Un país que Hollywood miró con apetito y cierto oportunismo
A finales de los años cincuenta, España se convirtió en un imán para las grandes productoras estadounidenses. No era solo el clima, siempre dispuesto a regalar jornadas de rodaje sin sobresaltos; tampoco eran únicamente los castillos medievales o los acantilados que parecían diseñados para el Cinemascope. Lo que realmente seducía era la combinación de economía, fotogenia y un régimen deseoso de que el mundo contemplara sus fortalezas como si fueran la corona de un pasado glorioso.
En medio de ese escenario aterrizó Samuel Bronston, productor con un olfato casi sobrenatural para las epopeyas que dejaban beneficios. Desde Madrid puso en marcha lo que muchos llamarían, con cierto asombro, un “Hollywood castellano”. A la larga dejaría un puñado de superproducciones colosales, pero El Cid fue la que abrió camino, dirigida por Anthony Mann y con dos astros rutilantes al frente: Charlton Heston y Sophia Loren.
Para el público de hoy puede resultar difícil imaginar la magnitud de aquel proyecto. Se hablaba de un presupuesto desorbitado para la época y de una producción construida desde el primer minuto para arrasar en las carteleras internacionales. Mientras tanto, dentro de España, la figura del Cid seguía siendo terreno sensible. No se trataba únicamente de un héroe medieval: era uno de los pilares simbólicos del relato identitario que el régimen había abrazado con fervor. Así que cuando se anunció que la historia se contaría “a la manera de Hollywood”, hubo polémica a raudales. Unos temían una traición histórica; otros veían la oportunidad perfecta de proyectar la grandeza nacional en formato panorámico. Al final, como en tantas cosas, la cinta navegó entre ambas corrientes.
El sueño español que nunca llegó a rodarse
Antes de que Bronston desembarcara con su abanico de millones, existió un proyecto cien por cien español para llevar la vida del Cid a la gran pantalla. El director Rafael Gil se había hecho con los derechos y contaba con un guion firmado por Vicente Escrivá y respaldado por el gran medievalista Ramón Menéndez Pidal. Incluso el reparto estaba prácticamente decidido: Francisco Rabal sería Rodrigo Díaz de Vivar.
Pero entonces apareció Bronston y cambió la partida. Necesitaba dinero exterior y, sobre todo, el beneplácito de las autoridades españolas. El primero llegó de la mano de una coproducción con Italia y Estados Unidos. El segundo se consiguió con una jugada maestra: incorporar a Menéndez Pidal como asesor histórico del nuevo guion. Con el historiador más respetado del país involucrado, las objeciones se diluyeron de inmediato.
Aquel guion inicial pasó a un segundo plano, sustituido por otro más orientado al espectáculo que al rigor. Las reescrituras fueron casi constantes, moldeadas por los caprichos de estrellas, productores y censores, en un ejercicio de malabarismo creativo que debía contentar a todos. Como si fuera poco, el reparto también generó su propia tormenta. Heston se impuso a otras opciones más afines al gusto local, y Sophia Loren terminó ocupando un puesto que, en un principio, estuvo cerca de recaer en Sara Montiel.
En apenas unos meses, la película pasó de ser un proyecto nacional ambicioso a convertirse en una superproducción internacional con aspiraciones planetarias.
Dos estrellas, dos egos y un rodaje de alto voltaje emocional
Sobre el papel, emparejar a Charlton Heston y Sophia Loren parecía una apuesta infalible. Él encarnaba al héroe épico por excelencia después de éxitos descomunales, y ella ascendía a pasos agigantados hacia la categoría de mito viviente. La química parecía garantizada. Pero el cine, a veces, tiene sus ironías.
En la práctica, la convivencia entre ambos fue un campo minado. Loren había aceptado inicialmente un papel secundario, pero en cuanto apareció ante la cámara quedó claro que su presencia eclipsaba cualquier expectativa modesta. El guion se revisó una y otra vez para conceder a su personaje el protagonismo que reclamaba, y eso alteró el equilibrio previsto. A ello se sumó su salario astronómico y exigencias que desbordaban al equipo, incluidos los servicios de una peluquera personal que la acompañó durante todo el rodaje.
