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Ingreso de España en la ONU en 1955: del aislamiento al reconocimiento internacional

Aquel 14 de diciembre de 1955, en plena sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas, España abandonó por fin el rincón de los marginados internacionales y pasó a codearse oficialmente con el resto de países del planeta. La resolución que autorizó su entrada llegó acompañada de un paquete considerable de nuevos miembros que ampliaron la organización de 60 a 76 Estados. Para algunos fue un trámite; para otros, un terremoto político.

Visto desde hoy, el episodio puede parecer una votación más entre diplomáticos trajeados. Sin embargo, para el franquismo supuso una victoria colosal en materia de imagen. Para la oposición republicana en el exilio, un golpe demoledor. Y para la comunidad internacional, la confirmación de que la Guerra Fría había impuesto un nuevo orden: la geoestrategia pesaba más que las lecciones democráticas recitadas una década antes.

La incorporación de España no se debió a un arrebato de simpatía hacia el régimen, sino al punto final de una década marcada por vetos, rifirrafes y malabares diplomáticos que hicieron sudar tinta a más de un embajador.

De apestado a aspirante incómodo: el aislamiento tras la guerra

Terminada la Segunda Guerra Mundial, España apareció señalada de manera llamativa. No había sido parte activa del conflicto, pero la cercanía ideológica a Hitler y Mussolini era difícil de esconder. La División Azul en el frente soviético, la política interna impregnada de simbología autoritaria y episodios como la anexión de Tánger bastaban para que las potencias vencedoras decidieran apartarla del resto.

En 1945, mientras se diseñaba la estructura de la futura ONU, se aprobó una moción que, sin pronunciar el nombre de España, la dejaba fuera de cualquier posible invitación. Al año siguiente, Estados Unidos, Reino Unido y Francia firmaron la llamada “nota tripartita”: una declaración tajante en la que se afirmaba que el pueblo español no podía integrarse en la vida internacional mientras no desapareciera el régimen instaurado tras la Guerra Civil. Se reclamaban cambios profundos, amnistías, elecciones libres y, en resumen, un giro radical.

ingreso de España en la ONU

La Asamblea General recomendó que los países retiraran a sus embajadores de Madrid, y casi todos obedecieron. Solo quedaron unos pocos representantes diplomáticos, como el nuncio del Vaticano o los embajadores de Portugal, Irlanda y Suiza. El mensaje era nítido: España quedaba aislada y vigilada, apartada del escenario global.

La “cuestión española” en Naciones Unidas: una década de fricciones

El conjunto de debates, informes y votaciones sobre la situación política española recibió un nombre tan solemne como incómodo: la “cuestión española”. Entre 1945 y 1955, el tema regresaba cíclicamente a las mesas de la ONU. En 1946, Polonia llevó el asunto al Consejo de Seguridad, que determinó que el régimen era abiertamente fascista y que había nacido con el respaldo decidido de Alemania e Italia.

De acuerdo con los principios fundacionales de Naciones Unidas, admitir a España habría sido una contradicción. La organización había surgido de la victoria sobre el fascismo, y acoger a un régimen con esos rasgos habría sido como invitar al enemigo a la fiesta de celebración.

El problema es que la política internacional rara vez es coherente. En cuanto la Guerra Fría empezó a tomar forma, el enemigo dejó de ser el fascismo derrotado y pasó a ser el comunismo que avanzaba por Europa oriental. A partir de 1947, España empezó a verse menos como una mancha ideológica y más como una pieza estratégica en el tablero. Su posición geográfica la hacía interesante para el bloque occidental.

Pese a ello, la “cuestión española” no desapareció. Las resoluciones se suavizaron poco a poco, la recomendación de retirar embajadores se desvaneció en 1950 y España empezó a colarse en organismos técnicos especializados, aunque el asiento principal seguía sin estar a su alcance.

Bases militares, Concordato y Guerra Fría: cuando Franco resultó útil

Entre 1950 y 1953 se produjo un giro decisivo. Con la Guerra de Corea en marcha y las tensiones internacionales en pleno auge, Estados Unidos necesitaba aliados firmes en puntos clave del mapa. España encajaba perfectamente como plataforma militar y como socio anticomunista.

El año 1953 fue crucial. Por un lado, el Concordato con la Santa Sede reforzó la imagen de un régimen defensor del catolicismo frente a la expansión soviética. Por otro, los acuerdos con Estados Unidos permitieron la instalación de bases militares estadounidenses a cambio de ayuda económica y armamento. El aislamiento empezaba a resquebrajarse.

Paralelamente, España se incorporó a varios organismos especializados del sistema de Naciones Unidas. Eran “puertas laterales”, una forma de abrir paso sin conceder todavía la entrada al salón principal del edificio diplomático.

La muerte de Stalin, también en 1953, contribuyó a suavizar el ambiente. Con el liderazgo soviético en transición, se planteó una ampliación conjunta de la ONU para incluir a países que habían quedado bloqueados durante la posguerra. España encajaba en ese conjunto como pieza cómoda para Occidente.

