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Gemelos que mueren el mismo día: casos, causas y la ciencia detrás de la coincidencia

La historia, repetida en hemerotecas y en esos listados de coincidencias que se pasan de mano en mano, presenta a John y Arthur Mowforth —gemelos idénticos, al menos según quienes la han ido contando— viviendo cada uno por su lado, separados por unos 120 kilómetros en el Reino Unido. Aquella noche fatídica, ambos comenzaron a notar un dolor en el pecho y terminaron ingresando en hospitales distintos. Poco después, casi al mismo tiempo, murieron de un infarto. La versión más directa que se conserva procede de un escueto despacho de Reuter donde se documenta la simultaneidad de los fallecimientos tras sendos ataques cardíacos.

Fuentes, fechas y ese pequeño caos llamado “cronología”

Como suele ocurrir con las historias demasiado buenas para dejarlas escapar, la de los Mowforth se ha contado con ligeras variaciones. Hay quien fija la fecha en el 22 de mayo de 1975; otros, en cambio, la relatan sin precisar día exacto y la ubican simplemente en “mediados de los setenta”. Y luego está Chronogenetics: The Inheritance of Biological Time, la obra de Luigi Gedda y Gianni Brenci, que la utiliza como ejemplo de sincronía biológica sin detenerse en calendarios minuciosos. Esta mezcla de fuentes, añadida al entusiasmo con que agencias, periódicos, blogs y recopilatorios la han ido repitiendo, da como resultado un caldo narrativo donde lo factual y lo anecdótico se entrelazan con sorprendente facilidad.

Qué sostiene la cronogenética y por qué la historia viene como anillo al dedo

La cronogenética —o, al menos, el enfoque del libro citado— emplea episodios como el de los Mowforth para ilustrar la idea de que los ritmos biológicos internos, esos “relojes” que cada cuerpo parece llevar dentro, pueden mantener una suerte de paralelismo en individuos muy próximos genéticamente. Gedda y Brenci no apelan a fenómenos sobrenaturales, sino a la observación: los gemelos suelen presentar patrones de envejecimiento, vulnerabilidades médicas y desenlaces vitales sorprendentemente similares. El caso de John y Arthur se ajusta a esa lógica, y quizá por eso se recicla con tanta facilidad en debates sobre herencia del tiempo biológico.

Genética, costumbres y un poco de estadística: la triada explicativa

El ser humano tiende a emocionarse con las coincidencias perfectas, pero la estadística invita a respirar hondo. Las investigaciones serias sobre gemelos apuntan a que la enfermedad coronaria y sus factores de riesgo muestran un componente genético notable: cuando se comparan gemelos monocigóticos con dicigóticos, los primeros presentan tasas más altas de concordancia para cardiopatía prematura. Dicho sin tecnicismos: compartir ADN incrementa las posibilidades de que ambos desarrollen problemas cardíacos parecidos en edades similares.

A esa predisposición genética se suma el contexto: dietas parecidas, rutinas familiares, hábitos tóxicos replicados casi como un eco y niveles semejantes de estrés pueden contribuir a sincronizar, de forma nada misteriosa, el riesgo cardiovascular. La metáfora musical vale aquí: la genética establece la melodía, mientras que el estilo de vida marca el compás.

El peso emocional: cuando la muerte del gemelo deja huella

Más allá de las arterias y los genes, la sociología y la epidemiología han observado que perder a un gemelo repercute en la salud del superviviente. No suele hacerlo con una precisión de reloj, como en el caso de John y Arthur, sino con un desfase que puede abarcar meses e incluso años. Los estudios señalan que los gemelos idénticos muestran un aumento del riesgo de mortalidad tras la pérdida del otro, probablemente debido a la mezcla de duelo profundo, ruptura de dinámicas de apoyo y factores de salud ya compartidos desde el nacimiento. Esto complica cualquier lectura precipitada del estilo “murieron juntos por un vínculo inexplicable”: el asunto tiene capas, y la ciencia se esfuerza en desbrozarlas.

De anécdota real a leyenda recontada: el encanto de la prensa

El episodio Mowforth acabó viajando de agencia en agencia y de allí a recopilaciones de “coincidencias increíbles”, donde algunos entusiastas añadieron detalles deliciosamente dudosos —esposas con el mismo nombre, mascotas idénticas, hijos con variantes del mismo nombre— que parecen más ganas de adornar que hechos constatables en archivo alguno. El caso ilustra cómo un hecho verificado puede transformarse en relato ejemplar y, con cada nueva reproducción, ganar capas de color que lo alejan de la versión original. En el taller de la prensa, lo llamativo suele vencer a lo preciso.

Cómo enfrentarse hoy a esta historia

El relato funciona a dos velocidades: por un lado, provoca ese chispazo de asombro que producen las coincidencias extremas; por otro, sirve como excusa perfecta para hablar de genética, hábitos de vida y salud cardiovascular sin caer en sensacionalismos. Para quien aspire a escribir sobre el tema con un mínimo de rigor, lo más sensato es usar la anécdota como punto de partida para explorar la evidencia científica que sí puede verificarse y no como sustituto de esa evidencia. Así, la historia de los Mowforth se convierte menos en un misterio y más en una ventana a las complejidades de la biología humana.

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Fuentes consultadas

  • Reuters. (1975, 24 de abril). Together—in life and in death. The Straits Times.
  • Gedda, L., & Brenci, G. (1974). Chronogenetics: The inheritance of biological time. Mondadori.
  • Berg, K. (1987). Twin studies of coronary heart disease and its risk factors. Acta Geneticae Medicae et Gemellologiae (Roma), 36(4), 439–453. https://doi.org/10.1017/S0001566000006814
  • Tomassini, C., Rosina, A., Billari, F. C., Skytthe, A., & Christensen, K. (2002). The effect of losing the twin and losing the partner on mortality. Twin Research and Human Genetics, 5(3), 210–217. https://doi.org/10.1375/twin.5.3.210

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