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Movimiento de los Focolares: historia, espiritualidad y controversias

El Movimiento de los Focolares, conocido también como Obra de María, no nació en ningún despacho solemne ni en el marco de un encuentro eclesial multitudinario. Su origen se encuentra en los refugios improvisados de la Segunda Guerra Mundial, en una Trento sacudida por las bombas, donde un grupo de jóvenes decidió tomarse muy en serio una idea tan sencilla como atrevida: vivir el Evangelio sin rebajas y compartirlo todo.

Aquel primer “focolar” –brasero, hogar, fuego común– ha terminado convirtiéndose en una red extendida por más de ciento ochenta países, con millones de miembros y simpatizantes de todo tipo. Su ambición, lejos de la modestia, se resume en un propósito que no deja indiferente: hacer que la conocida oración de “que todos sean uno” deje de sonar a frase inspirada y comience a implicar gestos reales, cotidianos, visibles.

Al lector más incrédulo no se le puede reprochar una cierta suspicacia. No es para menos. Con el tiempo, los Focolares han desplegado una mezcla peculiar de experiencia espiritual, estructura internacional, proyectos educativos, iniciativas empresariales, una universidad propia, múltiples ciudadelas de convivencia… y también episodios delicados, investigaciones dolorosas y críticas severas. Con todo, sigue siendo un movimiento que reivindica un marcado espíritu católico, abierto al ecumenismo, a la cooperación entre religiones y a un modelo económico basado en la comunión.

Orígenes en Trento: una maestra, unas bombas y un Evangelio subrayado

Chiara Lubich, cuyo nombre de nacimiento era Silvia, nació en Trento en 1920. Era maestra y estudiaba Filosofía cuando la guerra convirtió su entorno en un mosaico de edificios derruidos, alarma constante y familias refugiadas.

En 1943, con la ciudad hecha pedazos, tomó una decisión que marcaría a varias generaciones: apostar por un único ideal que no pudiera ser derribado, Dios. Se llevó un Evangelio al refugio y empezó a leerlo junto a algunas amigas, tratándolo no como un texto hermoso, sino como un manual directo para vivir: amar incluso al enemigo, compartir lo poco que hubiera, reconciliarse con rapidez y sostenerse unas a otras.

Un año después, tras un bombardeo brutal, la familia de Chiara abandonó Trento, pero ella prefirió quedarse para acompañar al pequeño grupo que había nacido. Con unas compañeras alquiló un piso minúsculo. Los vecinos, sorprendidos por aquel ambiente cálido y distinto, empezaron a llamarlo “el focolar”.

Los comienzos no fueron fáciles. En plena posguerra, un grupo de jóvenes que insistía en hablar de amor, que ponía en común bienes y vivía una convivencia estrecha levantó suspicacias: para algunos era un exceso de religiosidad; para otros, un peligroso aproximarse al comunismo. Sin embargo, el obispo de Trento decidió escucharlas, y dejó caer una frase que pasaría a la historia interna del movimiento: “Aquí está el dedo de Dios; adelante”. En 1947 aprobó los primeros estatutos.

Movimiento de los Focolares

En 1948 entró en escena Igino Giordani, diputado, escritor y pionero del ecumenismo, considerado más tarde cofundador del movimiento. Fue el primer focolarino casado y actuó como puente entre la experiencia espiritual de Chiara y su plasmación social y política.

De pequeño grupo local a Obra de María

Aquel grupo femenino inicial creció con rapidez. Pronto surgieron focolares masculinos y, en paralelo, se ampliaba el círculo de personas que compartían la espiritualidad sin vivir necesariamente en comunidad. A partir de entonces, se habló de un “corazón” del movimiento y de un enorme conjunto de ramas y colaboradores que gravitaban alrededor.

En los años cincuenta, el Santo Oficio inició un examen de la obra. Hubo momentos tensos, suspensiones y malentendidos, aunque finalmente el movimiento se abrió camino y se integró en el clima de renovación que desembocaría en el Concilio Vaticano II. Décadas después, la Santa Sede reconoció oficialmente a la Obra de María como asociación internacional de fieles. Ese reconocimiento culminó en 1990, confirmando su estatus universal.

Así quedó asentada su identidad: un movimiento profundamente católico, pero abierto a cristianos de otras confesiones, creyentes de otras religiones e incluso personas no creyentes que compartieran un ideal de fraternidad. La expansión internacional avanzó rápido y llegó a países donde los católicos eran minoría, incluidos varios de tradición musulmana.

Una espiritualidad de la unidad: de la regla de oro al encuentro entre religiones

El corazón espiritual del Movimiento de los Focolares se condensa en algunos principios directos:

  • Vivir el Evangelio de manera literal y comunitaria.
  • Hacer de la oración “que todos sean uno” un horizonte constante.
  • Practicar la regla de oro en todos los ámbitos: tratar al otro como uno desearía ser tratado.

Esta base dio lugar a una espiritualidad que busca la unidad no como idea abstracta, sino como experiencia compartida en lo cotidiano. Chiara describió momentos decisivos como el “Paraíso del 49”, una serie de intuiciones espirituales vividas junto al grupo fundacional en el valle de Primiero.

De ahí surgió la llamada “espiritualidad de la unidad”, que el movimiento presenta como una aportación singular a la Iglesia contemporánea. No se asienta en gestos extraordinarios, sino en prácticas sencillas: reconciliarse con rapidez, compartir bienes, leer textos bíblicos e intercambiar experiencias sobre cómo se han llevado a la práctica.

Esa espiritualidad abrió paso al diálogo. Los Focolares promovieron encuentros entre católicos y otras confesiones cristianas, como luteranos y anglicanos, priorizando la fraternidad por encima de las disquisiciones teológicas. También se acercaron a tradiciones judías, musulmanas y budistas, entre otras. La propia Chiara recibió premios internacionales por su labor en favor del encuentro entre culturas y religiones.

