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El gato coautor: la historia de F.D.C. Willard y el artículo científico de 1975

La historia funciona como un pequeño monumento a la creatividad forzada por la burocracia. Año 1975: Jack H. Hetherington, físico teórico en Michigan State University, tenía entre manos un artículo para Physical Review Letters sobre los intercambios atómicos en el helio-3 sólido. Todo marchaba bien hasta que un colega, con esa mezcla de buena intención y mala noticia tan típica del mundo académico, le señaló que había escrito el texto en plural —ese “nosotros” solemne y ambicioso— pese a ser el único autor. La revista, férrea en sus normas, no admitía tal osadía. Hetherington, en vez de reescribirlo, tomó un atajo digno de aplauso: añadió como coautor a su gato Chester. Para vestir el invento, le adjudicó las iniciales F.D.C. (por Felis domesticus) y recuperó Willard, nombre del padre felino. El artículo vio la luz en noviembre de 1975 firmado por J. H. Hetherington y el muy distinguido F. D. C. Willard.

De la trampa formal al mito científico

Aquel apaño fue, sin pretenderlo, gasolina para una leyenda que aún hoy se pasea por aulas, pasillos y charlas divulgativas. Hetherington, cuentan quienes lo trataron, llegó incluso a estampar huellas del gato en ejemplares regalados a colegas, como quien sella un pacto humorístico sin decir una sola palabra. Lo que empezó como un truco de estilo acabó convertido en una referencia sobre las paradojas de la cultura académica: normas hechas para ordenar que, a veces, empujan a la invención más surrealista. El chiste privado se transformó, sin proponérselo, en un capítulo más de la fauna científica.

F. D. C. Willard: más que una broma puntual

La trama dio un giro todavía más pintoresco en 1980, cuando el nombre del gato reapareció como autor único en la revista francesa La Recherche con un trabajo sobre helio-3 sólido. El motivo, según se comenta, fue una disputa interna en un equipo franco-estadounidense que decidió zanjar el asunto firmando bajo el alias felino. El resultado: Chester, sin mover un bigote, se consolidó como un nombre recurrente en los márgenes de la literatura científica, una especie de santo patrón de la picaresca académica.

Lecturas posibles: ética, estilo y sentido del humor

La historia admite varias interpretaciones y todas tienen su jugo. Desde la ética, plantea el asunto de la autoría: firmar un artículo supone respaldar sus resultados, y aquí un gato cargó con parte de esa responsabilidad simbólica. Desde el estilo, evidencia cómo ciertos requisitos —como prohibir el plural en textos individuales— pueden empujar a decisiones absurdas pero ingeniosas. Y desde el humor, recuerda que la ciencia, tan seria y meticulosa, a veces necesita una grieta por donde colarse un gato burlón. Las reacciones en la comunidad van de la carcajada fácil al ceño fruncido; cada cual decide si admirar la pillería o lamentar la falta de ortodoxia.

Curiosidades y datitos para el conversador curioso

  • Chester, alias F. D. C. Willard, era un siamés nacido en 1968, mencionado en numerosas recopilaciones de rarezas científicas.
  • El artículo de 1975 está indexado, tiene DOI y ha sido citado en estudios sobre física de bajas temperaturas, prueba de que el contenido era completamente serio.
  • La historia saltó al terreno de la cultura popular y hoy aparece en recopilaciones, artículos curiosos y hasta en listas de “los casos más peculiares de la autoría científica”.

¿Qué queda por aprender de esta historia?

La aventura de Hetherington y su gato demuestra que la burocracia académica puede inspirar soluciones insólitas y que la ciencia, pese a su rigidez, tiene espacio para lo inesperado. También recuerda que la reputación de un trabajo no depende sólo de los resultados, sino de la historia que lo acompaña. En este caso, los datos eran impecables; la anécdota, inolvidable.


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Fuentes consultadas

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