Las tensiones alcanzaron su punto álgido en Peñíscola. Un retraso prolongado de la actriz —dicen que de varias horas— bastó para que Heston dejara de dirigirle la palabra fuera del set. Desde ese momento, rodar juntos fue una tarea diplomática casi imposible. Se recurrió a encuadres imaginativos y dobles de cuerpo para evitar que compartieran demasiado espacio real.
Y, sin embargo, ahí está el milagro del cine: en la pantalla, la relación funciona. Sus escenas conjuntas tienen una intensidad emocional que parece alimentarse precisamente de esa rivalidad soterrada. Mientras ellos se esforzaban por ignorarse, el espectador recibía una historia de amor y orgullo que todavía hoy se recuerda por su fuerza dramática.

Mientras tanto, el resto del equipo trabajaba sin descanso. Yakima Canutt coordinaba batallas que parecían sacadas de un tapiz medieval, y cientos de técnicos españoles lidiaban con masas de extras, caballos, armaduras y un calendario que cambiaba cada día según los vaivenes del rodaje.
Un rodaje que convirtió a España en un mapa de epopeyas
Uno de los aciertos más celebrados de la película fue su manera de mostrar los paisajes españoles. El territorio se transformó en un atlas visual que viajaba por castillos, murallas y monasterios como si se tratara de un desfile de postales medievales.
Peñíscola fue la joya de la corona. La ciudad fortificada, recortada sobre el Mediterráneo, se convirtió en una Valencia de época gracias a murallas añadidas y decorados ocultando el urbanismo contemporáneo. Ampudia y Torrelobatón prestaron sus castillos y sus calles para recrear poblaciones castellanas, mientras que el majestuoso castillo de Belmonte sirvió de escenario para el célebre duelo de Calahorra.
Gormaz, León, Toledo y otros enclaves aportaron claustros, murallas, iglesias y plazas que se mezclaron como si España entera fuera un tablero dispuesto para contar la vida del Campeador. Madrid también jugó un papel central: en sus estudios se levantaron decorados monumentales, como el de la jura de Santa Gadea, construido con un nivel de detalle que aún sorprende.
Colmenar Viejo vivió quizás la experiencia más entrañable. Allí se rodaron escenas clave del destierro del Cid y centenares de vecinos se enfundaron túnicas y sayos para aparecer como extras. Durante semanas, el pueblo entero convivió con la sensación de encontrarse en plena Edad Media, un recuerdo que sigue vivo en su memoria colectiva.
Pero nada superó a la “batalla de Valencia”. El despliegue fue tan colosal que parecía más una operación militar que una secuencia de cine: murallas simuladas, miles de soldados del ejército español convertidos en figurantes, jinetes, máquinas de asedio y una flota completa disfrazada para recrear un asalto marítimo. La costa de Peñíscola vibró durante semanas al ritmo de gritos de combate, explosiones controladas y órdenes en todas las direcciones.
Peñíscola, la ciudad que se reinventó gracias a un héroe medieval
Si hay un lugar donde El Cid dejó una huella imborrable, es sin duda Peñíscola. Ya era una localidad fascinante antes del rodaje, pero la película la transformó en un icono. Sus murallas, sus callejuelas y su castillo fueron el corazón de una Valencia imaginaria que sedujo al mundo.
Desde entonces, la ciudad se ha convertido en un referente del turismo cinematográfico. Rodajes posteriores —series, películas, anuncios— han encontrado en sus rincones un escenario perfecto. La localidad se presenta orgullosa como “el escenario más grande del mundo”, una afirmación que, visto su historial, tiene más de verdad que de exageración.