No deja de ser llamativo: un movimiento nacido en el corazón del catolicismo se convirtió en uno de los puntales del diálogo interreligioso del siglo XX, siempre con la palabra “unidad” como referencia.

Ramas, generaciones y profesiones: la estructura interna

El Movimiento de los Focolares es una red muy amplia, formada por diversas ramas y vocaciones. Entre sus miembros destacan:

  • Focolarinos y focolarinas, laicos consagrados que viven en pequeñas comunidades y se dedican plenamente al movimiento.
  • Sacerdotes y religiosos que comparten la espiritualidad de la unidad.
  • Voluntarios y voluntarias, laicos que viven el carisma en su vida laboral y familiar.
  • Familias y matrimonios, con propuestas específicas.
  • Ramas juveniles, conocidas como gen, con grupos diferenciados por edades.

A su alrededor se articulan equipos dedicados a la educación, la salud, la economía, la política, las artes, los medios de comunicación o la investigación. La Obra de María ha impulsado centros de espiritualidad, editoriales, grupos musicales como Gen Rosso y Gen Verde, una universidad en Loppiano y diversas iniciativas de cooperación internacional.

Uno de sus rasgos más característicos son las Mariápolis, ciudadelas donde conviven personas de distintos países intentando plasmar un estilo de vida basado en la fraternidad. La más conocida, Loppiano, nació en Toscana en los años sesenta y recibe cada año miles de visitantes. En muchos otros lugares existen versiones más pequeñas: centros de encuentro, retiros o proyectos sociales.

Economía de Comunión: cuando el carisma entra en el terreno empresarial

Entre los elementos más llamativos del movimiento destaca la Economía de Comunión. Surgió en 1991, cuando Chiara visitó Brasil y quedó impactada por la desigualdad social. A partir de esa impresión propuso una idea que podría sonar idealista, pero que se puso en marcha: crear empresas que compartieran una parte de sus beneficios para ayudar a los más vulnerables y sostener iniciativas formativas.

El sistema contemplaba tres destinos para los beneficios: atención a personas en necesidad, formación en la cultura del compartir y crecimiento de la propia empresa. El objetivo no era la caridad tradicional, sino fomentar relaciones económicas más humanas y menos competitivas en sentido estrecho.

A lo largo de los años, cientos de empresas se han unido a este modelo, que ha servido para estudiar nuevas formas de responsabilidad social. En algunas ciudadelas existen auténticos polos empresariales que intentan mostrar que otro tipo de economía es posible.

Aunque pueda sonar a experimento marginal, numerosos especialistas han analizado la propuesta, porque introduce en el discurso económico una categoría incómoda, la comunión, como criterio operativo y no solo como adorno.

El Movimiento de los Focolares en España: discreción y red de apoyos

En España, el movimiento está presente desde hace décadas a través de comunidades, grupos y actividades en distintas diócesis. Su propuesta insiste en un estilo de vida sencillo: poner el Evangelio en el centro y trabajar por la fraternidad social.

Hay grupos de familias, jóvenes y niños, y una participación activa en proyectos educativos, iniciativas por la paz y propuestas ligadas a la ecología integral. Las reuniones periódicas, los retiros y la formación son parte habitual de la vida del movimiento. Su presencia no compite con la estructura parroquial, sino que se integra en ella como una red de espiritualidad más amplia.

El lector español lo encontrará en encuentros de diálogo entre religiones, en proyectos sociales de base comunitaria y en experiencias de economía alternativa. Su influencia es discreta, pero sostenida.

Reconocimientos, crisis y autocrítica: entre luces y sombras

Resulta tentador presentar la historia de los Focolares como una trayectoria limpia de tensiones. La realidad es más compleja. Chiara Lubich está considerada una de las figuras espirituales más influyentes del siglo XX y ha recibido numerosos reconocimientos académicos y sociales.

Pero también han existido episodios oscuros. En años recientes salió a la luz un grave caso de abusos cometidos durante décadas por un exmiembro del movimiento en Francia. Una investigación independiente documentó la situación y cuestionó el modo en que la estructura interna permitió que continuaran durante tanto tiempo. A raíz de ello, el movimiento impulsó medidas de reparación y protocolos más exigentes.

A estas heridas se suman críticas de exmiembros que denuncian excesivo centralismo, dificultades para expresar discrepancias y dinámicas que, en algunos casos, habrían rozado lo sectario. Estas voces reclaman una revisión profunda del estilo de gobierno y de ciertas prácticas internas.

Los actuales responsables del movimiento sostienen que la crisis es un punto de inflexión que puede llevar a una gestión más transparente y participativa. El reto está en encontrar un equilibrio entre el carisma fundacional y las exigencias de una organización que opera en el siglo XXI.

Entre la experiencia espiritual y la gestión cotidiana

El Movimiento de los Focolares vive desde sus primeros pasos en una zona fronteriza donde conviven la mística y la administración, la fraternidad y la organización, la oración y las cifras. Su historia atraviesa buena parte de los temas clave de la Iglesia actual: el papel de los laicos, la presencia de la mujer, la relación entre religiones, la ecología integral, la participación juvenil, los abusos y las reformas estructurales.

Quien se acerque a él encontrará una realidad compleja, con luces muy visibles y sombras que aún interpelan. Pero también un intento constante de demostrar, aunque sea con contradicciones, que la palabra “unidad” puede tener un reflejo real en la vida diaria, en la economía, en la cultura y en las relaciones humanas.

Vídeo: “The Focolare Movement (brief presentation)”

Fuentes consultadas

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