Nacimiento, educación y primeras inquietudes
Domingo Francisco Jorge Badía y Leblich vino al mundo en Barcelona en 1767, en el seno de una familia bien colocada entre despachos militares y oficinas administrativas. Pasó su infancia entre Cataluña y Andalucía, moviéndose como un pequeño nómada que todavía no sabía que estaba ensayando para el papel de su vida. Desde muy temprano mostró un apetito voraz por aquello que a otros les parecía lejano o incomprensible: estudió árabe por cuenta propia, devoró tratados sobre costumbres islámicas y se encaprichó con la aerostática, disciplina que le aportó tanto algún aplauso aislado como un surtido de deudas.
Su paso de funcionario ilustrado —de esos que llevan pluma en el bolsillo y buenos modales en el gesto— a viajero clandestino no fue fruto de una noche de malas decisiones, sino el resultado de un plan completamente calculado. Se dedicó a aprender idiomas con disciplina de opositor, a memorizar rituales con la paciencia de un monje y a copiar gestos cotidianos con la precisión de un actor que no puede fallar en el estreno. Incluso llegó a perfeccionar la manera adecuada de preparar té, porque sabía que un pequeño detalle bastaba para delatar al extranjero. Nada quedó a la improvisación.
El traje como herramienta: nacer de nuevo como Alí Bey el-Abbasi
Cuando Badía decidió ponerse en la piel de Alí Bey el-Abbasi, supuestamente descendiente directo de la noble estirpe abasí, lo hizo como quien se coloca un uniforme para cruzar una frontera invisible. No bastaba con enfundarse en turbantes y sedas: la metamorfosis exigía acentos impecables, devoción ritual a prueba de miradas inquisitivas y una comprensión amplia de la etiqueta oriental. El disfraz no era un capricho; era la llave maestra que abría salas donde los europeos eran recibidos con una mezcla de recelo y cortesía distante.
Gracias a su nueva identidad consiguió acceso a palacios, obtuvo audiencias con gobernantes locales y, lo que más asombro genera incluso hoy, logró la autorización para visitar lugares sagrados estrictamente vetados a los no musulmanes. Su teatro social no era un simple número de magia; era una pieza calculada de diplomacia encubierta, una coreografía donde cada palabra y cada gesto mantenían vivo al personaje.
Los viajes que dejaron impronta: Marruecos, la Meca y el Levante
En 1803 emprendió su gran escapada. Durante varios años recorrió Marruecos, Argelia, Tripolitania, Egipto, la península arábiga y distintos enclaves del Levante mediterráneo. Se le vio paseando por Chipre, observando Jerusalén con la curiosidad de quien quiere memorizarlo todo y moviéndose por Constantinopla como si fuese un vecino experimentado. En Marruecos fue acogido con honores; en La Meca, según relató él mismo, cumplió con la peregrinación, una hazaña que aún provoca levantamiento de cejas y murmullos de admiración por igual.
También visitó la cueva de Macpela en Hebrón y otros lugares con un acceso tan restringido que muchos europeos apenas habían oído hablar de ellos más allá de textos bíblicos y relatos de segunda mano. Sus crónicas no se limitaron a describir escenas pintorescas: incluyó datos sobre geografía, comercio, demografía y economía local con un nivel de precisión que revela la mirada analítica que escondía tras su turbante. Badía observaba como viajero, sí, pero también como técnico y espía.
Entre el aventurero y el agente: la doble vida de un espía ilustrado
El romanticismo de sus peripecias no puede separarse del contexto político de la época. Badía no vagaba por el mundo solo para nutrir diarios de viaje: estaba ligado —o como mínimo simpatizaba— con los intereses de Manuel Godoy, lo cual lo situaba entre los territorios difusos donde la diplomacia y el espionaje se dan la mano. Su misión consistía en tantear la situación política de determinados territorios, averiguar si ciertos líderes eran fiables, identificar tensiones internas y, en definitiva, recopilar información útil para la política exterior española.
