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Spinal Tap: la banda que demostró que lo ridículo también es eterno

La historia de la música está llena de excesos, tragedias, acordes mayores y menores, solos de guitarra que parecen desafiar la gravedad y grupos con nombres tan impronunciables, largos y rebuscados como la lista de adicciones de sus integrantes.

Pero en medio de este caos sonoro y glamouroso apareció un grupo —o, más acertadamente, un espejismo sonoro con pelucas imposibles, pantalones de leopardo y la capacidad de hacer que cada riff pareciera un suicidio técnico— que logró lo impensable: no existir… y a la vez llenar estadios, vender discos, coleccionar fans como cromos raros y ser reverenciado como si fueran los mismísimos Led Zeppelin en versión paródica.

Su nombre es un susurro entre el mito y la realidad: Spinal Tap. Su crimen, si se quiere llamar así, no fue otro que ser demasiado verosímiles para ser falsos, demasiado exagerados para ser ignorados y, sin embargo, completamente inventados, como si la música misma se hubiera mirado al espejo y decidiera tomarse una broma demasiado en serio.

Un documental más real que muchas biografías

Todo comenzó en 1984, año que para la música significó el nacimiento de una de las sátiras más finamente afiladas del universo musical. This is Spinal Tap, dirigida por Rob Reiner, no era un documental al uso, sino un mockumentary, término elegante que, traducido libremente, significa “falso documental que te deja dudas sobre si deberías replantearte toda tu historia del rock”. Y es que, paradójicamente, tenía más verdad que muchas autobiografías de rockeros octogenarios redactadas con más tinta vanidosa que sinceridad vital.

La película sigue la trayectoria de una banda ficticia de heavy metal británico en franca decadencia: Spinal Tap. Con sus giras desastrosas —nada define “éxito” como hoteles equivocados, conciertos con aforo de cinco personas y escaleras que se caen—, bateristas que explotan en circunstancias dignas de misterio policial y letras que podrían provocar convulsiones neuronales por lo obvias y ridículas, la cinta logra una precisión quirúrgica en su disección del rock de estadio, ese fenómeno que llenaba pabellones a base de decibelios, litros de laca y ego inflado hasta dimensiones casi planetarias.

El reparto era de lujo, con actores cuya convicción traspasaba la pantalla: Christopher Guest, Michael McKean y Harry Shearer encarnaban a los miembros de la banda con tal verosimilitud que más de uno juraría haberlos visto en Donington.

Shearer, además de ejercer de bajista en este universo paralelo donde la ironía se confunde con la realidad, es también la voz de Montgomery Burns, Ned Flanders y un buen puñado de habitantes de Springfield, lo que convierte cada aparición de los Tap en un metacameo, como si el mundo animado y el real se dieran la mano en un karaoke interdimensional lleno de riffs desafinados y solos que nadie debería tocar.

De la pantalla al escenario… y de ahí al mito

La sátira máxima llegó cuando, impulsados por el éxito desbordante del filme, Spinal Tap tomó una decisión que haría sonrojar al mismísimo universo: decidieron hacerse realidadconvertirse en una banda de carne, hueso y excesos propios del rock. Grabaron discos con títulos que parecían títulos de comedia absurda, hicieron giras que combinaron la desesperación logística con el glamour impostado de los años ochenta, y concedieron entrevistas con esa mezcla perfecta de solemnidad y “sí, esto va en serio, aunque no lo parezca”.

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Pero el punto culminante de su absurdo heroico fue el tributo a Freddie Mercury en 1992, donde compartieron escenario con nombres de la talla de Metallica, Guns N’ Roses y David Bowie. Imaginen la escena: un tributo cargado de emoción y respeto, y de repente, un grupo que nunca existió aparece entre las sombras, mientras el público intenta discernir si esto es un homenaje o un acto de magia chusca. Un delirio maravilloso que solo podría haber surgido de la mente de alguien que entiende que la realidad es mucho más divertida cuando se parece a la ficción.

Discografía imposible

A lo largo de los años, los Spinal Tap han ampliado su discografía con tres discos “reales” —“Break Like the Wind”, “Back from the Dead” y “This is Spinal Tap”, la banda sonora de su propia película ficticia, que es a la vez un guiño y una confesión de que en su mundo no existen límites entre la broma y la existencia—. Sin embargo, según la biografía oficial de la banda, que maneja cifras con cierta ligereza, ya habían grabado 32 discos antes de que alguien siquiera pensara en encender una cámara.

Spinal Tap

Una exageración gigantesca, absurda y totalmente rockera, que captura a la perfección lo que Spinal Tap representa: el amor por el exceso, la risa burlona hacia la fama y esa curiosa sensación de que cuanto más ridículo parece un gesto, más verdadero se siente. Esos números disparatados no son solo cifras inventadas: funcionan como un manifiesto secreto del heavy metal, una especie de guiño cómplice que dice “da igual si esto es real o no, lo que importa es la leyenda, el espectáculo y la capacidad de hacer que el público se quede preguntándose todo el tiempo dónde acaba la ficción y dónde empieza la pura y deliciosa realidad.

