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El festín de los horrores: Chichi-Jima, canibalismo imperial y el joven aviador que sería presidente

Hay episodios de la Segunda Guerra Mundial que, pese a su naturaleza grotesca, apenas han trascendido a la cultura popular. Mientras Hollywood se relame con las playas de Normandía, las junglas filipinas o los cielos sobre Dresde, hay islas perdidas en mitad del Pacífico donde se perpetraron actos que harían vomitar al mismísimo Lovecraft. Uno de esos rincones del espanto es Chichi-Jima, una isla de aspecto paradisíaco que acabó convertida en escenario de uno de los crímenes de guerra más escabrosos de todo el conflicto. Lo que allí ocurrió tiene todo: pilotos americanos derribados, oficiales japoneses hambrientos, canibalismo ritual y un jovencísimo George H. W. Bush escapando por los pelos para, décadas después, sentarse en el Despacho Oval. Una historia que, como mínimo, merece ser contada con la solemnidad que requiere una buena novela de terror.

Chichi-Jima: el escenario menos turístico del Pacífico

La isla de Chichi-Jima forma parte del archipiélago de Ogasawara, un conjunto de islotes solitarios que brotan del océano a unos 1.000 kilómetros al sur de Tokio. En concreto, Chichi se encuentra a escasos 240 kilómetros al norte de la mucho más famosa Iwo Jima, que por aquellos años estaba en boca de todos… especialmente de los marines estadounidenses que intentaban conquistarla a dentelladas.

A principios del siglo XX, Chichi-Jima no era mucho más que un puesto avanzado japonés con ínfulas imperiales. Para cuando estalló la guerra, albergaba una base naval, una estación de radio, otra meteorológica y poco más. Ah, sí: también 3.800 soldados atrincherados como quien guarda un premio en una tómbola maldita. Entre ellos, los míticos oubeikei, descendientes de colonos hawaianos, que tuvieron que niponizarse por decreto (cambiarse el nombre, hablar japonés y mirar mal a los occidentales, básicamente).

El cielo se llena de B-29 y la comida desaparece

Corría 1944 y los estadounidenses ya jugaban a los dardos con el mapa del Pacífico. Desde sus bases en las Islas Marianas, los bombarderos B-29 Superfortress podían llegar tranquilamente a Japón, pero había un pequeño problemilla: sus escoltas, los cazas P-51 Mustang, no tenían suficiente gasolina para ir y volver. Resultado: los bombarderos quedaban expuestos.

¿Solución? Tomar Iwo Jima, a medio camino, y usarla como pista de aterrizaje. Una obviedad estratégica. Así comenzó la famosa Operación Downfall, cuyo nombre ya anticipaba el desplome de la moral nipona. Pero mientras los yanquis se centraban en Iwo, el resto del archipiélago quedó aislado. Chichi-Jima fue bloqueada por mar y bombardeada desde el aire. La situación degeneró rápido: sin suministros, los soldados japoneses pasaron de comer arroz a cazar ratas. Y cuando se acaban las ratas, ya sabemos lo que toca: mirar al compañero de litera con ojillos golosos.

El día que George H. W. Bush casi no lo cuenta

El 2 de septiembre de 1944, varios TBM Avenger del portaaviones USS San Jacinto sobrevolaron Chichi-Jima. Uno de ellos llevaba a bordo a un adolescente con cara de empollón, George Herbert Walker Bush, que con apenas 19 años ya era alférez y aviador naval.

Durante el ataque, el fuego antiaéreo alcanzó varios aparatos. Nueve pilotos saltaron en paracaídas. Ocho fueron capturados por los japoneses. Uno, Bush, cayó al mar, se agarró a una balsa hinchable y fue rescatado por el submarino USS Finback. el único superviviente de ese escuadrón acabó siendo presidente de los Estados Unidos. El resto acabó, literalmente, en el menú.

De prisioneros de guerra a raciones de emergencia

Los ocho aviadores capturados fueron alojados en las instalaciones militares de Chichi-Jima. Aunque lo de “alojados” suena a Airbnb con desayuno continental. En realidad, fueron torturados, ejecutados y descuartizados. Todo por orden del comandante japonés de la isla, el teniente general Yoshio Tachibana, y su séquito de oficiales. En total, más de una docena de mandos implicados en una orgía de violencia, sadismo y, como colofón, gastronomía extrema.