Ese doble rol crea una figura fascinante y contradictoria: viajero culto capaz de describir ceremonias religiosas con sensibilidad etnográfica y, al mismo tiempo, agente dispuesto a ocultar información, exagerar otras y manipular percepciones para influir en decisiones estratégicas. El disfraz no era solo una herramienta literaria; era un instrumento de poder.
Publicaciones, recepciones y el éxito europeo
A su regreso —aunque nunca volvió del todo— publicó sus relatos bajo el nombre de Alí Bey. La edición francesa de 1814 causó sensación. Europa bebió sus páginas con avidez, fascinada por una mezcla de exotismo, análisis minucioso y escenas que parecían arrancadas de un cuento de aventuras. Los libros se tradujeron a varios idiomas y circularon entre lectores de clase alta, diplomáticos, geógrafos y curiosos que buscaban en Oriente un universo ajeno al suyo pero profundamente atractivo.
La voz del narrador, presentada como la del propio Alí Bey, añadía un toque de misterio y provocó debates sobre la autenticidad del relato. ¿Quién hablaba realmente en esas páginas? ¿El español disfrazado o el príncipe imaginario? Fuera quien fuese, lo cierto es que consolidó una reputación literaria que lo convirtió en referencia para los estudios orientalistas de la época.
El pulso con la actualidad política: apoyo a José I y posterior exilio
Cuando España se vio sacudida por la invasión napoleónica, Badía tomó una decisión que marcaría su futuro: se alineó con el gobierno de José Bonaparte. No solo lo apoyó, sino que aceptó cargos municipales de responsabilidad, como la alcaldía de Córdoba en 1810. Allí impulsó proyectos agrícolas, promovió investigaciones científicas y trató de modernizar la región con un entusiasmo propio de los funcionarios reformistas del momento.
Pero la política es voluble, y cuando los franceses fueron expulsados, Badía pasó de funcionario ilustre a personaje comprometido. La única salida fue el exilio. Se estableció en Francia, donde continuó escribiendo y reconstruyendo su perfil público, como si la vida le ofreciera una nueva oportunidad para jugar otra identidad.
La segunda salida: regreso bajo otro nombre y una muerte envuelta en sombras
En 1818 decidió volver a Oriente, esta vez con la identidad de Alí Othman, como si el personaje anterior necesitara una segunda capa de anonimato. Poco después de llegar a Siria falleció de forma repentina. Las teorías que rodean su muerte son casi tan novelescas como su vida. Algunos atribuyeron su final a un posible envenenamiento ordenado por servicios secretos británicos. Otros hablaron del hallazgo de una cruz escondida en su chaleco, un detalle que habría complicado un entierro islámico y alimentado suspicacias.
Las explicaciones más prosaicas también existen, y apuntan a enfermedad o accidente. Sin embargo, la falta de certezas ha permitido que la leyenda adquiera vida propia, sumando capas de misterio alrededor de un hombre que ya de por sí parecía escapar a cualquier definición cerrada.
Curiosidades, contradicciones y el legado híbrido
La figura de Alí Bey se ha convertido en un terreno fértil para el análisis y la ficción. Su identidad impostada, lejos de desautorizarlo, lo situó en un lugar único entre exploradores europeos. Fue impostor y pionero al mismo tiempo. Engañó, sí, pero también registró datos que resultaron valiosos para la cartografía, la etnografía y la historia.

En Barcelona y Tánger hubo calles que llevaron su nombre y en esta última incluso se erigió una estatua, retirada en tiempos recientes por debates sobre la memoria histórica. Su figura ha inspirado novelas, ensayos y documentales, porque encierra todo lo necesario para una historia irresistible: espionaje, viajes, exotismo, contradicción moral y una pulsión casi teatral por reinventarse.
Anécdotas ilustrativas: teatro, té y un pasaporte de mentira
Quien repase su biografía encontrará episodios cargados de ironía. En más de una ocasión burló controles simplemente gracias a su dominio del protocolo local. En otra, conquistó el favor de un líder tribal gracias a su talento preparando té, lo que demuestra que la política internacional puede depender de una tetera bien manejada.
