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Culto cargo a Rambo: la historia de los Kamula y la mitología cinematográfica

En los recovecos más polvorientos del Desierto Occidental australiano, entre secarrales de matorrales fantasmales, dingos curiosos y boomerangs que regresan con cierta desgana, habita una tribu llamada Kamula.

Hasta aquí, todo parece normal dentro del vasto y abrumador universo de los pueblos originarios de Oceania. Pero, como bien sabe cualquiera que haya hojeado un catálogo de rarezas antropológicas, en el corazón del aislamiento florecen las florituras culturales más inesperadas. Porque, a falta de WiFi, televisión por cable o tertulias de sobremesa, los Kamula encontraron en John Rambo —el de Stallone, el de la cinta en la cabeza y mirada marrón-vietnamita perpetua— una figura redentora.

Un mesías mazado. Un nuevo mito para un nuevo milenio.

¿Culto cargo, dice? Póngame dos

Para entender esta historia, hay que hacer un pequeño desvío por los vericuetos del concepto de «culto cargo», esa joya del pensamiento antropológico.

Los cultos cargo surgieron principalmente en Melanesia durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Los habitantes de algunas islas remotas, tras ver cómo los soldados estadounidenses desembarcaban cargados de productos milagrosos —chocolate, radios, armas, Coca-Cola, cigarrillos sin filtro e incluso papel higiénico —, concluyeron que esos bienes provenían de sus ancestros, y que el truco para que volviesen a llegar consistía en imitar los rituales de los blancos.

Rudimentarias pistas de aterrizaje, torres de control construidas con bambú, soldados imitados con palos al hombro y cascos de coco. Todo muy DIY, muy postcolonial kitsch. Todo muy raro.

La lógica del culto cargo, por disparatada que parezca, no es tan extraña si se cambia la escenografía. Basta con imaginar a unos campesinos medievales viendo aparecer un dron sobre sus cosechas: el salto cognitivo sería comparable. Y en ese mismo terreno de lo improbable pero plausible entra en escena la historia de los kamula y Rambo.

De celuloide a carne divina

Todo empezó con una visita. Algunos kamula fueron llevados a un pueblo cercano donde se proyectaban películas. Allí vieron por primera vez las aventuras de un hombre que sobrevive solo con un cuchillo, agua de pantano y traumas mal gestionados: Rambo.

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Lo que para el espectador occidental era un producto de acción hollywoodiense con más pólvora que guion, para los kamula fue otra cosa. Una epopeya, una revelación. La historia de un hombre fuerte, solitario, noble, incomprendido por un gobierno injusto, perseguido por defender a los suyos, con un conocimiento perfecto del terreno y las armas… vamos, como un kamula con esteroides y entrenamiento militar.

culto cargo Rambo

Y aquí vino el giro inesperado: no solo asumieron que Rambo era real, sino que debía ser uno de los suyos. Un kamula que, quién sabe cómo, había cruzado océanos, sobrevivido a la jungla burocrática occidental y había terminado su epopeya en la gran pantalla.

Rambo kamulizado: etnología ficcional

La leyenda fue tomando cuerpo, músculo y balas. Rambo no era sólo un guerrero, sino un héroe ancestral que, perdido en la distancia y el tiempo, un día regresaría. Con su cuchillo. Con su mirada de furia contenida. Con su metralleta de redención.

Resultaba evidente que si alguien podía enfrentarse al sistema y devolverle la dignidad a los kamula, ese era él.

Los antropólogos, al principio perplejos, comenzaron a recoger testimonios. Uno de los más citados es el del investigador Michael Wood, que documentó estas interpretaciones de la figura de Rambo. Los relatos que recogió eran tan fascinantes como extravagantes: Rambo, ahora convertido en semidiós, estaba destinado a volver. No en forma de espíritu abstracto, sino en carne, hueso y probablemente con munición suficiente como para ganar tres guerras por su cuenta antes de la merienda.

Cultura popular y sus ecos

Más allá del anecdotario antropológico, este episodio abre una caja de Pandora deliciosa: la del poder de la cultura pop como mitología contemporánea. El cine se convierte aquí en mito fundacional. Y no uno cualquiera, sino con todas las de la ley: héroe trágico, lucha contra la opresión, exilio, revelación y promesa de retorno.

Rambo es, en esencia, un Moisés de la pólvora. Un Prometeo con granadas de mano. Un Quetzalcóatl con mirada perdida y voz de whisky sin hielo. Un Odiseo con camiseta imperio. Un Sansón con permanente ochentera, Un Job del Apocalipsis. Un Jesús del calibre 7,62 que responde a cada desafío de su Vía Crucis con generosas ráfagas de su ametralladora catártica.

¿Lo pillan?

Paralelismos sin complejos

Curiosamente, no es la primera vez que una figura externa es incorporada al imaginario religioso o mitológico de una cultura local. John Frum, el famoso «mesías» de la isla de Tanna en Vanuatu que prometió riquezas a su regreso. Hoy tiene incluso su propio «día de John Frum», celebrado con desfiles militares simbólicos.


Todo el asunto de Vanuatu y el culto cargo a John Frum ya lo hemos explicado en este artículo


La diferencia es que Rambo nunca se apareció a los kamula. Ellos lo vieron en VHS, no en forma de visión, lo cual da pie a una reflexión inquietante: ¿cuánta de nuestra mitología moderna está hecha de celuloide, rentables franquicias de superhéroes, croma verde y guiones de tres actos?

¿Ridículo o lógico?

Puede parecer hilarante que una comunidad indígena convierta a Rambo en mesías. Pero si uno rasca un poco, se da cuenta de que no es más absurdo e igual de respetable y digno que venerar una reliquia de un santo decapitado, una virgen aparecida en una tostada o una estatua de un Cristo vestido de marinero en procesión.

Los Kamula, con una lógica aplastante dentro de su cosmovisión, interpretaron lo que vieron a través del filtro de su realidad. ¿Un hombre luchando solo contra un sistema opresor para liberar a los suyos? Eso no es Hollywood, eso es política tribal con presupuesto y efectos especiales de primera.

Y si encima aparece en un aparato mágico traído por los blancos, ¿cómo no va a ser verdad? El salto entre mito y multimedia es más corto de lo que parece cuando el contexto cultural te empuja a rellenar los huecos con imaginación.

Y así, entre antropología pura y asombro sociológico, Rambo entra por la puerta grande en el olimpo insospechado de las religiones cargo: una religión de sudor, pólvora y justicia a cuchillo.


Productos recomendados para ampliar información

Al son de la trompeta final. Un estudio de los cultos «cargo» en Melanesia: Lectura imprescindible para contextualizar los cultos cargo desde la perspectiva clásica; ideal para profundizar en el tema en castellano.


Cultos: El lenguaje del fanatismo: Enfoque moderno sobre cómo se construyen las ideologías de culto; útil para conectar la idea del “culto cargo” con dinámicas de lenguaje y persuasión contemporáneas.

Cultos
  • Montell, Amanda(Autor)

Dios ha vuelto: Mormones, rastafaris, alienígenas ancestrales y espaguetis con albóndigas: Ensayo divulgativo en castellano sobre religiones, sectas y devociones modernas; útil para lectores que prefieran análisis accesible antes de saltar a la bibliografía académica.


Fuentes:

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