, sobre todo, la conexión con una estrella de alcance internacional. ETA descubrió que la combinación de su sigla con el apellido Iglesias generaba un impacto que rebasaba fronteras. El secuestro adquirió una dimensión que multiplicó la atención de medios dentro y fuera de España.

¿Quién era Julio Iglesias Puga antes de transformarse en “Papuchi”?

Antes de convertirse en personaje televisivo de referencia, protagonista involuntario de parodias y anécdotas, Julio Iglesias Puga era un médico reputado. Nacido en Ourense en 1915 y formado en Madrid, llegó a ser uno de los ginecólogos más jóvenes de la Seguridad Social. Colaboró en la creación de la Clínica de la Maternidad y dirigió departamentos vinculados a la esterilidad y la planificación familiar. Su visión de la sanidad, que buscaba proporcionar el mismo trato a mujeres de cualquier nivel económico, lo situó como una figura moderna en un sector entonces muy jerarquizado.

Su consulta madrileña atendía a pacientes de todo tipo, incluidas figuras del espectáculo. El ascenso internacional de Julio Iglesias hizo que el apellido se volviera célebre y que el doctor pasara de ser conocido en círculos médicos a convertirse en un rostro familiar para el público.

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A los 66 años, ya separado en la práctica de Rosario de la Cueva, llevaba una vida tranquila, entre rutinas de consulta, visitas a sus hijos en Miami y la energía de alguien que no parecía dispuesto a detenerse. Esa normalidad duró hasta la mañana en que dos desconocidos truncaron su camino hacia el trabajo.

El secuestro: de la falsa entrevista a la desaparición

La mañana del secuestro transcurre de manera aparentemente ordinaria. El doctor conduce su Renault 5 azul hacia la consulta. Al llegar a las inmediaciones, dos hombres se le acercan y se presentan como periodistas extranjeros interesados en una entrevista. Para un médico con un hijo famoso hasta en Japón, la idea no resultaba extraña.

El engaño surtió efecto. Iglesias Puga aceptó subirse al vehículo de los supuestos reporteros. Desde ese instante desapareció su rastro. Su propio coche apareció aparcado con normalidad, sin rastro de forcejeo, como si el día hubiese seguido su curso. Aquello encendió las alarmas. No era un hombre que faltara sin avisar, de modo que la ausencia generó preocupación inmediata.

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Mientras la familia intentaba mantener la calma, la noticia empezó a circular a toda velocidad. España, ya acostumbrada a convivir con la violencia de ETA, afrontaba ahora un secuestro con un protagonista que acaparaba por igual titulares de sociedad y de sucesos.

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Veinte días en Trasmoz: cautiverio en una casa cualquiera

El comando decidió trasladar al secuestrado a Trasmoz, un pequeño municipio aragonés a la sombra del Moncayo, desconocido para la inmensa mayoría de los españoles. Allí, en una vivienda de la plaza, permaneció encerrado cerca de veinte días. Desde el exterior, el pueblo seguía su rutina. Dentro, en cambio, la situación era tensa: un rehén vigilado día y noche y un rescate solicitado que rondaba los dos mil millones de pesetas, una cifra inalcanzable para la gran mayoría de familias del país.

La prensa seguía el caso con avidez. Cualquier detalle era amplificado. El nombre de Julio Iglesias convertía cada novedad en un fenómeno mediático. La imagen de aquel pueblo tranquilo empezó a mezclarse con rumores, hipótesis y titulares que lo colocaron, durante unas semanas, en el centro de la actualidad nacional.

Años después, esa misma historia inspiraría relatos y novelas ambientadas en la comarca, reflejando el contraste entre el sosiego del Moncayo y el sobresalto de unos días que parecieron sacados de un guion poco verosímil.

La investigación: sospechas, escuchas y un comisario decisivo

En los primeros momentos, ni siquiera las autoridades tenían claro quién estaba detrás. Se barajó la posibilidad de delincuentes comunes debido al perfil del secuestrado, pero pronto se impuso la tesis de ETA político-militar.

El comisario Joaquín Domingo Martorell asumió el mando de la investigación. Al frente de la Brigada Central de Información, Martorell aplicó una combinación de vigilancia, rastreo, seguimientos y trabajo policial meticuloso. No había glamour, pero sí eficacia.

Las pistas condujeron a Trasmoz. En enero de 1982, agentes de la Policía y de la Guardia Civil irrumpieron en la vivienda donde se encontraba el doctor. Iglesias Puga salió ileso. Poco después, ante los medios, agradeció a los cuerpos de seguridad su labor y afirmó, con su contundencia habitual, que gracias a ellos seguía vivo.

El giro inesperado llegó años después. Julio Iglesias contrató al propio Martorell como encargado de su seguridad y, más tarde, como representante en diversas operaciones. El policía que liberó al padre terminó convertido en colaborador cercano del hijo, cerrando el capítulo con un matiz casi novelesco.

