El fútbol, ese deporte de pasiones y tragedias, ha dejado en su historia episodios gloriosos, oscuros y otros que son. directamente, absurdos. En febrero de 2004, en Goa (India), se jugaban dos partidos al unísono; no se trataba de levantar copas ni de gestas heroicas: aquí los protagonistas decidieron que lo más sensato era dinamitar cualquier atisbo de decoro deportivo con un festival de goles que rozaba lo grotesco.
Dos equipos, dos partidos diferentes al mismo tiempo y un mismo objetivo: superar al rival directo inflando el marcador hasta niveles de videojuego mal calibrado.
El contexto: cuentas pendientes con la tabla de clasificación
El torneo en cuestión era la liga estatal de Goa, donde varios clubes modestos peleaban por ascender a una categoría superior. La diferencia de goles —ese cruel detalle que a menudo decide destinos— se convirtió en obsesión. Los dos clubs, tanto el Wilfred como el Curtorim necesitaban inflar su promedio ofensivo para adelantar a rivales directos. La lógica decía que debían ganar holgadamente; la picaresca, que si el adversario colaboraba, mejor.
Y vaya si colaboraron. Los equipos rivales, Dona Paula Sports Club y Sangolda Lightning, demostraron una solidaridad digna de ONG. Los defensores se abrían de par en par como si fueran puertas giratorias de un hotel de lujo. Los porteros, más que guardametas, parecían acomodadores de cine, invitando amablemente a los delanteros a depositar el balón en la red.
El marcador imposible: goles a granel
La jornada dejó cifras de escándalo. Wilfred 55 – Dona Paula 1 y Curtorim 61 – Sangolda 1. Los cronistas locales no sabían cómo describir la jornada: aquello no era fútbol, era un simulacro burlesco. Lo insólito es que ambos partidos se disputaban al mismo tiempo, y los dirigentes recibían llamadas telefónicas en directo para actualizar la goleada rival. Ante cada aviso de “ya van 40”, la respuesta era inmediata: “¡Pues nosotros 45!”. Una especie de subasta de goles en la que los martillos eran botas de tacos.
Imagínese al espectador neutral en la grada: cada ataque acababa en gol, cada gol era celebrado con un entusiasmo impostado y cada defensa se desmoronaba con la gracia de un castillo de naipes bajo un ventilador.
Vamos, que si alguien pestañeaba, corría el riesgo de perderse dos o tres tantos.
El bochorno organizado
La Federación de Goa, que tampoco nació ayer, detectó el esperpento de inmediato. Los resultados parecían más propios de un partido de cricket que de fútbol. La reacción fue rápida: ambos equipos fueron expulsados del torneo y los registros de esos partidos quedaron marcados con un asterisco de vergüenza eterna. La prensa india bautizó el suceso como uno de los mayores bochornos deportivos de la región.
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Curiosamente, este tipo de despropósitos no era del todo nuevo en el planeta fútbol. En ligas menores de África, Asia o incluso Europa del Este, han existido marcadores inverosímiles con sospechas de amaño. Sin embargo, lo de Goa en 2004 se ganó un hueco especial: dos partidos al mismo tiempo, con idéntica intención y un surrealismo tan desbordante que haría marear al mismísimo Ionesco.
Goleadas que rozan lo poético
Más allá de la sanción, quedó la estampa casi poética de un deporte convertido en caricatura. El resultado 61-1 podría parecer la partida de un niño con el FIFA en modo principiante; el 55-1, un entrenamiento de delanteros contra conos. Pero no, eran encuentros oficiales, con árbitro, actas, fichajes y todo el papeleo en regla.
Los jugadores, años después, recuerdan el episodio no sin cierta mueca incómoda. No hay entrevistas épicas ni memorias de superación; lo que quedó es una anécdota universal sobre cómo el ansia de ventaja aritmética puede dinamitar cualquier sentido común.
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