La ampliación de 1955: España entra en la ONU junto a un grupo numeroso

El ingreso español no fue una maniobra aislada, sino parte de una ampliación estratégica. Durante el décimo periodo de sesiones de la Asamblea General, se negoció la entrada en bloque de una lista bastante larga de países que llevaban años esperando. El 8 de diciembre de 1955 se aprobó la admisión de dieciocho nuevos Estados de procedencias políticas muy distintas.

España formaba parte de ese grupo variado donde convivían países occidentales, europeos del Este y naciones de otros continentes. La recomendación del Consejo de Seguridad salió adelante con una mayoría clara y sin votos en contra.

El 14 de diciembre se formalizó la entrada: España pasaba a ser miembro de pleno derecho. Lo curioso es que, entre los recién aceptados, aparecía la última en la lista. No porque fuera la más polémica, sino simplemente porque fue la última en entregar su solicitud de adhesión. Ni siquiera en eso logró evitar llegar tarde, aunque obtuvo igualmente su asiento.

Propaganda, diplomáticos y ventanas al exterior: lo que significó para el franquismo

Para el régimen, la entrada en la ONU fue una oportunidad publicitaria de primer orden. Después de años denunciando un supuesto cerco internacional, podía presentar la adhesión como una victoria frente a quienes habían intentado aislarlo. España quedaba oficialmente “reintegrada” en la comunidad internacional, o al menos eso repetía la propaganda gubernamental.

Dentro del país, el acontecimiento reforzó la narrativa de normalidad y estabilidad. Si el mundo aceptaba al gobierno, debía de ser porque no era tan censurable como aseguraban sus opositores. Esa idea caló especialmente en los sectores más conservadores.

En el terreno económico, la presencia en la ONU facilitó la participación en programas internacionales y el acceso a créditos y asistencia técnica. Estas dinámicas, aún discretas en un primer momento, prepararon el terreno para las reformas económicas que se pondrían en marcha a finales de los cincuenta.

En lo diplomático, España consiguió algo que ansiaba desde hacía tiempo: un escaparate moderno y respetable. La delegación española en Nueva York trabajó con intensidad para ofrecer una imagen renovada, apoyada en estadísticas impecables, discursos bien pulidos y un tono técnico que contrastaba con los rígidos planteamientos del régimen dentro del territorio nacional.

La otra España: exilio, decepción y memoria incómoda

Mientras el franquismo celebraba, la otra España, la republicana en el exilio, asistía con amargura al desenlace. Durante la década anterior, había creído que los valores democráticos y antifascistas de Naciones Unidas impedirían cualquier reconocimiento al régimen de Franco. El ingreso de 1955 demostró que la política de bloques tenía más fuerza que la memoria de la Guerra Civil.

Resulta llamativo que España no estuviera representada oficialmente en la Conferencia de San Francisco de 1945, pero sí lo estuviera la España republicana a través de figuras que se movían entre delegaciones y despachos, explicando su causa y buscando apoyos. Ese esfuerzo diplomático quedó eclipsado una década después.

Organizaciones del exilio realizaron campañas constantes para evitar la normalización del régimen. Publicaron boletines, difundieron informes y buscaron aliados políticos. Aunque lograron influir en algunos debates, el giro estratégico global terminó imponiéndose.

El ingreso en la ONU fue interpretado por muchos exiliados como la confirmación de que la vía internacional para restaurar la República había quedado clausurada. La herida simbólica que dejó aquel momento persistió durante décadas.

De marginada a actor relevante: la evolución de España en la ONU

Desde su entrada, el papel de España en Naciones Unidas ha evolucionado de forma notable. Lo que comenzó como un ingreso casi por inercia geopolítica se convirtió, con el tiempo, en una presencia activa. España pasó de ser un país vigilado con recelo a desempeñar un papel sólido en debates sobre desarrollo, paz internacional y derechos humanos.

Hoy, numerosos profesionales españoles trabajan en distintas agencias y programas de la ONU. El país participa en misiones de paz, impulsa iniciativas globales y ha ocupado asiento en el Consejo de Seguridad en varias ocasiones.

La comparación con el panorama de 1946 resulta llamativa: un país aislado, señalado y prácticamente sin aliados pasó, en apenas unas décadas, a integrarse plenamente en la estructura del multilateralismo.

El lector que repase este recorrido podrá apreciar que la entrada de España en Naciones Unidas respondió mucho más a la lógica de la Guerra Fría que a una rehabilitación moral del régimen. Franco necesitaba aceptación internacional. Las potencias occidentales querían estabilidad en el sur de Europa y un aliado firme contra el bloque soviético. Y la ONU, atrapada entre sus ideales y las presiones políticas de la época, terminó concediendo la admisión.

La fecha de 1955 ha quedado como un símbolo paradójico: el día en que un régimen nacido bajo la sombra de las potencias fascistas consiguió traspasar el umbral de una organización concebida precisamente para que aquello no volviera a ocurrir.

Vídeo: “Spain and the United Nations”

Fuentes consultadas

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