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Incendio del supermercado Ycuá Bolaños: anatomía de una tragedia

Un domingo cualquiera convertido en fecha imposible de olvidar

El 1 de agosto de 2004 amaneció como esos domingos de invierno tranquilo en Paraguay, con un ritmo lento y la típica carrera de última hora para comprar lo necesario antes del asado. La sucursal Botánico del supermercado Ycuá Bolaños estaba llena hasta la bandera. Familias, parejas, trabajadores de paso… todos apuraban compras tan rutinarias como el pan del día, alguna bebida o el carbón de rigor. Lo que ninguno intuía era que, desde primera hora, sobre sus cabezas avanzaba sigiloso un incendio que terminaría por convertirse en la mayor catástrofe civil en tiempos de paz del país.

A las 11:20, con entre 800 y 1000 personas en el interior, el edificio se transformó en un infierno desatado con una violencia que superó incluso los peores escenarios imaginados por los bomberos más veteranos. Grasa acumulada, un diseño defectuoso y decisiones humanas incomprensibles completaron el caldo de cultivo de un desastre que todavía hoy sigue generando dolor, sorpresa y preguntas sin respuesta.

Un edificio moderno… aunque solo en apariencia

La sucursal Botánico abrió sus puertas en 2001 en medio de discursos optimistas y promesas de modernidad. Sus 12.000 metros cuadrados, más de 350 plazas de aparcamiento y capacidad para alrededor de mil personas la convirtieron en símbolo del dinamismo comercial de Asunción. No obstante, bajo esa apariencia impecable se escondían decisiones técnicas y de mantenimiento que, vistas con perspectiva, provocan auténtico escalofrío.

La chimenea del restaurante, aparentemente inofensiva, contaba con un tramo en forma de S que favorecía la acumulación de hollín y grasa. Tres de los conductos interiores no tenían salida al exterior, atrapando humo y gases entre el cielo raso y el techo. Para rematar, el recubrimiento del techo era de poliuretano, un material inflamable que desprende gases tóxicos a gran velocidad. Ni extractores eólicos, ni un mantenimiento adecuado. Empleados del local recordaron, tiempo después, pequeños incendios previos a los que no se dio mayor importancia.

Aquel espacio oculto entre el falso techo y la estructura principal se había convertido en una cámara llena de calor, residuos combustibles y aire viciado. Una combinación tan peligrosa que habría sido rechazada incluso en un manual de malas prácticas.

Señales tempranas que nadie quiso ver

A las nueve de la mañana, la rutina del restaurante activó el mecanismo del desastre. La parrilla del asado encendió las primeras chispas, que prendieron la grasa acumulada en la chimenea. El fuego se extendió lentamente por el cielo raso mientras el personal seguía con su jornada habitual. Durante más de una hora, las llamas avanzaron a escondidas, alimentadas por la grasa, el calor y la falta absoluta de ventilación.

Una primera explosión leve, provocada por la interacción del fuego con los vapores de los hornos eléctricos, fue detectada por algunos empleados. En otro lugar podría haber detonado sistemas de alarma, evacuaciones preventivas o inspecciones urgentes. En Ycuá Bolaños quedó en el cajón mental de “nada grave”.

Las alarmas de incendio figuraban en los planos, pero nunca sonaron. Bomberos y autoridades municipales jamás hicieron la inspección final obligatoria para abrir al público. El local funcionaba, literalmente, por costumbre.

El instante en que todo estalló

A las 11:20, el techo cedió en varios puntos, permitiendo la entrada repentina de oxígeno. La reacción fue inmediata: primero un fenómeno conocido como “explosión por retorno de aire” y, casi al instante, un “encendido súbito generalizado”. En menos de un abrir y cerrar de ojos, todos los materiales combustibles del espacio ardieron al mismo tiempo. La temperatura superó los 600 grados.

incendio del supermercado Ycuá Bolaños

Las personas que estaban cerca del foco ni siquiera tuvieron tiempo de reaccionar. Murieron sin poder dar un paso. Los aerosoles explotaron, las garrafas salieron despedidas y los vehículos empezaron a arder como si fuesen de papel. En ese caos, los clientes corrieron hacia las salidas, pero lo que encontraron al llegar fue aún más devastador.

Las puertas cerradas: el gesto que convirtió un incendio en tragedia nacional

Las puertas estaban cerradas. En plena emergencia. Con cientos de personas intentando salir desesperadas. Aquella decisión —si fue orden directa, costumbre o iniciativa individual— sigue siendo, dos décadas después, la herida más profunda del caso.

