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¿Ve Stevie Wonder? Rumores, anécdotas y la verdad con guantes de seda

Cuando una figura cultural del calibre de Stevie Wonder suelta una broma sobre sí misma en un escenario, no es sólo humor: es chispa que prende en la pradera de Internet. Se abre una grieta y de ahí brotan teorías, testimonios coloridos y “testigos” que aseguran haber visto al músico “haciendo cosas sospechosas”. El capítulo más reciente —su intervención en un concierto en Cardiff en la que, con esa mezcla de ternura y sorna habitual, contestó a los rumores sobre su supuesta visión— se recibió como quien escucha un chascarrillo con poso. Wonder, por su parte, rebaja la solemnidad: recuerda que quedó invidente poco después de nacer y subraya que esa condición le ha permitido “ver” a la gente por su espíritu, no por su aspecto.

El dato médico, sin mitos ni florituras

Lo que recogen las biografías fiables no es literatura ni metáfora: Stevie nació prematuro y padeció retinopatía de la prematuridad, daño retiniano agravado por el oxígeno administrado en incubadora, que le dejó la vista afectada desde niño. No es un recurso narrativo, sino la ficha técnica de un caso documentado. Transformar ese relato en coartada para conspiraciones es otra cosa: es salirse del terreno de los hechos y entrar en el de la imaginación.

Episodios que incendian foros y por qué no acreditan nada

En los foros circulan tres anécdotas que siempre vuelven: el micrófono que parece atrapar, la aparente familiaridad con eventos deportivos y el saludo “adivinador” en un ascensor. El viral del micrófono muestra a Wonder reaccionando cuando un pie de micro se tambalea; quien vive en escenarios sabe que oído, experiencia y memoria espacial bastan para reaccionar con rapidez. No hace falta “ver” para anticipar un objeto que cae: el sonido, la costumbre y la previsión funcionan como radares cotidianos. Los análisis críticos del vídeo concluyen que no hay prueba de que atrape objetos gracias a una visión oculta; hay habilidad, práctica y contexto.

Las historias sobre deporte o las bromas recurrentes sobre conducir, más que revelar misterios oftalmológicos, suelen ser simples anécdotas infladas por la fascinación mediática y el ingenio de sus protagonistas. En realidad, funcionan como chascarrillos con vida propia: alguien los cuenta en tono humorístico, otro los repite con solemnidad de documentalista, y el rumor ya está servido.

El duelo de tiros libres

El célebre duelo de tiros libres entre Stevie Wonder y el actor y cómico Anthony Anderson, por ejemplo, pertenece más al género del espectáculo televisivo que al de la investigación científica. Anderson lo relató años después en programas de tertulia nocturna, asegurando entre risas que “Stevie puede ver, lo juro”, tras haberle propuesto —en tono de guasa— un enfrentamiento en la cancha. La escena, reconstruida mil veces por la prensa ligera, suena más a sketch improvisado entre amigos con exceso de entusiasmo que a prueba empírica. Quienes han trabajado con Wonder señalan que el músico tiene un sentido del humor muy teatral y no pierde ocasión de seguir el juego cuando percibe que el público se lo pasa bien. De ahí a convertir una broma privada en un argumento conspirativo hay un salto de longitud que ni el propio Anderson habría querido batir.

El episodio del ascensor

Algo similar ocurre con el episodio del ascensor protagonizado por Shaquille O’Neal, que en 2019 contó en un podcast que coincidió con Stevie Wonder en el edificio donde ambos residían en Los Ángeles. Según el exjugador de la NBA, al entrar en el ascensor escuchó la voz del músico diciendo: “¿Qué pasa, Shaq?”, antes de que él siquiera se presentara. El gigante del baloncesto, divertido y asombrado, interpretó aquello como prueba de que Stevie “ve más de lo que dice”. Pero basta imaginar la escena con algo de sensatez: ambos vivían en el mismo bloque, O’Neal mide 2,16 metros y su presencia es tan discreta como un toro en una cacharrería. La voz grave, las pisadas, el olor de su colonia o incluso su risa podrían delatarlo a metros de distancia. Para alguien con un oído tan fino como el de Wonder, reconocerlo no tendría nada de paranormal.

Saludar a una figura pública con la que uno comparte ascensor no es, por tanto, un acto de clarividencia, sino de educación. Y si a eso se añade que Shaq contó la historia en clave de humor —“llamé a todos mis amigos para contarlo y ninguno me creyó”—, se comprende que el relato no buscaba aportar pruebas, sino provocar carcajadas. Las coincidencias, el reconocimiento de voz o la pura intuición bastan para explicar aquel saludo. Y, como en tantos casos donde la anécdota se convierte en leyenda, lo único que realmente se confirma es la capacidad inagotable de la gente para ver misterios donde solo hay buena memoria y un oído infalible.

Tecnología, adaptación y sentido común

Es habitual olvidar que la adaptación humana es poderosa: quien nace sin vista no vive en un vacío sensorial, sino que afina oído, tacto, orientación espacial y memoria motora hasta convertirlos en herramientas fiables. Si se suma la tecnología de asistencia —desde lectores de pantalla hasta sistemas de guiado— muchas acciones que desde fuera parecen “pruebas” de visión son, en realidad, rutinas aprendidas y apoyos técnicos. Que un músico que pasa la vida tocando teclados conozca la noción del escenario con la misma naturalidad con que otro conoce su cocina no es milagro; es experiencia.

El chiste como cortina y como mecanismo de control

Stevie Wonder utiliza con frecuencia el humor en torno a su ceguera: su ironía en eventos como los BET Awards funciona a la vez como defensa y como manera de desactivar fantasías ajenas. Reír puede ser una forma de cerrar el debate; los medios, en cambio, suelen abrir ventanas para que entre el ventilador de las teorías. Interpretar literalmente una broma sin tener en cuenta el contexto performativo es, cuando menos, temerario.

Conclusión práctica: qué pide la lógica

Si se busca evidencia científica de que Stevie “ve” en el sentido común del verbo, no existe. Lo que hay son documentos médicos, testimonios, vídeos descontextualizados y anécdotas que, mejor interpretadas, funcionan como curiosidades y no como pruebas. La explicación más sensata y austera —la adaptación sensorial, la experiencia, la tecnología y el humor— resuelve los episodios mejor que la hipótesis de la impostura.

Nota: Este artículo se ha elaborado recopilando información de diversas fuentes y anécdotas públicas. No pretende afirmar ni negar la capacidad visual de Stevie Wonder, sino presentar las especulaciones y rumores que han circulado en torno a este tema.


Fuentes consultadas:

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