Un cuadro con más pólvora que óleo
El célebre retrato de Arthur Wellesley —el hombre que acabaría respondiendo por “duque de Wellington”— suele describirse con solemnidad académica: obra mayor, autor consagrado, símbolo de un tiempo convulso. Fue pintado en Madrid en 1812 y hoy descansa, muy tranquilo él, en la National Gallery de Londres. A primera vista, nada haría imaginar que detrás del lienzo se esconda una escena digna de un sainete con armas de por medio y egos de tamaño imperial.
Sin embargo, el proceso que lo vio nacer fue cualquier cosa menos rutinario. Más que una sesión artística, aquello fue un pulso entre dos mundos: el del pintor aragonés, hastiado de guerras y desgracias, y el del militar británico, henchido por las victorias que le estaban valiendo fama y títulos. Y justo entre ambos, un instante en el que un revólver y una espada amenazaron con escribir una historia distinta a la que conocemos.
Los contendientes: un Goya curtido y un Wellesley en pleno ascenso
A esas alturas de su vida, Goya ya había dejado atrás la ligereza de sus primeros años. La sordera que le acompañaba desde hacía décadas, las pérdidas familiares y la violencia que asolaba España habían forjado en él un carácter seco, directo, sin paciencia para tonterías. Su pintura lo reflejaba todo: menos brillo rococó y más sombras humanas, más crítica y menos concesión.
Wellesley, por el contrario, desembarcaba en el taller del artista como vencedor reciente de la campaña de Salamanca y flamante liberador de Madrid. Era el héroe angloportugués del momento, el hombre que estaba empezando a darle la vuelta a la estrategia napoleónica en la Península. Orgulloso, eficiente, acostumbrado a mandar: el perfecto antagonista para un Goya ya muy poco impresionable.
El mediador necesario: Miguel Ricardo de Álava
Entre ambos había una figura imprescindible: Miguel Ricardo de Álava, militar español, políglota, político y buen amigo tanto de Goya como del general inglés. Álava fue quien convenció a Wellesley de que posar para el pintor era una excelente idea. O quizá, visto lo que ocurrió después, una idea que rozaba lo temerario.
Lo cierto es que, gracias a él, el británico aceptó visitar el estudio del aragonés. El resto, como suele decirse, es historia… aunque de la que pudo haber terminado escrita con sangre.
La sesión: un retrato exprés y un comentario que desató el caos
La crónica más repetida habla de un Goya rápido y eficaz. En apenas una hora dejó esbozado un retrato que ya contenía la esencia del modelo. Lo suficiente como para mostrarlo. Lo justo como para arriesgarse.
Wellesley, según esas mismas fuentes, reaccionó con esa mezcla de frialdad y superioridad tan británica del periodo: un gesto de desprecio, un comentario que venía a decir que aquello era un disparate, un “mamarracho”, y una negativa tajante a aceptarlo. Lo dijo en inglés, claro, y Álava lo trasladó. Lo que el general no sabía es que Javier, el hijo del pintor, también dominaba ese idioma y prefirió suavizar —o silenciar— las pullas del duque para evitar que su padre ardiera como una yesca.
Pero Goya, incluso sin entender la lengua, entendió perfectamente el tono. Y la tensión subió como la espuma.
El duelo que no fue
La parte más dramática del episodio la recoge Mesonero Romanos: el ambiente se electrizó, Wellington se levantó con su épica marcial habitual y Goya, en un gesto tan rápido como temible, alargó la mano hacia las pistolas cargadas que descansaban sobre su mesa. El británico respondió buscando el puño de su espada. Y durante unos segundos —largos, densos, de los que se recuerdan con escalofrío— la habitación quedó suspendida entre la pintura y la tragedia.
Álava tuvo que intervenir con todas sus fuerzas para evitar que aquello terminara muy mal. Javier sujetó a su padre, el británico reculó un paso, y el momento de pólvora quedó en nada. Pero vaya nada.
¿Y si Goya hubiese disparado?
La pregunta es inevitable. Y tentadora. ¿Qué habría ocurrido si Wellington, uno de los pilares de la resistencia contra Napoleón, hubiese caído abatido en el estudio de un pintor español?
La respuesta, inevitablemente, se mueve en el terreno de la especulación. La coalición antinapoleónica era fuerte, sí, pero el liderazgo de Wellesley había sido crucial para reorganizar el frente peninsular. Su capacidad estratégica —puesta de manifiesto en Salamanca, Vitoria y más tarde en Waterloo— era difícilmente sustituible en el corto plazo.
