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El Beato de Liébana vs. El Obispo de Toledo: Una Trifulca Medieval con Sello Divino

Había una vez, en la península ibérica del siglo VIII, dos figuras eclesiásticas que, lejos de predicar con el ejemplo de humildad y concordia cristiana, decidieron enfrascarse en una polémica teológica de altos vuelos y bajos instintos. Porque, aunque hoy parezca que la teología es un campo reservado para la reflexión apacible entre latinajos y cantos gregorianos, hubo un tiempo en que los debates doctrinales se dirimían con insultos tan finamente bordados que harían palidecer a cualquier tuitero de verbo afilado.

Sí, hablamos de El Beato de Liébana, monje cántabro, visionario del Apocalipsis y aficionado al exabrupto sagrado, y de Elipando de Toledo, arzobispo con ínfulas de ortodoxia, aliado tácito del emirato omeya y con más pluma que espada. ¿El campo de batalla? La doctrina de la doble filiación de Cristo. ¿El resultado? Una retahíla de cartas, improperios, amenazas de excomunión y, por supuesto, manuscritos iluminados con dragones, bestias apocalípticas y un cierto gusto por lo barroco, que hoy se disputan bibliotecas y museos de medio mundo.

Una península dividida (pero muy creativa)

Para entender el embrollo, conviene situarse en contexto. A finales del siglo VIII, la península ibérica no era precisamente un remanso de paz. Por un lado, el norte cristiano resistía como gato panza arriba en sus montañas, con monjes escribanos, nobles medio reconvertidos en reyes y un constante temor al moro que bajaba por el desfiladero. Por otro, el sur musulmán bullía con esplendor omeya, poesía cortesana, baños públicos y una política religiosa tan ambigua como refinada.

En medio de este escenario de luces y sombras, aparece nuestro protagonista: Beato de Liébana, un monje del reino de Asturias, enclavado en la comarca de Liébana (actual Cantabria), que tenía más visión que diplomacia y más fe que filtro. Beato era, además de devoto comentarista del Apocalipsis de San Juan, un célebre defensor de la ortodoxia trinitaria. Es decir, que para él Cristo era Dios en toda regla, sin descuentos ni dobles titulaciones.

Y ahí es donde se lía la cosa.

Elipando de Toledo y la Cristología de la discordia

Elipando, arzobispo de Toledo, se movía en un terreno algo más resbaladizo. Desde su posición en el seno del Al-Ándalus omeya, trataba de mantener la identidad cristiana sin provocar demasiado a sus amables anfitriones musulmanes. Su postura doctrinal era un tanto… creativa: defendía que Cristo, en cuanto hombre, era hijo adoptivo de Dios, aunque como Verbo eterno sí era divino por naturaleza. Una suerte de «Cristo bifásico», que en su momento parecía razonable, pero que a ojos de Beato era un billete directo al infierno con parada en herejía.

Elipando Beato de Liébana
Elipando de Toledo

Elipando no estaba solo. Su doctrina era una especie de versión remix del adopcionismo, corriente que ya había dado quebraderos de cabeza a Roma y que afirmaba, básicamente, que Jesús adquiría su divinidad, pero no la poseía desde el principio. Como quien entra en plantilla tras un periodo de prácticas. Beato, claro, montó en cólera.

“¡Anatema sea!”: la pluma como arma blanca

Lo que siguió fue un intercambio epistolar digno de una hit de Pimpinela. Beato no tardó en lanzar su primera andanada: una carta llena de invectivas, citas bíblicas, referencias patrísticas y una contundencia que haría llorar a cualquier obispo sensato. A su lado, el también vehemente Eterio de Osma, obispo colega y compañero de trinchera, afinó el tono hasta convertirlo en una sinfonía de condenas.

La carta, que no se andaba con paños calientes, tildaba a Elipando de “instrumento del diablo”, “boca de herejía” y otras lindezas propias de quien tiene tiempo, tinta y rencor almacenado. Elipando, claro, respondió. Y no precisamente con flores.