Baterías que arden, amplificadores que van hasta el 11

Uno de los detalles más divertidamente icónicos del universo Tap es su amor absoluto por todos los clichés posibles del rock. Por ejemplo, el hecho de que todos sus baterías mueren de formas sospechosamente ridículas: combustión espontánea, accidentes con jardineras, o simplemente desaparecen sin dejar rastro, como si el universo del heavy metal estuviera jugando a su propio juego macabro. Y, por supuesto, están sus amplificadores Marshall que no llegan al 10, sino al 11, porque, según ellos, “uno más siempre es mejor”. Lo que empezó como un chiste se ha convertido en una especie de metáfora universal del exceso inútil, un guiño a todos los que piensan que más siempre es más, aunque no sirva para nada.

Spinal Tap

Y luego están las letras. Verdaderas pequeñas joyas de absurdo: canciones como «Sex Farm» o «Big Bottom» —un himno descarado al trasero femenino— harían sonrojar incluso a Gene Simmons en sus mejores días de maquillaje y lengua fuera. El humor, deliberadamente burdo e idiota, está calculado con precisión quirúrgica para retratar a esas bandas que se toman demasiado en serio a sí mismas como para permitirse tomarse en serio de verdad. En otras palabras, Spinal Tap se ríe de todo, incluido de sí mismo, y eso es lo que lo hace tan genuinamente memorable.

Con diéresis… en la ‘n’

Otro detalle que se ha ganado un lugar en la historia de los absurdos del rock es el nombre de la banda. Spinal Tap decidió adornar su nombre con una diéresis sobre la ‘n’, un gesto que, a primera vista, parece completamente innecesario y que provoca más de un dolor de cabeza a cualquiera que intente escribirlo sin equivocarse.

Era, por supuesto, una parodia directa a esa moda metalera de poner umlauts o diéresis sin ton ni son, como hacían Mötley Crüe, Motörhead, Queensrÿche o incluso Mägo de Oz, y que siempre dejaba a los periodistas rascándose la cabeza y a los fans debatiendo si se debía escribir “Spiñal Tap” para no parecer analfabeto. Un juego de tipografía absurdo que refleja a la perfección la esencia de la banda: la mezcla de humor, exceso y ese toque de incomodidad elegante que hace que cualquier fan se sienta parte de una broma cósmica, mientras los riffs suenan como si la seriedad nunca hubiera existido.

Apareciendo en todas partes, como los buenos mitos

Spinal Tap no se quedó solo en el escenario ni en las portadas de discos imaginarios: su presencia en la cultura popular se convirtió en otro terreno para el humor y la paradoja. Como mencionábamos más arriba, uno de los ejemplos más llamativos son sus repetidas apariciones en Los Simpson, donde no solo son invitados musicales, sino que se entrelazan con la vida de Springfield como si fueran unos vecinos más del barrio.

La relación va más allá del cameo: Harry Shearer, bajista del grupo, presta su voz a personajes como el reverendo Lovejoy, Ned Flanders, Montgomery Burns, Waylon Smithers, Seymour Skinner, Otto Mann, Rainier Wolfcastle, Dr. Hibbert o Lenny, convirtiéndose en una especie de hombre orquesta animado.

Spinal Tap

Esto crea un efecto deliciosamente extraño: en la pantalla, Spinal Tap actúa como banda ficticia; fuera de ella, uno de sus miembros da vida a personajes que, a su vez, podrían perfectamente ir a uno de sus conciertos. Una especie de matrioska de realidad y ficción, donde cada aparición multiplica la sensación de que esta banda nunca existió… y al mismo tiempo está en todas partes.

Una mentira que canta verdades

Quizás lo más sorprendente de Spinal Tap es cómo una broma cinematográfica se ha ido filtrando en la realidad hasta convertirse en leyenda. Desde sus giras improbables hasta los discos que “supuestamente” llevan décadas grabando, pasando por los guiños constantes a la cultura pop, la banda se ha convertido en un símbolo del absurdo hecho arte, un recordatorio de que la música, a veces, es tan seria como uno quiera… o tan ridícula como permita la imaginación. Su humor, siempre burdo pero calculadamente perfecto, no solo parodia el heavy metal: celebra la paradoja de existir sin existir, de ser un mito que camina entre la pantalla y el escenario, haciendo que cada riff, cada póster y cada aparición televisiva provoquen una sonrisa cómplice.

Al final, Spinal Tap funciona como un espejo deformado del mundo real del rock: exagerado, caótico, ruidoso, un poco tragicómico, y absolutamente memorable. Es la banda que nunca debió existir, y sin embargo, ahí está, tocando hasta el infinito en la memoria colectiva, recordándonos que a veces las mejores historias son las que se construyen entre la ficción y la realidad, y que la risa, mezclada con un poco de distorsión, puede ser tan poderosa como cualquier solo de guitarra que haya hecho historia.


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Fuentes: Wikipedia FilmaffinityPlano Americano

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