Hablar de Wu Zetian es como abrir la puerta de un palacio imperial y encontrarse con que, detrás de las columnas doradas y las cortinas de seda, lo que hay en realidad es un cóctel de intrigas palaciegas, traiciones, reformas sociales y, por si fuera poco, un harén masculino digno de novela picaresca. Nacida en el año 625, Wu Zetian —también llamada Wu Chao— fue la única mujer en proclamarse emperatriz de China, un título que no le vino heredado como consorte decorativa, sino conquistado a golpe de astucia, sangre fría y un sentido estratégico que haría palidecer a Maquiavelo.
Una infancia poco celebrada
El nacimiento de Wu no fue precisamente recibido con fuegos artificiales. En la China de la dinastía Tang, las niñas eran poco más que una inversión ruinosa: mucho gasto y ningún rédito político. Su padre, Wu Shihuo, era un acaudalado oficial militar, pero no mostró entusiasmo alguno por su hija. Sin embargo, aquella niña indeseada pronto demostró que no había nacido para aceptar papeles secundarios. Educada de forma casi clandestina —espiando las lecciones que recibían sus hermanos— aprendió a leer, a escribir y a memorizar los clásicos chinos. En una época en la que la alfabetización femenina se consideraba un pasatiempo tan inútil como enseñar a bailar a un caballo, Wu Zetian consiguió un arma silenciosa: el conocimiento.
Del convento al trono
Con apenas catorce años, Wu fue enviada al harén del emperador Tai Tsung. Allí, la competencia era feroz: decenas de concubinas compitiendo como si de un concurso de talentos imperiales se tratase. Sin embargo, Wu entendió pronto que sobrevivir no bastaba; había que brillar. Y brilló. Tras la muerte del emperador, como era costumbre, fue enviada a un convento budista, destino habitual para concubinas viudas y descartadas.
Pero Wu no estaba dispuesta a pasar sus días recitando sutras. Kao Tsung, hijo y sucesor del difunto emperador, la recordó y la rescató del retiro. Lo que empezó como una alianza de conveniencia se transformó en la jugada maestra que la catapultó al centro del poder. De nuevo en la corte, se convirtió en su concubina favorita y, más tarde, en emperatriz consorte.
Intrigas de palacio: sangre y seda
La corte Tang no era un escenario de paz celestial, sino un campo de batalla donde cada gesto podía costar la cabeza. Wu Zetian no dudó en emplear todos los recursos a su alcance: desde su inteligencia política hasta, según las crónicas, métodos más oscuros. Uno de los episodios más polémicos fue la acusación contra la emperatriz Wang de haber asesinado al propio hijo de Wu. Una maniobra que, aunque la historia sospecha que fue obra de la propia Zetian, sirvió para derrocar a su rival y asegurarse el título de emperatriz consorte.

Una vez instalada en la cima, comenzó a maniobrar con una frialdad quirúrgica. Sus enemigos políticos —y a veces también sus propios hijos— acababan exiliados, destituidos o, directamente, ejecutados. En la corte Tang, la clemencia era un lujo; Wu lo sabía y nunca lo practicó demasiado.
El poder en femenino
Con Kao Tsung cada vez más enfermo, Wu Zetian se convirtió en la mano que realmente movía los hilos del imperio. Gobernó durante casi medio siglo, primero como regente y finalmente como emperatriz absoluta, proclamándose «Sagrado y Divino Emperador de China». Nada de títulos en diminutivo: Wu sabía bien el valor de la semántica en política.
Bajo su gobierno, China vivió reformas de calado. Introdujo el sistema de exámenes imperiales, que permitía el acceso a cargos públicos en función del mérito y no del linaje. Este movimiento debilitó a la aristocracia tradicional y fortaleció a funcionarios leales a ella. También impulsó la educación pública, la construcción de hospitales y la promoción de escuelas estatales. El arte, la literatura y el pensamiento budista florecieron bajo su patrocinio. Curiosamente, fue una gobernante más progresista de lo que sus enemigos hubieran querido admitir.
La emperatriz y sus placeres privados
El poder no lo fue todo. Wu Zetian, ya entrada en la sesentena, decidió que si los emperadores podían rodearse de harenes femeninos, ella no iba a ser menos. Fundó el famoso “Instituto de la grulla”, compuesto por cincuenta jóvenes destinados a satisfacer sus necesidades íntimas. El gesto, escandaloso para la moral de la época, fue interpretado como un signo de decadencia por los cronistas más hostiles, aunque también podría leerse como un acto de coherencia: si el poder era suyo, también lo eran sus placeres.
A este capítulo se suma una costumbre que aún hoy provoca muecas de sorpresa: los visitantes distinguidos que acudían al trono debían, además de lavarse las manos y la lengua con agua de rosas, agasajar a la emperatriz mediante el cunnilingus. Una tradición palaciega que seguramente no aparecía en los manuales de protocolo, pero que dejó huella en la memoria popular. Según las crónicas más sabrosas, fueron miles los que se inclinaron —literalmente— ante Wu Zetian.
Entre la reforma y la represión
Wu Zetian no dudó en aplicar una represión implacable contra quienes osaban desafiarla, fueran nobles altivos, clérigos influyentes o cortesanos demasiado ambiciosos. Una tupida red de espías, rumores y denuncias se encargaba de mantener a todos en su sitio, y el miedo se respiraba incluso en su propia familia. Alguno de sus hijos terminó envenenado, otros señalados como conspiradores, porque en su corte la sangre podía correr tan deprisa como la tinta de un decreto. Así, la emperatriz quedó retratada en la historia como un ser de dos rostros: reformadora con visión de futuro y, al mismo tiempo, tirana despiadada. Un equilibrio inquietante que ha alimentado la pluma de cronistas, moralistas y novelistas durante más de mil años.
El final de una emperatriz insólita
Wu Zetian murió en el año 705, a los 81 años, tras haber gobernado el imperio más grande de su tiempo con una mezcla explosiva de mano dura, inteligencia y una capacidad inaudita para sobrevivir en un entorno diseñado para excluirla. Su legado, marcado por la contradicción, la sitúa en un lugar único: la única mujer que osó y consiguió proclamarse emperatriz absoluta en la historia de China.
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- Xiong, Victor Cunrui(Autor)
Fuente: BBC
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
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