Si alguien propusiera hoy montar una invasión nazi de pega —tanques por la avenida principal, ministros esposados, la bandera con esvástica ondeando en el ayuntamiento y los periódicos rebautizados en alemán— acabaría en el comité de ética o en el diván del psicólogo. Pero en febrero de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, semejante disparate no solo fue aprobado, sino que se celebró a bombo y platillo en Winnipeg, Canadá. Aquel día, la ciudad amaneció convertida en un escenario bélico que pretendía convencer a los ciudadanos de que el miedo podía —y debía— transformarse en dinero contante y sonante. Lo llamaron If Day (“El día del si…”), como si bastara un condicional para poner a la gente a comprar bonos de guerra.
El contexto: cómo se convirtió el pánico en un argumento de venta
A principios de 1942, la sensación general era que el Apocalipsis estaba en marcha. Europa ardía, Hitler parecía imparable y Canadá, aunque lejos del frente, sentía el aliento del conflicto en la nuca. Financieramente, el país necesitaba fondos desesperadamente, y el llamado Victory Loan, una emisión de bonos patrióticos, era la herramienta elegida para sostener la maquinaria bélica. En Manitoba, la meta era colosal: decenas de millones de dólares que harían sudar a cualquier contable.
El comité organizador del Greater Winnipeg Victory Loan, presidido por el empresario John Draper Perrin, pensó que el patriotismo por sí solo no bastaba. Así que decidió añadir un poco de terror escenográfico. Si la gente no se conmovía con los discursos, quizá reaccionaría cuando viera a su alcalde detenido por soldados con uniforme alemán. Y así, de esa mezcla de pragmatismo y teatralidad, nació la idea de traer la guerra a casa… por un día.
El gran montaje: sirenas, tanques y Reichsmarks de mentira
El 19 de febrero de 1942, Winnipeg amaneció convertida en un escenario bélico. Antes de que sonaran las siete, las sirenas ulularon, las emisoras de radio fueron “intervenidas” y las calles se llenaron de soldados que patrullaban en silencio. El simulacro fue minucioso: carteles con decretos imaginarios anunciaban el toque de queda, la bandera canadiense fue reemplazada por una esvástica, y hasta circularon billetes falsos —los célebres Reichsmarks de utilería— para completar el efecto.
Miles de soldados, voluntarios y extras participaron en la mayor maniobra militar urbana que había visto la ciudad. Se escenificaron combates, detenciones, confiscaciones y, cómo no, la quema simbólica de libros. Todo con la precisión de un rodaje de Hollywood y la moral de un mitin patriótico. El mensaje era tan claro como inquietante: “Esto pasará si no compráis bonos”.
El reparto: soldados, figurantes y políticos esposados
Nada de improvisación. En If Day participaron unidades militares reales: los Royal Winnipeg Rifles, los Winnipeg Grenadiers, los Queen’s Own Cameron Highlanders y varias más, todas perfectamente coordinadas. Por el lado de los “nazis”, se enfundaron los uniformes voluntarios del Young Men’s Board of Trade, maquillados y entrenados para parecer invasores convincentes.
El comandante enemigo tenía incluso nombre: Erich von Neuremburg, creación de la imaginación propagandística local. Entre los arrestados figuraban el alcalde, el primer ministro provincial y otras autoridades civiles. Verlos conducidos por la calle, con semblante solemne, ofrecía una imagen tan poderosa como absurda. Una representación digna de una tragicomedia patriótica en horario de máxima audiencia.
La confusión general: cuando el teatro se volvió demasiado real
Aunque la campaña se había anunciado en la prensa, no todos captaron que era teatro. En plena era de la radio —sin televisión, sin redes y con la tensión bélica de fondo—, la dramatización sonó demasiado convincente. Hubo quien pensó que la invasión era real y que Canadá estaba cayendo bajo el yugo nazi. Los periódicos locales, tomados por sorpresa al principio, corrieron a publicar aclaraciones.
Mientras tanto, los corresponsales de Life, Newsweek y otros medios estadounidenses desembarcaban en Winnipeg para cubrir el espectáculo. Las imágenes del simulacro se difundieron por todo el continente, y durante unas horas, medio mundo creyó que el Tercer Reich había cruzado el Atlántico. La confusión, paradójicamente, amplificó la eficacia de la campaña. Donde había miedo, hubo dinero. Donde había caos, hubo bonos vendidos.
La jornada más extraña de Winnipeg
Las crónicas de aquel día parecen guiones de sátira política. Los tanques recorriendo Portage Avenue, los autobuses detenidos y registrados por falsos oficiales, la biblioteca pública frente a una hoguera de libros seleccionados con criterio teatral. En las escuelas, los niños escucharon cómo su “nuevo régimen” cambiaría las asignaturas; y en los cafés, los camareros servían bajo carteles escritos en alemán.
Algunas anécdotas rayaron lo grotesco: una anciana insultó a los “invasores” a voz en grito sin saber que eran voluntarios; un comerciante se negó a cerrar su tienda alegando que “ni los nazis podrían con sus precios”; y hubo incluso quien trató de esconder a un vecino de ascendencia alemana, convencido de que venían a por él. Entre tanto humor involuntario también hubo heridos menores y unos cuantos sustos de verdad. El guion no preveía que la realidad tuviera tanta iniciativa.