También era habitual que llevase consigo documentos falsificados y cartas de recomendación inventadas, que presentaba con una calma inquebrantable. Su habilidad consistía en convertir la mentira en un instrumento creíble, sin exageraciones innecesarias ni teatralidad visible. Estas anécdotas revelan el funcionamiento real de los viajeros del siglo XIX: más que aventureros románticos, eran operadores que se movían por redes personales, favores y astucias más que por permisos oficiales.
El escritor oculto tras el personaje: estilo y método
Sus libros muestran a un hombre que, bajo el disfraz, tenía una mirada profundamente analítica. No se conformaba con describir un zoco; apuntaba pesos, rutas comerciales y comparaba precios. No narraba una procesión sin ordenar jerarquías, distancias y ceremonial. Sus textos tienen un pie en la literatura y otro en la ciencia, lo que explica que se convirtieran en lecturas imprescindibles para diplomáticos, viajeros y eruditos.

La máscara del personaje no anuló la exactitud del observador. Al contrario, parece que el disfraz le permitía observar sin ser observado.
Versiones contradictorias y la historiografía moderna
A lo largo del tiempo, la figura de Badía ha sido objeto de análisis muy distintos. Ha sido reivindicado como pionero de la etnografía moderna y criticado como ejemplo de apropiación cultural. Se estudia como producto —y a la vez analista— del orientalismo europeo, como espía, como viajero literario y como hombre atrapado entre la admiración por el mundo árabe y la necesidad de servir a intereses políticos propios.
Los investigadores han rastreado cartas, informes y testimonios, tratando de reconstruir qué hubo de cierto y qué fue artificio. La conclusión generalizada es que Alí Bey fue una criatura híbrida, a medio camino entre la erudición y la estrategia, entre la documentación rigurosa y el teatro diplomático.
Epílogo abierto: la historia que aún provoca preguntas
La vida de Alí Bey sigue dejando interrogantes en el aire. ¿Hasta qué punto es legítima la exploración cuando se sustenta en una identidad prestada? ¿Qué valor tiene un relato cuando su autor juega con máscaras sucesivas? ¿Cómo distinguir entre la vocación científica y el interés político?
Sus libros continúan reeditándose, se estudian en universidades y aparecen en bibliografías especializadas. Su figura, a medio camino entre la realidad histórica y el mito literario, sigue captando la atención de quienes encuentran en él un ejemplo perfecto de cómo un solo individuo puede encarnar las tensiones, deseos y contradicciones de toda una época.
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Fuentes consultadas
- Real Academia de la Historia. (s.f.). Domingo Badía y Leblich. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/5121-domingo-badia-y-leblich
- Legado Andalusí. (2021). Alí Bey o Domingo Badía, un viajero español de la Ilustración por el mundo árabe. https://www.legadoandalusi.es/revista/ali-bey/
- Biblioteca Digital de Andalucía. (s.f.). Viajes de Ali Bey el Abbassi (Don Domingo Badía y Leblich) por África y Asia. https://www.bibliotecadigitaldeandalucia.es/catalogo/es/consulta/registro.do?id=1044690
- Almarcegui, P. (2012). El proceso de escritura de los viajes de Alí Bey (tesis/artículo). Repositorio UAM. https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/12871/61799_11.pdf?sequence=1
- González, B. A. (2018). The travel writer in disguise: Ali Bey and the construction of a national Hispano-Arabic discourse (1800–present). https://agonzalez.faculty.wesleyan.edu/files/2020/07/The-travel-writer-in-disguise.pdf
- Biblioteca Nacional de España. (s.f.). Selección de obras del siglo XIX: Viajes de Ali Bey el Abbassi. https://www.bne.es/es/Micrositios/Guias/Viajes/Seleccion/XIX/SeleccionXIX/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