Sin embargo, tampoco sería justo cargar todo el peso de la historia sobre un solo par de hombros. Las derrotas decisivas de Napoleón fueron fruto de alianzas amplias, errores propios del emperador y presiones simultáneas en varios frentes europeos. Aun sin Wellesley, es posible que el final fuese parecido, pero no necesariamente igual. Y desde luego, más caótico.
Cómo se ha contado —y distorsionado— la historia
El episodio ha viajado a través del tiempo vestido con distintos ropajes: a veces como anécdota divertida sobre el genio indomable de Goya, otras como crítica a la altivez británica. La verdad histórica, esa señora escurridiza, queda en manos de testimonios indirectos, crónicas y memorias publicadas décadas después.

Como suele ocurrir en estos casos, conviene leer entre líneas: ¿qué se exageró?, ¿qué se maquilló?, ¿qué convenía contar? Lo único indiscutible es que la escena existió en la tradición oral y escrita, y que la fuerza dramática del relato la ha mantenido viva durante dos siglos.
Un episodio que habla de poder, orgullo y violencia
En realidad, el encontronazo sirve como ventana a tensiones más profundas. La población española veía en las tropas británicas tanto aliados como saqueadores, especialmente tras episodios brutales como el de Badajoz. Y, por su parte, Wellington representaba un imperio que actuaba defendiendo sus propios intereses, no siempre compatibles con los de España.
Ese conflicto latente llegó al estudio de Goya en forma de mirada, de gesto, de palabra. El arte se transformó en un campo de batalla simbólico. La crítica estética del duque, real o magnificada, se vivió como desdén hacia una cultura entera. Y la respuesta del pintor —su amago de sacar las armas— recordaba que el honor, en aquella época, tenía un punto inflamable.
Las vueltas del retrato
El cuadro, por cierto, no tuvo una vida tranquila. Después de pasar por las manos del propio Wellington y por colecciones privadas, fue robado en Londres en 1961, en un episodio digno de novela negra. Más tarde fue recuperado y, desde entonces, permanece custodiado como una pieza clave del museo.
Curiosamente, este secuestro artístico terminó de fijar el retrato en la memoria colectiva. Quizá porque un cuadro que casi provoca un duelo y que luego desaparece misteriosamente parece destinado a ser algo más que pintura sobre tela.
Contar la historia sin dejarse llevar
El episodio, tal y como se transmite hoy, mezcla datos, tradición oral y dramatización. La prudencia invita a distinguir entre lo documentado y lo literario; pero también a admitir que las anécdotas, incluso las dudosas, dicen mucho de las sensibilidades de una época.
Entre lo que ocurrió y lo que pudo ocurrir, la historia se abre paso a golpes de pincel, orgullo herido y un par de pistolas que, por fortuna, nadie llegó a disparar.
Vídeo:
Fuentes consultadas
- National Gallery. (s. f.). Francisco de Goya: The Duke of Wellington (NG6322). National Gallery, Londres. https://www.nationalgallery.org.uk/paintings/francisco-de-goya-the-duke-of-wellington
- Museo Nacional del Prado. (s. f.). Goya y Lucientes, Francisco de. Museo Nacional del Prado. https://www.museodelprado.es/coleccion/artista/goya-y-lucientes-francisco-de/39568a17-81b5-4d6f-84fa-12db60780812
- Fundación Goya en Aragón. (s. f.). El duque de Wellington (The Duke of Wellington). Fundación Goya en Aragón. https://fundaciongoyaenaragon.es/eng/obra/el-duque-de-wellington-1/318
- Mesonero Romanos, R. (s. f.). Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid (Tomo VII). Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. https://www.cervantesvirtual.com/obra/memorias-de-un-setenton-natural-y-vecino-de-madrid–0/
- Fernández, M. A. (2016). Memorias de la batalla (y el saqueo) de Badajoz. Revista Historia Autónoma, Universidad Autónoma de Madrid. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/7580317.pdf
- Real Academia de la Historia. (s. f.). Miguel Ricardo de Álava y Esquível. Historia Hispánica. https://historia-hispanica.rah.es/biografias/1811-miguel-ricardo-alava-y-esquivel
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