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Los testimonios recogidos tras la guerra revelan que los cuerpos de al menos cinco de los ocho prisioneros fueron diseccionados para consumo humano. No por necesidad, que también, sino por una mezcla atroz de superstición y nihilismo militar. El capitán Jiro Sueyoshi y el mayor Sueyo Matoba orquestaron el primer acto del banquete: ejecutaron al teniente Warren Vaughn, le extirparon el hígado y lo sirvieron entre los oficiales. Dicen que el propio Tachibana se relamió y comentó que “tenía buen sabor”.

Y no, no era un malentendido culinario. No había confusión con un sashimi poco hecho. Era canibalismo ritualizado, aderezado con justificaciones propias de un delirio terminal: que si “mejora la salud”, que si “aumenta la energía espiritual”, que si “a falta de pan, buenas son las nalgas del enemigo”.

Justicia, a ritmo tropical

Terminada la guerra, las tropas estadounidenses desembarcaron finalmente en Chichi-Jima y se toparon con un escándalo mayúsculo. Uno de los mandos japoneses, el oficial Yoshitaka Horie, denunció los hechos ante los nuevos ocupantes. El asunto escaló a juicio militar y se celebró en Guam en agosto de 1946, dentro de los tribunales de crímenes de guerra impulsados por los Aliados.

Aquí empieza la tragicomedia judicial: como el canibalismo no estaba tipificado como delito (ni en Japón ni en el código penal marciano), los fiscales lo redefinieron como “destrucción de cadáver” o “impedir un entierro honorable”. Unos cargos tan eufemísticos como inútiles para reflejar la brutalidad real del caso. No es lo mismo quemar una foto que freír al fotógrafo.

Aun así, cinco oficiales fueron condenados a muerte y ejecutados, entre ellos Tachibana, Sueyoshi y Matoba. Otros tantos recibieron penas de prisión que oscilaron entre los 8 años y la cadena perpetua. El vicealmirante Mori Kunizo, jefe supremo de la zona, fue condenado de por vida… hasta que Países Bajos pidió su extradición por otro caso de masacre en las Indias Orientales. Resultado: la horca.

¿Todo mentira? El abogado defensor lo niega todo

Un último giro para los amantes del revisionismo histórico. El abogado que defendió a los caníbales en cuestión, Koken Tsuchiya, insistió años después en que todo era un bulo. Según él, estuvo destinado en Chichi-Jima durante los hechos y jamás vio pruebas del horror. Asegura incluso que le ordenaron ejecutar a uno de los prisioneros, el teniente Warren Bourne, pero que se negó por haber entablado cierta amistad con él.

También relató que sorprendió a dos soldados intentando llevarse el cadáver de Bourne (supuestamente para cocinarlo) y que él, como buen samurái de toga y corbata, los expulsó. Curiosamente, el bueno de Tsuchiya acabó presidiendo la Federación Japonesa de Asociaciones de Abogados. Cosas de la vida: de defensor de caníbales a defensor de derechos. A fin de cuentas, ¿quién no ha tenido una juventud algo turbia?


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Flyboys: A True Story of Courage: Relato periodístico que reconstruye la historia de los nueve aviadores derribados sobre Chichi-Jima, la investigación posterior y el misterio que envolvió sus muertes. El libro mezcla entrevistas, archivo y narrativa histórica para contar detalles sobre los vuelos, los prisioneros y el contexto estratégico del Pacífico, presentando un relato contundente y documentado sobre el suceso.


Sorties Into Hell: The Hidden War on Chichi Jima: Estudio en profundidad sobre los hechos ocurridos en Chichi-Jima, centrándose en la investigación de crímenes de guerra y testimonios que revelaron el canibalismo y las mutilaciones. Un libro de referencia para académicos y lectores inquietos por las partes menos conocidas del teatro del Pacífico. Incluye registros, juicios y documentación militar.


A Portrait of My Father: Libro en el que George W. Bush repasa la vida y la carrera de su padre, George H. W. Bush, incluyendo su etapa militar como joven aviador en la Segunda Guerra Mundial. Proporciona contexto biográfico sobre el futuro presidente, su servicio en el Pacífico y episodios como su rescate tras el derribo cerca de Chichi-Jima. Texto familiar y personal.

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