La historia, muchas veces contada con barniz sensacionalista y algún que otro adorno periodístico, comienza con una decisión práctica que desmiente la ergonomía moral: en 1913 Walburga “Dolly” Oesterreich, esposa de familia acomodada, abre su casa —de palabra y de hecho— a Otto Sanhuber, un joven reparador de máquinas de coser. Lo que comenzó como un encuentro furtivo, si bien salpicado de cartas y confidencias, terminó en una solución doméstica que parecería salida de una comedia negra: alojar al amante en el propio desván para que su presencia pasara desapercibida. Y funcionó.
La puesta en escena era más chapucera que sofisticada: una trampilla en el techo que cerraba con llave, un hueco camuflado entre cajas y ropa, y una estricta doctrina del silencio. Otto vivía en un limbo entre clandestinidad y ocio intelectual: velas para leer, relatos escritos en la penumbra y, según sus declaraciones posteriores, una vida íntima compartida con Dolly que, en su cosmovisión, justificaba el aislamiento. Cuando la familia Oesterreich se mudó de Milwaukee a Los Ángeles, la mudanza incluyó una condición poco habitual: la nueva casa debía tener ático —y lo tuvo.
Anatomía de un crimen improbable
La noche del 22 de agosto de 1922 condensó años de discreción en un único latigazo público. Una pelea entre Dolly y su marido, Fred, fue oída por Otto desde su escondite; la versión que él mantuvo fue la de alguien que baja a proteger a la persona amada y, en el forcejeo, dispara tres veces, matando a Fred. Los cronistas de la época dibujaron la escena con trazos de teatro barato: se intentó simular un robo, Dolly aseguró que se había atrincherado en un armario, y la existencia del inquilino secreto, claro, dejó a los investigadores perplejos hasta que el misterio cambió de dimensión.
La praxis forense de los años veinte, modesta frente a los métodos actuales, no impidió que se relacionaran armas —se habló de dos pistolas calibre .25— y que el relato se salpicara de detalles rocambolescos: encargos a terceros para deshacerse de pruebas, traslados nocturnos de objetos comprometidos y la hipocresía social propia de la época, que escandalizaba por el adulterio mientras devoraba titulares rojos.
Juicios, apellidos y estatutos: el arte de no pagar por completo
Que el asunto acabara en los tribunales era previsible; que el desenlace resultara tan trabado ya no tanto. Otto, bautizado por la prensa como “the Bat Man” —apodo mordaz si los hay— fue detenido y llegó a ser condenado por homicidio involuntario, aunque el fulcro penal se fue deshilachando entre tecnicismos legales: plazos, prescripciones, cambios de identidad. Dolly llegó a ser imputada; su caso terminó con jurado colgado y acusaciones que, con el tiempo, se diluyeron como una tinta mal fijada. Otto rehízo su vida con otro nombre —Walter Klein—, se casó y se alejó de la notoriedad, trocando el resplandor clandestino del ático por un anonimato menos dramático.
Psicologías a contraluz: dependencia, deseo y supervivencia
Apartando el morbo, el episodio ofrece capas psicológicas llamativas. Dolly encarna la figura compleja de una mujer que oscila entre los papeles de señora de la industria y de seductora que maneja recursos prácticos; Otto, el joven que acepta un exilio prolongado en nombre de un afecto que, quizá, confundía salvación con cautiverio. La larga convivencia secreta crea su propia ecología: reglas internas, una economía doméstica donde Dolly provee y Otto renuncia al mundo exterior, y una relación que desafía etiquetas sencillas de víctima o verdugo. Cronistas y archivos municipales han narrado el caso con humor negro y cierta piedad, transformando a sus protagonistas en figuras a la vez grotescas y reconocibles.
Curiosidades que resisten la hagiografía sensacionalista
Algunos detalles que la memoria colectiva suele dejar relegados: el asunto dio pie a adaptaciones audiovisuales y episodios en programas de true crime; las fotografías —judiciales y caseras— perduran en archivos de Los Ángeles; y la casa de Silver Lake quedó, por un tiempo, inscrita en la toponimia del escándalo local. Además, los trámites burocráticos posteriores —cambios de nombre, fichas policiales, registros civiles— prueban que, tras el alboroto, la vida continuó de forma anodina, con sus papeles, sus mudanzas y sus segundas oportunidades.
Vídeo:
Fuentes consultadas
- Garrido, M. (2016, 15 de junio). Una millonaria, un amante y un ático: la historia que escandalizó en los años veinte. Vanity Fair España. https://www.revistavanityfair.es/poder/articulos/dolly-oesterreich-millonaria-viuda-alegre-esclavo-sexual-siglo-xx/22486
- Los Angeles Times. (1995, 20 de marzo). ‘Bat Man’ Case: a Lurid Tale of Love and Death. https://www.latimes.com/archives/la-xpm-1995-03-20-me-44878-story.html
- Nugent, A. (2016, 7 de junio). The Married Woman Who Kept Her Lover in the Attic. Atlas Obscura. https://www.atlasobscura.com/articles/the-married-woman-who-kept-her-lover-in-the-attic
- Wille, G. (2021, 27 de agosto). La mujer que ocultó a su amante por 10 años en el ático. La Nación. https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/la-vampira-la-historia-de-la-mujer-casada-que-oculto-a-su-amante-en-el-altillo-durante-10-anos-nid26082021/
- Movistar Plus+. (s. f.). Un crimen para…: ¿A que no adivinas quién soy? https://www.movistarplus.es/documentales/un-crimen-para-recordar/a-que-no-adivinas-quien-soy/ficha?id=1591291&tipo=E
- Walburga Oesterreich. (s. f.). Wikipedia. https://en.wikipedia.org/wiki/Walburga_Oesterreich
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