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El rey Fatafehi ‘o Lapaha: el desvirgador real de Tonga

Hay monarcas que pasan a la historia por conquistar tierras, otros por fundar imperios, y luego está Fatafehi ‘o Lapaha, el venerable rey de Tonga que, sin necesidad de espada ni batallas, dejó su huella en los anales del Pacífico como el “desvirgador oficial” del reino. Sí, lo que en otros contextos podría sonar a chisme malintencionado o a cuento inventado por algún cronista de taberna, en este caso es historia documentada. Y es que, a falta de guerras, este rey de Tonga se dedicó a inaugurar la vida sexual de las jóvenes vírgenes del reino. Todo muy institucional, muy sagrado, muy… real.

Tonga: un paraíso regido por costumbres muy particulares

Tonga es un pequeño archipiélago del Pacífico Sur que ha sabido conservar durante siglos una de las pocas monarquías polinesias con continuidad histórica. Su bandera, de diseño sencillo y reconocible, ondea como símbolo de un país donde la tradición sigue teniendo un peso notable.

Antes de la llegada al archipiélago de misioneros occidentales, una profunda espiritualidad regía todos los aspectos de la vida tongana. Era un sistema en el que el monarca era mucho más que lo entendemos por un rey; era una figura cercana a un semi-dios cuyo estatus le confería el poder de mediar entre los mortales y lo sagrado en un vínculo cósmico que daba sentido a la comunidad.

En este universo cultural, el sexo no era ni tabú ni objeto de ocultamiento puritano. Todo lo contrario. Se celebraba, se ritualizaba y, en el caso del rey Fatafehi ‘o Lapaha, se institucionalizaba con entusiasmo casi burocrático.

El cargo de desvirgador real: nobleza obliga

Fatafehi ‘o Lapaha ostentó el título de Tu’i Tonga, una dignidad que venía acompañada de funciones tan dispares como organizar ceremonias, mediar con los dioses y, aquí viene lo peculiar, encargarse de “iniciar” sexualmente a las jóvenes vírgenes de la nobleza. No era por gusto… sino por deber ancestral. Una tradición revestida de sacralidad que establecía que ninguna joven noble podía casarse o tener relaciones sexuales con otro hombre sin haber sido desflorada previamente por el monarca. Así, tal cual suena.

Lejos de parecer un acto de libertinaje, este rito tenía un carácter ceremonial, simbólico y casi místico. La unión con el Tu’i Tonga no implicaba matrimonio ni vínculo posterior, sino una suerte de purificación previa al desposorio “mundano” con sus respectivos pretendientes. La virginidad, como concepto físico y moral, se fundía aquí con una visión ritual del poder y la fertilidad. El rey no era tanto un hombre como una encarnación del maná, esa fuerza sagrada que recorría a los jefes polinesios como la electricidad en un cable mal pelado.

Cifras para el asombro

Las crónicas orales y las investigaciones antropológicas apuntan a que Fatafehi ‘o Lapaha no era precisamente un vago. Se dice que llegó a desflorar hasta 10 vírgenes por día. Algunos estudiosos estiman que habría iniciado sexualmente a más de 30.000 mujeres durante su reinado.

Este dato ha suscitado todo tipo de interpretaciones. La realidad probablemente se sitúe en un punto intermedio, entre la crónica embellecida por la tradición oral y la verdad histórica convenientemente decorada por el orgullo local.

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Antropología y crítica: cuando el mito se sienta en el diván

Algunos antropólogos han señalado que esta costumbre, lejos de representar una celebración del deseo, servía para reforzar la hegemonía del poder real sobre el cuerpo de las mujeres nobles. El rey, al ejercer ese derecho, reafirmaba su posición no sólo en la jerarquía espiritual, sino también en la estructura social y reproductiva del reino.

Por otra parte, conviene recordar que el Tu’i Tonga no era un “rey” al uso occidental. Su figura tenía más de sumo sacerdote que de monarca absolutista. Y en un mundo donde lo divino y lo sexual no estaban en conflicto, sino en danza ritual constante, su papel como “primer amante” era más litúrgico que lascivo.

El ocaso de la tradición y la llegada de los «aguafiestas» misioneros

Todo este despliegue de erotismo sacralizado sufrió un cortocircuito en el siglo XIX, cuando los misioneros cristianos —presbiterianos, metodistas y otros portadores de moral victoriana— pusieron su pie en Tonga con la idea de salvar almas y cubrir cuerpos. No tardaron en demonizar las prácticas tradicionales, incluidas las sexuales, que consideraban bárbaras, pecaminosas y, por supuesto, incompatibles con el ideal europeo de decoro.

La figura del rey desvirgador pasó entonces de ser un símbolo de poder divino a una vergüenza que debía ocultarse en los pliegues de la historia. Tonga se convirtió al cristianismo en masa y con fervor enardecido, y con ello se desmantelaron muchas de sus prácticas ancestrales, sustituidas por escuelas dominicales, himnos y vestidos largos.

Hoy, en Tonga, el nombre de Fatafehi ‘o Lapaha se menciona más como una curiosidad que como una gesta heroica. Su recuerdo sobrevive en las historias que todavía se cuentan de generación en generación, aunque pocas veces aparezca en los libros. Es una memoria tan incómoda como fascinante, que nos acerca a un tiempo en el que el poder del rey no se mostraba solo en ceremonias solemnes, sino también en creencias, tradiciones por extrañas que nos suenen en nuestros días.


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Fuentes: WikipediaThe Polinesia society

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