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Últimas palabras de Albert Einstein: el enigma que quedó en alemán

Se sabe que Albert Einstein murió en el Princeton Hospital durante la madrugada del 18 de abril de 1955. Las biografías repiten el mismo tríptico: un aneurisma aórtico que dijo basta, la tozuda negativa del físico a dejarse salvar por una cirugía que no quería y, poco después, su último suspiro. Lo más escurridizo de aquella noche es su frase final. No quedó registrada ni hay testimonio fiable, porque la pronunció en alemán ante una enfermera que solo hablaba inglés. Su despedida se evaporó sin traducción posible y quedó sepultada en el silencio.

Una despedida íntima sin intérprete

La escena, por sobria, parece casi un pequeño teatro clínico: Einstein, 76 años, exhausto por un sangrado interno, rechaza la operación que podría prolongarle la vida. Distintos relatos coinciden en que afirmó que prefería irse “cuando tocara” antes que someterse a un parche tecnológico que no deseaba. Ese gesto ilumina su carácter: incluso ante el final, se mantuvo fiel a una dignidad tranquila, sin dramatismos, como quien entiende que la biología también tiene derecho a cerrar el telón sin trucos añadidos.

El enigma del murmullo

La enfermera de guardia escuchó sus últimas palabras… o algo que sonaba a palabras. Murmuró en alemán, dicen los testigos indirectos. Pero ella no entendía ni una sílaba. Y así —caprichos del destino— las últimas frases de un hombre que dedicó la vida a hacer comprensible el universo quedaron atrapadas en un idioma no compartido en la habitación. La ironía es tan afilada que parece escrita: el maestro de las ecuaciones legó al mundo teorías, pero no una sola frase que certificara su adiós.

Papeles, notas y un cerebro con itinerario propio

Aunque sus palabras se perdieron para siempre, quedó un rastro material que todavía alimenta historias. Sus apuntes, garabatos y cuadernos siguen siendo objeto de estudio, en parte eclipsados por el controvertido episodio del patólogo que extrajo su cerebro sin permiso familiar durante la autopsia. Aquella masa de neuronas viajó en frascos, pasó por laboratorios y se convirtió en carburante de titulares y debates éticos. A día de hoy, las conclusiones sobre si su genialidad residía en alguna peculiaridad anatómica son, siendo generosos, poco sólidas. Se conservan sus papeles; su última frase, jamás.

Detalles que humanizan la pérdida

Einstein llegó al final con una mezcla de serenidad y carácter. Llevaba encima el borrador de un discurso para televisión con motivo del séptimo aniversario del Estado de Israel. Rechazó la cirugía porque no quería prolongar la vida “sin sentido” y, según algunas fuentes, aspiraba a marcharse “con estilo”. Su familia pidió una cremación rápida para impedir que su tumba se convirtiera en lugar de peregrinación. Son detalles pequeños, pero retratan a un hombre fiel a sí mismo: discreto, algo testarudo y muy consciente de los excesos del culto a las figuras públicas.

Lo que nunca sabremos

El misterio de sus últimas palabras funciona como un sumidero que atrae hipótesis, romanticismos y teorías de cualquier nivel. La inexistencia de una transcripción no solo frustra a los curiosos, sino que recuerda lo frágil que es la memoria humana cuando depende de un único oído que no entiende. Quedan sus ideas, sus fórmulas, su sentido del humor y su legado escrito. Lo que murmuró al final —breve, humano y seguramente íntimo— se lo llevó el silencio de aquella habitación.


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Fuentes consultadas

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