¿Funcionó el experimento? Éxito financiero, dilema moral
Desde un punto de vista contable, If Day fue un triunfo: las ventas de bonos se dispararon y Winnipeg superó holgadamente su objetivo. El país entero habló de la hazaña, y los medios internacionales la presentaron como una muestra ejemplar de patriotismo práctico.
Sin embargo, el éxito económico trajo consigo un poso de incomodidad. Muchos ciudadanos se sintieron manipulados, y no faltaron las críticas por el uso del miedo como herramienta propagandística. Los historiadores posteriores verían en If Day un caso de estudio sobre los límites éticos de la propaganda: ¿hasta dónde puede una democracia teatralizar el horror para conseguir adhesión? En el fondo, el simulacro reveló lo fácil que resulta convertir la angustia colectiva en producto.
De simulacro a símbolo: la huella cultural de If Day
El episodio no cayó en el olvido. Décadas después, el canal CTV produjo en 2006 un documental con imágenes de archivo y testimonios de participantes, mientras el cineasta Guy Maddin incluyó fragmentos del evento en su delirante retrato fílmico My Winnipeg. En la academia, el historiador Jody Perrun dedicó su obra The Patriotic Consensus a estudiar cómo la ciudad se unió —y se dejó llevar— por la moral de guerra.
En los libros y las aulas, If Day se cita hoy como un ejemplo magistral de propaganda emocional y manipulación de masas. Un recordatorio incómodo de que el patriotismo, cuando se teatraliza, puede transformarse en espectáculo, y el espectáculo en memoria colectiva.

Lo que enseñó If Day: miedo, teatro y patriotismo a la carta
De aquel día delirante pueden extraerse varias moralejas. La primera: el miedo vende. No hay mejor incentivo que la amenaza de perderlo todo. La segunda: toda guerra necesita su guionista, alguien capaz de construir un enemigo de papel que justifique la movilización. Y la tercera: la memoria es el mejor marketing. Lo que nació como una campaña publicitaria terminó convertido en material histórico, fotografiado, filmado y recordado con una mezcla de orgullo y sonrojo.
If Day demuestra que las democracias no son inmunes a las técnicas del espectáculo. Cuando la causa es justa, el exceso se perdona; cuando pasa el tiempo, se convierte en curiosidad histórica. Pero el eco de aquella jornada sigue recordando que, bajo la bandera del patriotismo, puede esconderse la más elaborada de las funciones teatrales.
Perspectivas: un acto brillante o una locura moral
Si se analiza con frialdad, la maniobra fue ingeniosa, eficaz y demoledoramente cínica. Convencer a una población entera de vivir bajo ocupación para lograr su apoyo económico es digno de manual de marketing político. Pero si se mira con un poco más de humanidad, resulta inquietante. Simular una invasión para vender seguridad roza el chantaje emocional.
Las democracias, tan dadas a exhibir su moral superior, también saben jugar con el miedo cuando les conviene. If Day es la prueba de que la ingeniería emocional no nació en las redes sociales, sino en las calles de Winnipeg, entre pancartas, uniformes alquilados y Reichsmarks de pega.
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Curiosidades: el día en que Portage Avenue se llamó Adolfhitlerstrasse
Entre los muchos detalles deliciosamente absurdos de If Day, destaca el rebautizo temporal de las calles: Portage Avenue pasó a llamarse Adolfhitlerstrasse, porque, claro, no hay invasión sin toques de opereta. Los organizadores compraron uniformes de segunda mano en Hollywood, imprimieron billetes falsos y hasta redactaron decretos cómicamente totalitarios.
Durante horas, los ciudadanos pagaron el pan con Reichsmarks de cartón, leyeron periódicos censurados y soportaron con una sonrisa tensa la parodia de un régimen que, en el fondo, les resultaba demasiado familiar por los noticiarios. Cuando todo terminó, se organizó un desfile patriótico con el lema: “¡Que esto no ocurra aquí!”. Ironías de la historia: para evitar la pesadilla, decidieron soñarla primero.
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Vídeo
Fuentes consultadas
- If Day. (s. f.). Wikipedia. https://es.wikipedia.org/wiki/If_Day
- Bank of Canada Museum. (2022, 14 de noviembre). The day Winnipeg was invaded. https://www.bankofcanadamuseum.ca/2022/11/the-day-winnipeg-was-invaded/
- Newman, M. (1987). 19 February 1942: If Day. Manitoba History. https://www.mhs.mb.ca/docs/mb_history/13/ifday.shtml
- Chandler, G. (2017, 1 de febrero). IF DAY: The occupation of Manitoba. Legion Magazine. https://legionmagazine.com/if-day-the-occupation-of-manitoba/
- Perrun, J. (2014). The Patriotic Consensus: Unity, Morale, and the Second World War in Winnipeg. University of Manitoba Press.
- British Pathé. (s. f.). If Day in Winnipeg (1942) [Video]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=8scLEt70yIE
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
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