La escena, revestida de solemnidad diplomática, tenía sin embargo algo de comedia costumbrista. Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos, recibía al primer ministro de Mauricio, Sir Seewoosagur Ramgoolam, con la pompa habitual destinada a un jefe de gobierno que aterriza procedente de una isla diminuta del Índico empeñada en hacerse visible en los mapas ajenos. Todo correcto, salvo por un detalle que habría hecho sudar incluso a la estatua de George Washington: en la cabeza del equipo de Henry Kissinger, aquel visitante no era el líder de Mauricio, sino el de Mauritania.
El matiz no era menor. Para la maquinaria burocrática estadounidense, Mauritania evocaba sequías infinitas, arena hasta en las pestañas y una ruptura diplomática reciente provocada por la Guerra de los Seis Días. Con semejante premisa, Nixon entró en la reunión convencido de que tenía enfrente a un mandatario sahariano y decidió mostrarse resolutivo. Propuso restablecer relaciones, reactivar la ayuda y enviar a los mejores expertos en agricultura para tierras áridas. Frente a él, Ramgoolam debió contener la risa: venía de un país donde las dunas son tan improbables como un iglú en Sevilla, y donde la humedad tropical compite con la caña de azúcar por ocupar cada centímetro de terreno.
Mauricio, Mauritania y la maldición de los nombres parecidos
La confusión se explica con la frialdad de una ficha de archivo. Dos nombres similares, dos ubicaciones opuestas y dos trayectorias diplomáticas que no podrían ser más divergentes.
Mauricio es un archipiélago volcánico, insular, cálido y exuberante, situado al este de Madagascar. Su economía ha navegado durante décadas entre el azúcar, el comercio marítimo y la influencia británica. Desde su independencia en 1968, la isla ha cultivado una imagen de estabilidad, orden y moderación, algo especialmente apreciado durante la febril Guerra Fría.
Mauritania, por el contrario, es un Estado saheliano, de extensiones desérticas y tensiones históricas complejas. Fue uno de los países que, en pleno torbellino de la Guerra de los Seis Días, rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Cuando finalmente se retomaron los contactos, el clima seguía siendo todo menos idílico.
Alguien, en algún punto del Departamento de Estado, mezcló dos expedientes como quien confunde dos archivadores del mismo color. Resultado: la Casa Blanca esperaba a un líder surgido entre tormentas de arena, y no al de una nación insular donde los cocos caen del cielo con más facilidad que la lluvia en el Sahara. Un error de manual, destinado a acabar en anécdota.
La Guerra de los Seis Días en la letra pequeña de la historia
No se puede comprender del todo este despropósito sin tener presente el contexto. La Guerra de los Seis Días, en junio de 1967, alteró la geometría política de Oriente Próximo y desencadenó una cascada de reacciones en los países árabes. Entre ellas, varias rupturas diplomáticas con Estados Unidos, percibido como apoyo esencial de Israel.
Mauritania fue uno de esos Estados que decidió cortar lazos, creando una grieta que no se cerraría de inmediato. Ese trasfondo figuraba en los informes que manejaban los responsables de la política exterior estadounidense. Y como Mauritania tampoco era un país especialmente presente en el imaginario colectivo del ciudadano medio norteamericano, su expediente se convirtió en una especie de trampa para funcionarios con demasiada prisa o poco apego a los mapas.
Mientras tanto, Mauricio jugaba otra liga: recién independizada, buscaba inversiones, consolidaba instituciones y trataba de forjar una imagen internacional de fiabilidad. Sin conflictos con Washington, sin heridas pendientes y con la tranquilidad de quien quiere construir puentes en lugar de quemarlos.
Una estación de rastreo espacial en medio del Índico
El momento estelar de esta tragicomedia llega cuando Ramgoolam, consciente de que Nixon le está hablando de un país que no es el suyo, intenta reconducir el encuentro hacia un terreno menos arenoso: la estación de rastreo espacial estadounidense ubicada en Mauricio.
La instalación, parte de una red global diseñada para seguir satélites y misiones espaciales, encajaba perfectamente en la agenda del visitante. Era un ejemplo palpable de colaboración tecnológica y una muestra de que ambos países mantenían la relación viva y funcional.
La pregunta del primer ministro —si el presidente estaba satisfecho con el funcionamiento de la estación— debería haber aclarado cualquier duda. Pero lo que hizo fue avivar la confusión. Nixon, que seguía convencido de estar hablando con Mauritania, sintió cómo las piezas del puzle dejaban de encajar de forma alarmante. Si ese país había cortado relaciones, ¿cómo era posible que hubiera allí una estación estadounidense?

La incomodidad fue tal que el presidente recurrió a un método infalible: la nota manuscrita. En un papel amarillo, escribió de su puño y letra la pregunta que ya es casi leyenda en las anécdotas diplomáticas del siglo XX:
“¿Por qué demonios tenemos un sistema de rastreo espacial en un país con el que no mantenemos relaciones diplomáticas?”
Aquel papelito, cargado de desconcierto y sudores fríos, acabaría citado en estudios de diplomacia como ejemplo perfecto del daño que puede hacer un simple error de geografía en política internacional.
Una catástrofe protocolaria tan humana como reveladora
El episodio combina todo lo que convierte a la historia política en terreno fértil para la ironía: un presidente confiado que queda en evidencia, un primer ministro que mantiene el tipo con humor contenido, un equipo incapaz de diferenciar una isla tropical de un desierto africano y un mensaje escrito que delata, sin piedad, la confusión de la mayor potencia del planeta.
Sin grandes lecciones morales, la escena funciona como recordatorio de que los mapas no son decoración de despacho, sino herramientas básicas. Y que, a veces, basta confundir una vocal para desencadenar un caos diplomático capaz de hacer sudar a un presidente, a un secretario de Estado y al funcionario que mezcló las carpetas.
Vídeo: “La confusión diplomática del siglo (Nixon confundió Mauricio con Mauritania)”
Fuentes consultadas
- Datos Freak. (s.f.). “Aah, y yo que pensaba que el Sahara se había movido al Océano Índico”. Datos Freak. https://www.datosfreak.org/datos/slug/richard-nixon-confunde-mauricio-con-mauritania/
- Prieto, M. J. (2013, 7 de julio). Cuando Nixon confundió Mauricio con Mauritania. Curistoria. https://www.curistoria.com/2013/07/cuando-nixon-confundio-mauricio-con.html
- Office of the Historian. (s.f.). 164. Memorandum of conversation, Washington, September 18, 1975. En Foreign Relations of the United States, 1969–1976, Volume E–9, Part 2: Documents on the Middle East Region, 1973–1976. U.S. Department of State. https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1969-76ve09p2/d164
- El Café de la Historia. (2025, 31 de octubre). Jenaro Gajardo Vera: el dueño de la Luna. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/dueno-de-la-luna/
- de Blij, H. (2012). Why geography matters: More than ever. Oxford University Press.
- GeoCurrents. (2014, 30 de abril). American geographical illiteracy and (perhaps) the world’s worst atlas. GeoCurrents. https://www.geocurrents.info/blog/2014/04/30/american-geographical-illiteracy-perhaps-worlds-worst-atlas/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






