La historia de Coca-Cola empieza en Atlanta en 1886 cuando John Stith Pembertoncomercializa una especie de jarabe contra el dolor de cabeza, de estomago y otras dolencias a base de hoja de coca y nuez de cola.
El éxito fue tan inmediato (con esos ingredientes a nadie debería extrañarle) que en 1900, tan solo catorce años después, implantada la bebida en todos los estados de Norteamérica, la empresa se vio desbordada por la inmensa cantidad de imitadores que se aprovechaban del tirón de Coca-Cola.
Al principio intentaron contrarrestar a sus competidores incluyendo en sus campañas publicitarias eslóganes distintivos como «No aceptes imitaciones» o «Pide la genuina…», pero a la vista que sus rivales no solo se pasaban por el Arco del Triunfo las advertencias de la empresa sobre minucias relacionadas con patentes y propiedad industrial, sino que se apropiaban de los propios eslóganes, finalmente, con la firme determinación de proteger su producto, se optó por contratar a la célebre y prestigiosa agencia de detectives Pinkerton.
Pinkerton, tras años de incansable trabajo (su lema era: We never sleep/Nunca dormimos) había localizado a imitadores o, como les llamaban los directivos de Coca-Cola, Fake-Colas con nombres como:
Aunque no había llegado a las cotas de popularidad de las que goza hoy en día en el que es conocida por el 94 % población mundial, tras su rápida implantación en Estados Unidos, la empresa decidió dar el salto a Europa. Está documentado que la primera vez que Coca-Cola cruzó el Atlántico con fines comerciales, lo hizo a bordo del dirigible alemán Graf Zeppelin, que a principios del siglo XX cubría una línea regular de transporte entre América y Europa.
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Coca-Cola, Alemania, nazismo, y la historia de la Fanta
Ahora vamos a la Alemania del año 1933.
En 1933 Hitler toma el poder y Coca-Cola ya hace tiempo que tiene una fuerte implantación en el país, saliendo de sus fábricas millones de botellas cada año, gracias en parte a truculentas campañas de identificación nacional mediante las cuales se publicitaba como si fuese un producto local y uno más de los grandes inventos alemanes. Se cuentan por decenas las anécdotas de prisioneros alemanes que se quedaban pasmados cuando veían que los aliados también bebían Coca-Cola.
La chispa nazi de la vida
Estalla la Segunda Guerra Mundial
Como decíamos, la filial alemana de la multinacional iba viento en popa y tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial así siguió con sus cincuenta fábricas funcionando a pleno rendimiento hasta que Estados Unidos entra en la guerra, y la matriz de Atlanta decide que no va a enviar más a Alemania el «jarabe secreto» con el que se fabrica. Y en este justo momento entra en escena el empresario Max Keith, el directivo que llevaba las riendas de la filial alemana.
Keith se ve en un callejón sin salida ya que se enfrenta al más que real peligro de que sus fábricas, a falta de producto que fabricar, tengan que bajar la persiana y, haciendo de la necesidad virtud, echa un vistazo alrededor suyo en busca de ingredientes con los que elaborar un producto nuevo. El panorama no era muy alentador ya que debido a los embargos a los que estaba sometida Alemania no había mucho donde escoger.
Así, se dará la paradoja que al consumidor un día el producto podría saberle a una fruta, otro día a otra y al siguiente tener un regusto a lácteo tirando a queso. Nada que no pudiese mejorar una buena dosis de sacarina y, si las cosas no se torcían, incluso un pequeño porcentaje de azúcar de verdad.
Parcheados los problemas de intendencia, faltaba algo muy importante antes de lanzar definitivamente el nuevo refresco: el nombre.
Historia de la Fanta: el nombre
Keith convocó a sus trabajadores y les propuso un concurso para dar con un nombre para el invento. En la arenga les conminaba a que usaran la imaginación y la fantasía y Joe Knipp, un curtido vendedor de la empresa, caviló sobre las indicaciones de Keith y propuso Fanta (de Fantasie en alemán). El resto es historia.
Fanta empezó inmediatamente su fabricación llegando casi a alcanzar las cifras de ventas previas de su hermana mayor, la Coca-Cola. Aquí es justo decir que contó con la inestimable ayuda de la Wehrmacht, ya que cada nuevo país ocupado o anexionado era un nuevo mercado exclusivo para la Fanta.
Ese día tocaba color de cola
De esta manera Italia, Bélgica, Luxemburgo, Polonia, Checoslovaquia, Francia y cualquier otro país que cayera en la órbita nazi se convertía en un mercado que inundar con el refresco de la fantasía alemana.
La resurrección de Fanta
Una vez Alemania es derrotada, Fanta cae en el olvido.
Quizás porque a la multinacional no le debía hacer mucha gracia que se le relacionase con un producto nazi y no fue hasta 1955 que alguien la resucitó.
Ya habían pasado los suficientes años de la guerra y se autorizó a reaparecer la marca Fanta para bautizar a una linea de refrescos con sabor a naranja que desde la filial italiana se pusieron a fabricar.
El éxito fue inmediato a nivel mundial y la Fanta, un invento de la Alemania nazi, invadió a partir de aquel año Europa, y más tarde el mundo.
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En Estados Unidos desembarcó en 1960 y la matriz americana compró la marca incorporándola oficialmente a su catálogo de productos hasta nuestros días.
Fanta, hoy en día, es una marca que se distribuye a nivel global y que se comercializa en más de cien sabores. No obstante, el sabor más popular y que más ventas produce en todo el mundo es el primigenio, el de naranja.
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