Julio Iglesias, Isabel Preysler y la mudanza familiar a Miami

Mientras tanto, al otro lado del océano, el cantante recibía la noticia entre grabaciones y compromisos profesionales. La distancia agravó la angustia. Las autoridades le recomendaron no regresar de inmediato por motivos de seguridad, y la parte pública de la familia quedó en manos de Isabel Preysler, que afrontó el temporal con la sobriedad que la caracterizaba.

secuestro del padre de Julio Iglesias

Para proteger a los tres hijos, la decisión fue drástica: trasladarlos a Miami. Para Chábeli, Julio José y Enrique, el cambio resultó casi idílico: piscina, sol, colegios nuevos y un entorno más seguro, muy alejado del clima inquietante que se vivía entonces en España. Para la familia, fue la manera más eficaz de mantenerlos fuera del alcance de cualquier amenaza derivada del secuestro.

Esa decisión, tan íntima y al mismo tiempo tan pública, simbolizó hasta qué punto el terrorismo podía irrumpir en la vida cotidiana de los hogares, incluso en aquellos que parecían vivir bajo focos y alfombras rojas.

Del drama al personaje televisivo: la fabricación del “Papuchi”

Pasado el secuestro, el doctor se reinventó. La televisión descubrió en él un filón. Su forma de hablar, su sentido del humor y su capacidad para reírse de sí mismo lo convirtieron en invitado habitual de programas nocturnos. Aquella España de platós, tertulias y humor algo descarado encontró en él un personaje perfecto.

Nació así “Papuchi”, un sobrenombre cariñoso que mezclaba ternura y socarronería. Las imitaciones, los chistes y sus apariciones espontáneas lo transformaron en un rostro casi entrañable. Su figura, tan alejada del terror vivido en 1981, terminó integrada en la cultura popular de los noventa y principios de los dos mil.

La televisión convirtió a un superviviente de un secuestro en un icono amable. Llevado por esa nueva faceta, Iglesias Puga narró anécdotas, se dejó imitar y alimentó un personaje que él mismo contribuyó a moldear, disfrutando de la popularidad que, paradójicamente, nació del mayor susto de su vida.

Trasmoz, el Moncayo y la memoria de un episodio improbable

En Trasmoz, la huella del secuestro quedó marcada durante años. Los vecinos rememoraban la llegada abrupta de agentes, periodistas y curiosos en un pueblo donde normalmente no pasaba gran cosa. La casa del cautiverio se convirtió, con el tiempo, en punto de referencia inevitable, parte de la memoria local y casi de la mitología de la comarca.

El episodio alimentó relatos y conversaciones de sobremesa, y sirvió para construir una narrativa donde lo extraordinario había irrumpido en lo cotidiano. En plena sierra, aquel secuestro dejó un eco que aún resuena cuando se rememoran los hechos en el pueblo, entre la incredulidad y la resignación.

ETA, los secuestros y la peculiaridad de un “padre famoso”

En la historia del terrorismo en España, el secuestro de Iglesias Puga ocupa un lugar singular. Fue un movimiento motivado por razones económicas, no políticas. La banda vio en la familia Iglesias un objetivo atractivo por su capacidad económica y por la repercusión internacional del caso. El secuestro pretendía obtener dinero, pero también demostrar un poder intimidatorio capaz de alcanzar cualquier esfera.

La operación tuvo un efecto inesperado. La sociedad interpretó que ETA no solo actuaba contra actores políticos, sino que estaba dispuesta a golpear a cualquiera si eso favorecía sus intereses. Ese perfil indiscriminado contribuyó a agravar la percepción de amenaza y a desdibujar aún más las fronteras entre lo político y lo puramente criminal.

La liberación, lograda mediante un operativo policial eficaz, se vio como un triunfo del Estado en un momento en que la organización político-militar ya mostraba signos de desgaste, preludio de su disolución años después.

De la tragedia al mito pop: la huella del secuestro

Tras su liberación, la vida del doctor dio un vuelco. Se divorció, inició nuevas relaciones, tuvo hijos en la vejez y se convirtió en protagonista habitual de la prensa rosa. Aquella mezcla de veterana sabiduría médica y espíritu juvenil lo mantuvo en el foco público hasta su muerte.

El secuestro quedó fijado como uno de los episodios que mejor ilustran la España de los años ochenta: un país que avanzaba hacia la modernidad entre sacudidas políticas, atentados y un creciente interés por la cultura mediática. Las imágenes del doctor rodeado de sus hijos tras su liberación formaron parte del imaginario colectivo, como símbolo de resistencia, fama y tragedia.

Cuando se recuerda hoy aquel 1981, junto a los nombres de políticos, militares y fechas decisivas, aparece también la figura de aquel médico gallego que, de la noche a la mañana, pasó de ser un ginecólogo respetado a protagonista involuntario de una historia que mezcló miedo, espectáculo y un sorprendente componente humano.

Vídeo: “GEO cuenta cómo rescataron al Padre de Julio Iglesias secuestrado por los terroristas de ETA”

Fuentes consultadas

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