Rutas guiadas muestran los lugares exactos donde se filmaron escenas míticas. Paneles y actividades recrean momentos del rodaje, y cada cierto tiempo se organizan experiencias en las que los visitantes pueden interpretar, por un día, a personajes de la película. La conexión entre la obra de Mann y la vida de la ciudad es tan estrecha que cuesta separar una de la otra.
El fenómeno encaja en un movimiento mayor: el turismo de pantalla. Cada año, cientos de miles de visitantes eligen destinos españoles motivados por lo que han visto en el cine o la televisión. Peñíscola, gracias a El Cid, lleva décadas encabezando esa tendencia, con decenas de miles de visitantes anuales interesados en su legado cinematográfico.
De polémica histórica a obra de culto
Desde su estreno, El Cid provocó tanto entusiasmo como debate. Muchos se preguntaban si respetaba realmente la historia del personaje o si lo convertía en una especie de héroe de novela, pulido para el gusto internacional. La cinta se mueve en un terreno intermedio: combina asesoría histórica rigurosa con la necesidad de construir una epopeya romántica y grandilocuente.
Su recepción fue notable. Tuvo varias nominaciones a premios importantes y una taquilla muy sólida, sobre todo en Estados Unidos y Canadá. Con el paso del tiempo, su prestigio creció aún más. Directores como Martin Scorsese la reivindicaron como una de las grandes epopeyas clásicas, lo que llevó a su restauración y reestreno décadas después.
Hoy se observa con una mezcla de fascinación y mirada crítica. Sorprende la monumentalidad de sus batallas, el trabajo artesanal de su fotografía, la música envolvente y la ausencia total de efectos digitales. A la vez, el espectador actual reconoce las licencias, la carga propagandística y el carácter idealizado del héroe que muestra la película.
En España, la cinta ha quedado integrada en el patrimonio cultural. Exposiciones, rutas y homenajes recuerdan cómo aquel rodaje marcó un antes y un después en la relación entre cine y territorio. Lo que empezó como un proyecto turbulento entre dos estrellas enemistadas terminó convirtiéndose en un símbolo imperecedero de la capacidad del cine para transformar lugares, memorias y hasta economías locales.
Y así, mientras el tiempo sigue su curso, Peñíscola continúa viviendo de aquel pasado de película, y las miradas de Heston y Loren, tensas fuera de cámara y magnéticas en pantalla, siguen cabalgando juntas hacia la inmortalidad del cine clásico.
Vídeo: “15 Weird Facts About El Cid (1961) You Never Knew”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). El Cid (película). Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/El_Cid_(pel%C3%ADcula)
- Blez, A. (2025, 20 noviembre). Fue uno de los rodajes más recordados de Hollywood en España y desembarcó hace 65 años: “El Cid” de Charlton Heston y Sophia Loren. elDiario.es. https://www.eldiario.es/spin/rodajes-recordados-hollywood-espana-desembarco-65-anos-cid-charlton-heston-sophia-loren-pm_1_12784650.html
- Parcero, M. (s. f.). Peñíscola y “El Cid”: una gran historia de turismo de pantalla. Spain Screen Tourism. https://spainscreentourism.com/peniscola-y-el-cid-una-gran-historia-de-turismo-de-pantalla/
- Talz, J. A. (2020, 1 octubre). ¿Sabías que… «EL CID» (1961). Todo Calidad. https://www.todocalidad.es/sabias-que/el-cid-pelicula-1961/
- Molina, C. (2025, 13 noviembre). El turismo de pantalla cala entre los extranjeros: un 44% viaja atraído por lo que ve en la tele. Cinco Días. https://cincodias.elpais.com/companias/2025-11-13/el-turismo-de-pantalla-cala-entre-los-extranjeros-un-44-viaja-atraido-por-lo-que-ve-en-la-tele.html
- Muñiz, F. (2025, 8 febrero). Massiel, la estrella que sobrevivió al ataque más absurdo del fascismo español. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/massiel-la-estrella-que-sobrevivio-al-ataque-mas-absurdo-del-fascismo-espanol/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






