Si alguien cree que las telenovelas modernas han inventado los giros de guion imposibles, es porque aún no se ha cruzado con el expediente histórico de Martin Guerre. Este episodio combina impostura, juicios, traiciones familiares y un clímax con la aparición de la persona menos esperada…
Un matrimonio con prólogo judicial
Corría el año 1539 cuando un joven de Hendaya, Martin Guerre (o Martín Guerra a este lado de los Pirineos), contrajo matrimonio con Bertrande de Rols en la apacible Gascuña. Todo parecía encaminarse hacia una vida campesina normal, de esas en las que el mayor sobresalto era que se estropeara la cosecha o se acabara el vino en la taberna. Pero el idilio duró poco: en 1548, Martin fue acusado de robar grano y, con la discreción de un mago en plena función, desapareció del mapa. Ni una nota, ni un simple “me voy a la feria de la capital”. Nada.
Y ahí quedó Bertrande: atrapada en un matrimonio fantasma, sin poder rehacer su vida porque las leyes de la época dictaban que, mientras el marido siguiera vivo en algún rincón del planeta, ella debía permanecer fiel. Un limbo social con aroma a convento, donde la viudez sin cadáver resultaba más incómoda que un banquete sin vino.
El retorno del hijo pródigo… o no
Ocho años después, en 1556, apareció en el pueblo un hombre con la seguridad de un actor que se sabe el papel de memoria. Afirmaba ser Martin Guerre, y para sorpresa de todos, tenía las mismas cicatrices, las mismas señas y, sobre todo, un arsenal de recuerdos íntimos que harían asentir a cualquier notario. Bertrande, agotada de tanta espera y con la vida paralizada, lo recibió con entusiasmo. No solo recuperaba a su marido, también recuperaba la normalidad… y el tálamo conyugal.
El pueblo, emocionado, lo abrazó como al hijo pródigo que vuelve para reavivar la hoguera familiar. Pero la armonía duró lo que tarda en enfriarse una jarra de vino. El nuevo “Martin” empezó a reclamar derechos sobre propiedades y herencias, en especial contra su tío Pierre Guerre, personaje que, como buen pariente, solo parecía conmoverse cuando la cuestión incluía tierras y dinero.
Dudas, sospechas y rumores de guerra
El parecido era asombroso, sí, pero algunos vecinos comenzaron a murmurar. Las habladurías corrieron como pólvora: que si el verdadero Martin había perdido una pierna en combate, que si aquel hombre era demasiado atento para ser el mismo marido hosco que se marchó años atrás, que si las cicatrices podían ser casualidad. La sospecha alcanzó al tío Pierre, quien, en cuanto vio peligrar su bolsillo, pasó de aliado a detractor con la velocidad de un político en campaña.

En 1559, la cosa estalló en los tribunales. El impostor fue acusado de fraude y usurpación. Y, en medio del espectáculo, Bertrande jugó una carta inesperada: defendió públicamente que aquel era su verdadero marido. ¿Lo creía de verdad? ¿O simplemente prefería al “nuevo modelo”, más afectuoso y generoso, que al Martin original? Los cronistas no se ponen de acuerdo, y quizás ahí resida la gracia de todo este asunto.
El regreso triunfal del mutilado
Cuando el juicio estaba en su punto álgido y convertido en un circo, apareció la figura que nadie esperaba: el auténtico Martin Guerre, con una pierna de madera como prueba viviente de sus desventuras. Había estado en España, sirviendo primero a un cardenal y luego como soldado bajo las órdenes de Don Pedro de Mendoza, hasta perder la pierna en la célebre batalla de San Quintín. La escena debió de ser digna de una película: el impostor en el banquillo, los jueces sin saber a quién creer y, de pronto, la entrada del cojo más famoso de la comarca de los últimos siglos.
El impostor, desenmascarado, resultó ser Arnaud du Thil, conocido en la zona como “Pansette”, que había tejido una farsa de manual. Se había aprovechado del parecido físico, de la memoria colectiva y de la colaboración de ciertos cómplices para meterse en la piel de Martin. Pero el telón cayó sin aplausos: confesó y terminó en la horca, ejecutado delante de la casa de los Guerre, como escarmiento teatral para todo el vecindario.
Resonancia cultural y jurídica
El caso trascendió con rapidez. Uno de los jueces, Jean de Coras, publicó un relato detallado del proceso, que corrió por imprentas y gabinetes como historia ejemplar de impostura y justicia. Montaigne, siempre presto a filosofar, lo comentó en sus Ensayos, preguntándose hasta qué punto la memoria de un pueblo podía ser engañada. La anécdota se convirtió en material literario y jurídico, inspirando desde tratados hasta novelas de Alejandro Dumas.
En el siglo XX, la historia dio el salto a la pantalla: Le Retour de Martin Guerre (1982), con Gérard Depardieu, ofreció una versión dramática en la que Bertrande admitía haber aceptado al impostor por razones tan prácticas como sentimentales. Hollywood, por supuesto, no resistió la tentación, y en 1993 apareció Sommersby, con Richard Gere y Jodie Foster, que trasladaba la trama a la Guerra de Secesión estadounidense.
¿Víctima o cómplice?
La duda eterna sigue girando en torno a Bertrande. ¿Fue engañada como todos, o participó con silenciosa complicidad? Quien sabe. Tal vez reconoció al impostor desde el principio y prefirió mirar a otro lado, porque aquel hombre era un mejor esposo que el original. La moraleja, en este caso, es demoledora: el fraude pudo ser, para ella, una oportunidad de redención en un mundo donde las mujeres apenas podían decidir sobre su propia vida.
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Fuentes: Akal – Euxinos
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
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