El obispo toledano contraatacó con argumentos, reproches y una superioridad que olía a incienso de mezquita. Acusó a Beato de ignorante, de monje de segunda, de charlatán montañés que se metía donde no le llamaban. Se defendía apelando a San Pablo, a la exégesis oriental y al buen entendimiento con sus gobernantes musulmanes. Un teólogo diplomático, sí, pero con colmillo.

El Concilio de Fráncfort: Europa toma nota del circo ibérico

La bronca fue tal que acabó traspasando fronteras. El mismísimo Carlomagno, emperador de los francos y adalid de la cristiandad occidental, convocó el famoso Concilio de Fráncfort en el año 794, donde se trató, entre otras cosas, este adorable culebrón español.

Y allí, como no podía ser de otra manera, ganó Beato. Porque Roma estaba con él. Porque la doctrina de la adopción de Cristo como hombre les sonaba a herejía vieja y recalentada. Y porque Carlomagno no estaba para modernidades teológicas. El concilio condenó el adopcionismo y reafirmó la unidad indivisible de Cristo como Dios y hombre, sin necesidad de contratos de adopción ni intermediarios celestiales.

Beato, el apocalíptico ilustrado

Mientras tanto, Beato, lejos de dormirse en los laureles, seguía a lo suyo. Su Comentario al Apocalipsis, escrito en latín florido y plagado de visiones coloridas, se convirtió en una especie de best-seller medieval, reproducido durante siglos en códices miniados que hoy cotizan al alza. En ellos, los monstruos apocalípticos, las mujeres coronadas de estrellas y las bestias de mil ojos no solo ilustraban el fin de los tiempos, sino también la furia contra los herejes.

Beato de Liébana

Porque en la imaginación de Beato, el fin del mundo era un poco como Toledo, pero con más fuego y menos diplomacia. Los enemigos no eran sólo demonios: eran herejes, musulmanes, reyes tibios y, por supuesto, arzobispos con veleidades filosóficas. A cada página, Beato no solo desgranaba el Apocalipsis con pasión casi pirotécnica, sino que dejaba claro que el juicio final tenía nombre y apellidos, y algunos de ellos se escribían con acento toledano. El códice, así, se convertía en púlpito, panfleto y panóptico del desastre inminente, donde los colores no sólo decoraban, sino que gritaban: ¡mirad lo que os espera, insensatos!

En su pluma no había espacio para la duda ni para la clemencia, y la revelación se volvía herramienta política, arma teológica y, por qué no, ajuste de cuentas con los tibios del sur. Porque si el mundo iba a arder, Beato se aseguraría de que al menos ardiera con estilo.

Cosas que Elipando le dijo a Beato (y a su colega Eterio, obispo de Osma):

  1. «Ignorante en las Escrituras»
    – Un mazazo en toda regla en el mundo teológico. Venía a decir que Beato hablaba mucho, pero entendía poco. O lo que es lo mismo: un monje con más ínfulas que sustancia.
  2. «Pseudo-profeta»
    – Elipando se burlaba del tono visionario de Beato, poniéndolo en la misma categoría que esos iluminados que creen que el mundo se acaba cada jueves. Una forma fina de llamarlo charlatán apocalíptico.
  3. «Falsificador de la fe»
    – Lo acusó de pervertir la doctrina y de generar confusión en los fieles con interpretaciones erradas y fantasiosas del dogma. Y todo ello mientras presumía de ortodoxia.
  4. «Embaucador del pueblo»
    – Según Elipando, Beato no era más que un populista de la teología, que usaba imágenes del Apocalipsis para meter miedo a la gente sencilla y ganarse seguidores como un predicador de feria.
  5. «Inquieto e indisciplinado»
    – En lenguaje eclesiástico del siglo VIII, esto equivalía a llamarlo alborotador profesional y monje desobediente, una especie de influencer de la disidencia sin permiso del abad.
  6. «Blasfemo que atribuye al Hijo lo que no conviene»
    – Esta acusación se refiere directamente al rechazo por parte de Beato de la herejía adopcionista. Elipando, defensor de la tesis, consideraba que Beato se metía donde no debía y además lo hacía mal.
  7. «Turbador de la unidad de la Iglesia»
    – Lo colocaba como fuente de división y cisma, justo en una época en la que Roma, Aquisgrán, Toledo y los Pirineos parecían competir en ver quién tenía la herejía más sabrosa.