La práctica de ciertos comercios de cerrar puertas ante apagones o situaciones de descontrol para evitar robos estaba extendida. Y el comportamiento del guardia que disparó al aire para mantener el portón cerrado no hizo más que reforzar la percepción de que ese día también se aplicó esa norma no escrita. Los tribunales debatieron durante años si hubo “dolo eventual”: no querer matar, pero aceptar el riesgo de que ocurriera.

Para las familias, aquel concepto jurídico resultaba insuficiente ante la escena más repetida en los testimonios: personas apiladas a escasos centímetros de una salida que nunca debió estar bloqueada.

Rescate contra reloj: entre el humo, el miedo y la impotencia

El primero en llegar no fue una patrulla ni una dotación completa, sino un bombero que iba de calle y que, al ver la columna de humo, se lanzó hacia el lugar. Allí se topó con un guardia armado intentando cerrar el portón. Hubo forcejeos, empujones, gritos. Finalmente consiguió abrir un hueco que permitió sacar a las primeras personas.

Las unidades oficiales llegaron poco después, pero acceder por el aparcamiento era prácticamente imposible debido al humo. Se abrió un boquete lateral, improvisado pero eficaz, que se convirtió en la principal vía de evacuación. De baños, depósitos y hasta cámaras frigoríficas comenzaron a salir supervivientes que habían buscado refugio donde buenamente habían podido.

La discoteca situada frente al supermercado se reconvirtió en morgue provisional. Los hospitales colapsaron durante horas. El sistema telefónico de emergencias no pudo con la avalancha de llamadas. El país entero contempló, atónito, cómo un simple edificio comercial se transformaba en una trampa mortal.

Las cifras de la tragedia: números que aún duelen

La cifra oficial habla de 327 fallecidos, entre 249 y 500 heridos y seis personas dadas por desaparecidas. Sin embargo, familiares de las víctimas sostienen que los números reales fueron mayores, quizá cercanos a las 400 muertes. Más de un centenar de cuerpos quedaron tan afectados por el fuego que solo pudieron identificarse mediante pruebas forenses que Paraguay, en aquel momento, no tenía capacidad para realizar.

Los entierros apresurados, las fosas improvisadas y la larga lista de nombres sin identificar dejaron una huella indeleble en la memoria colectiva.

Un proceso judicial tan complejo como la propia tragedia

La investigación y el juicio se extendieron durante años y estuvieron cargados de polémica. Hubo jueces que se apartaron, fiscales destituidos, audiencias suspendidas por incidentes y un primer fallo en 2006 que calificó los hechos como “homicidio culposo”. Aquella resolución desató protestas, gritos, disturbios y una indignación generalizada, hasta el punto de que la sentencia ni siquiera pudo leerse completa.

Dos años después, un nuevo tribunal dictaminó que Juan Pío Paiva, su hijo Víctor Daniel y el guardia Daniel Areco habían actuado con dolo eventual, y los condenó por homicidio doloso. Las penas —12, 10 y 5 años— fueron consideradas insuficientes por muchas familias, que vieron en las condenas una reparación incompleta.

También fueron condenados el arquitecto del edificio y varios funcionarios municipales por fallos en la construcción y una fiscalización deficiente. Con el paso de los años, todos ellos fueron quedando en libertad debido a beneficios penitenciarios.

De las ruinas al recuerdo: un lugar para la memoria

Con el tiempo, el solar del supermercado se transformó en un espacio de homenaje. En el 18º aniversario del incendio se inauguró el Sitio de Memoria y Centro Cultural 1-A Ycuá Bolaños, un lugar creado para recordar a las víctimas y mantener viva la exigencia de justicia y responsabilidad.

Durante su visita a Paraguay en 2015, el Papa Francisco bendijo el lugar, un gesto que muchas familias interpretaron como un reconocimiento necesario y profundamente humano.

Un incendio que cambió a todo un país

La tragedia del Ycuá Bolaños dejó al descubierto carencias estructurales: normativas anticuadas, controles ineficaces, una cultura empresarial excesivamente confiada en su propia improvisación y una justicia lenta y politizada. La presión social generada a raíz del desastre impulsó reformas en seguridad, prevención y gestión de emergencias. Tardías, sí, pero imprescindibles.

Sin embargo, por encima de leyes y reformas permanece la memoria de un país que perdió a cientos de personas en un lugar destinado a ser seguro y cotidiano. Un supermercado. Un domingo. Unas compras sencillas.

Y una pregunta que sigue repitiéndose: cómo fue posible llegar a semejante tragedia.

Vídeo: “#Latitud25 – Ycuá Bolaños: 15 años del Horror”

Fuentes consultadas

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