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Barbora Skrlová: la vida real detrás de La huérfana

El cine, ese gran ilusionista, suele colar a la audiencia trampantojos emocionales y tramas imposibles de creer fuera de la pantalla. Pero a veces la realidad, tan testaruda ella, decide escribir un guion que haría palidecer al mismísimo Hitchcock. El caso de Barbora Skrlová, la mujer que se hizo pasar por niña y acabó inspirando la película La huérfana, es una de esas historias donde la ficción parece quedarse corta. Y no, no es un rumor de sobremesa ni una leyenda urbana; se trata de un episodio documentado, perturbador y con tintes de tragicomedia grotesca.

Una infancia perpetua… en la edad adulta

Barbora Skrlová nació en 1973 en la antigua Checoslovaquia. Desde buen inicio, su biografía traía un giro extraño: padecía hipopituitarismo, un raro trastorno del sistema endocrino que frena el crecimiento y la maduración física. En cristiano: el cuerpo de Barbora parecía congelado en una adolescencia perpetua mientras la vida seguía su curso. Con más de treinta años, su apariencia engañaba sin esfuerzo; cualquiera habría jurado que se encontraba ante una cría de secundaria.

La condición médica, en teoría, podría haber sido un simple rasgo peculiar, una anécdota genética. Pero en manos de Skrlová se convirtió en un disfraz vitalicio. Lo que para otros habría sido un obstáculo, ella lo utilizó como carta maestra para reinventarse, manipular y, sobre todo, desaparecer entre papeles falsos y nuevas identidades.

El encuentro con Klara Mauerová

El auténtico terremoto comenzó en 2007, cuando Skrlová entró en contacto con Klara Mauerová, una maestra checa de carácter frágil y muy influida por un grupo sectario de corte místico-religioso. Barbora, envuelta en su piel de eterna adolescente, se presentó como una huérfana de 13 años con un pasado digno de melodrama de sobremesa. Klara, conmovida hasta las lágrimas, la acogió en casa como si fuera una hija.

Lo que parecía un acto de bondad cristiana se transformó en una pesadilla en dos actos. Por un lado, Barbora se convirtió en la nueva niña mimada. Por otro, los hijos biológicos de Klara, Jakub y Ondrej, pasaron de ser el centro de la vida familiar a convertirse en víctimas de sospechas, acusaciones y un infierno doméstico alimentado por los celos de la falsa huérfana.

El sótano de los horrores

La historia adquirió tintes de auténtico espanto cuando Klara, bajo la influencia de Barbora y el entorno sectario, tomó una decisión difícil de digerir incluso para mentes curtidas en cine gore: encerrar a sus hijos en una jaula de hierro en el sótano. A partir de ahí, el repertorio de abusos rozó lo inimaginable.

Los pequeños fueron obligados a dormir entre sus propios excrementos, quemados con cigarrillos, golpeados de manera regular y sometidos a baños de agua helada. A esta crueldad sistemática se añadió un componente de pesadilla: la mutilación de su propia piel para ser ingerida como grotesco banquete. No se trataba de un exabrupto momentáneo, sino de una dinámica mantenida en el tiempo que solo se detuvo cuando uno de los niños murió en el hospital. El otro, con vida pero marcado para siempre, sería clave para desenmascarar a Barbora.

La fuga de la mujer-niña

Cuando el caso salió a la luz, Skrlová ya había desplegado su talento para la fuga. Con la naturalidad de quien cambia de camiseta, se reinventó en Noruega como “Adam”, un adolescente varón de 14 años. Bastó raparse la cabeza, ganar unos kilos y elaborar un relato lacrimógeno para que una familia noruega la acogiera con los brazos abiertos.

El ingenio de la impostora rozaba lo macabro: no solo logró engañar a adultos de buena fe, sino también a instituciones que la inscribieron en una prestigiosa escuela. Mientras las verdaderas víctimas sobrevivían al trauma, Barbora disfrutaba de una segunda oportunidad bajo un disfraz masculino.

El descubrimiento y la justicia a medias

La farsa, como toda mascarada, tenía fecha de caducidad. La policía checa y las autoridades noruegas acabaron destapando la verdad: “Adam” no era un chico desamparado, sino una mujer de 33 años con un historial criminal escalofriante. El estupor fue generalizado; el caso parecía una mala novela de misterio, solo que los daños eran reales.

El juicio posterior dejó un regusto amargo. Skrlová fue condenada a cinco años de prisión, una pena que muchos consideraron irrisoria frente a la magnitud de los hechos. La justicia alegó factores médicos y la influencia de terceros, pero la percepción pública fue que se había quedado corta ante un horror de semejante calibre.

El salto a la gran pantalla

Como no podía ser de otra forma, Hollywood no tardó en olfatear el filón narrativo. Leonardo DiCaprio, a través de su productora Appian Way, se interesó por la historia, y de esa curiosidad nació La huérfana (2009). El personaje de Esther, la niña con rostro angelical y pasado infernal, es una adaptación libre de Barbora Skrlová. En el guion se optó por suavizar ciertos detalles —ningún productor en su sano juicio iba a mostrar mutilaciones servidas como aperitivo—, pero el trasfondo quedó claro: la monstruosidad puede esconderse bajo la fachada más inocente.

La película, más allá de su éxito en taquilla, planteó un debate inquietante sobre la confianza, las apariencias y los límites de la empatía. Porque, al fin y al cabo, ¿quién sospecharía de una niña de mirada dulce? La vida de Barbora Skrlová demostró que, a veces, los mayores horrores se ocultan tras el disfraz más cándido.

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