Elipando no era de brocha gorda como Beato; lo suyo era la puñalada elegante, el desprecio recubierto de teología. Mientras Beato gritaba desde los códices como un profeta con megáfono, Elipando respondía con frialdad burocrática y superioridad doctrinal, como un jefe de estudios harto de corregir exámenes mal presentados.

Los mejores insultos de el Beato de Liébana a Elipando de Toledo

  1. «Instrumento del diablo» – Así, sin rodeos ni perífrasis. Beato consideraba que Elipando no era ya un hereje, sino la flauta por la que el demonio soplaba su melodía.
  2. «Boca de herejía» – Una forma elegante de decirle que de sus labios solo salía ponzoña teológica. Ideal para bordar en un cojín, si uno es del siglo VIII.
  3. «Estulto y profano» – Traducción cortesana de “ignorante y sacrílego”, con un toque de superioridad académica que haría temblar al más curtido lector de catálogos conciliares.
  4. «Amigo del error y enemigo de la verdad» – Porque si vas a acusar a alguien de herejía, mejor usar una frase que sirva también para la portada de un best-seller inquisitorial.
  5. «Despreciador de los santos Padres» – Un insulto fino, de esos que se clavan como estilete: acusar a alguien de pasar de los grandes teólogos es como decirle a un gourmet que cocina con ketchup.
  6. «Falso maestro que pervierte al pueblo de Dios» – Ideal para rematar cualquier carta con aroma a excomunión. Más que un insulto, una sentencia.
  7. «Lengua corrupta» – No por mal aliento, sino por propagar doctrinas que, según Beato, olían a azufre.
  8. «Vos que os decís obispo, pero sois peor que un pagano» – Una joya del sarcasmo sacro. Te reconoce el título… para luego tirártelo a la cara.
  9. «Cizañador de la grey» – Porque si Cristo es el Buen Pastor, Elipando era, según Beato, el que metía lobos disfrazados entre las ovejas.
  10. «Ladrón de la fe verdadera» – No sólo hereje, sino usurpador, como quien roba una receta sagrada y le añade tofu.

Bonus track: «Testículo del diablo» – No sólo hereje, sino órgano reproductor del Maligno, como quien no se conforma con pecar, sino que se convierte en fábrica de herejías, eyaculando errores teológicos con la potencia de una simiente maldita.

Una lista que demuestra que los debates teológicos, lejos de ser fríos y abstractos, podían ser tan jugosos y virulentos como una buena pelea de taberna, solo que por correspondencia, con más latín y menos dientes rotos.


Fuentes consultadas

  1. Biblioteca Nacional de España. (n.d.). Beato de Liébana: códice de Fernando I y Dña. Sancha. Biblioteca Nacional de España. https://www.bne.es/es/colecciones/manuscritos/manuscritos-iluminados/beato-liebana
  2. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. (2023). Beato de Liébana: códice de Fernando I y doña Sancha. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. https://www.cervantesvirtual.com/obra/beato-de-liebana-codice-de-fernando-i-y-dona-sancha-1220379/
  3. Real Academia de la Historia. (n.d.). Elipando. Historia Hispánica. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/14960-elipando
  4. Encyclopaedia Britannica, Inc. (n.d.). Elipandus. Encyclopaedia Britannica. https://www.britannica.com/biography/Elipandus
  5. Catholic Answers. (n.d.). Council of Frankfort. Catholic Encyclopedia. https://www.catholic.com/encyclopedia/council-of-frankfort
  6. The Morgan Library & Museum. (n.d.). Commentary on the Apocalypse (MS M.644). The Morgan Library & Museum. https://www.themorgan.org/manuscript/110807

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