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El círculo de poesía de la Stasi: sonetos, delaciones y versos bajo vigilancia

Corre el año 1982. La Guerra Fría se encuentra en esa etapa particularmente tensa que hace sudar al planeta entero, y en el rincón oriental de Berlín unos caballeros uniformados con más medallas que sentido del humor se encierran durante horas en la Casa de la Cultura del Regimiento Felix Dzerzhinsky. Podría parecer un simulacro de guerra o una sesión de interrogatorios o una masterclass de vigilancia ciudadana. Pero no. Era… poesía.

Sí, poesía. Verso libre, encabalgamientos, sonetos con alma proletaria y metáforas vigiladas por el Comité Central. Un club literario clandestinamente oficial. Se hacía llamar el Círculo de Trabajo de Escritores Chekistas, una especie de tertulia poética de élite represora, donde comandantes de la temida Stasi se reunían no para leer expedientes, sino a Goethe, Pushkin y Bertolt Brecht.

De vigilancia masiva a versificación masiva

El Partido había detectado una amenaza silenciosa: no, no eran los espías de la CIA, ni los Beatles ni los pantalones vaqueros… era la escasa lectura. Solo un 35% de los adultos leían alta literatura en los años 70. Un desastre nacional. ¿Cómo iba a resistir el socialismo real si sus ciudadanos no sabían declamar a Schiller con propiedad?

En respuesta, en 1973, se impuso un decreto peculiar: las fábricas debían tener bibliotecas. No estanterías modestas, no. Hablamos de mínimo 500 libros y, en los centros industriales grandes, hasta 30.000 volúmenes. Con bibliotecario incluido, faltaría más. Resultado: entre 1950 y 1989, la producción anual de libros se triplicó.

Este plan no se limitó a las fábricas. Nació una institución propia de los sueños húmedos de un comisario cultural: los Círculos de Trabajadores de la Escritura, una suerte de talleres literarios en los que los obreros aprendían a escribir poesía como quien aprende a manejar el torno.

Y aquí entra en escena nuestro protagonista: Uwe Berger.

Uwe Berger, el poeta con placa

Berger no era un cualquiera con rima fácil. Tenía galardones, novelas publicadas, reputación. En 1982 fue llamado a dirigir el club poético de la Stasi. ¿Un club de lectura en la sede de la policía secreta? Tal cual.

El método era casi entrañable: uno leía su poema, los demás comentaban, y solo entonces Berger ofrecía su sabiduría. Era el Cyrano de Bergerac del Ministerio de Seguridad del Estado, armado con bolígrafo y libreta.

Uwe Berger
Uwe Berger

La filosofía que defendía era la del poeta-diplomático Friedrich Wolf: la poesía es un arma de los trabajadores. Claro que no todos los miembros del grupo parecían dispuestos a disparar con rima consonante. Muchos preferían preguntarse por el sentido de la existencia o la belleza de un árbol, lo cual, en la jerga del partido, se traducía como sospechosa tendencia al subjetivismo burgués.

Subversión en verso

Y es que cuanto más quería la Stasi convertir la poesía en instrumento de adoctrinamiento, más se le iba de las manos. En una pirueta del destino, los poemas del Círculo empezaron a expresar lo indecible. Verso a verso, los asistentes se convertían en almas líricas que, sin saberlo (o sí), subvertían el orden establecido.

Mientras tanto, Berger tomaba buena nota de todo. Literalmente. Su labor no se limitaba a la crítica literaria: era informante privilegiado de la Stasi. Chivaba con entusiasmo quién escribía qué, quién tenía aventuras extramatrimoniales y quién dejaba que sus hijos vieran la televisión del oeste. Todo era digno de anotación. Hasta los ripios.

Por sus méritos como versificador delator, Berger fue recompensado con la Medalla de Plata de la Hermandad en Armas en 1982. Una distinción reservada para quienes destacaban… normalmente en otro tipo de tareas algo menos líricas.

Poesía, paranoia y otras formas de subversión

El problema era más profundo de lo que parecía. La Stasi no temía sólo al enemigo externo. Temía lo más aterrador: que la cultura que pretendía usar como instrumento ideológico se volviera contra ella. En los informes de Berger se destilaba esta inquietud: metáforas peligrosas, alegorías incontrolables, fábulas que podían esconder mensajes heréticos.

La poesía, ese arte tan escurridizo, se convirtió en un caballo de Troya dentro del sistema. Mientras se promovía oficialmente, se temía en los pasillos del poder. Un poema podía decir más en cuatro estrofas que mil discursos del Politburó. No hacía falta mencionar a Marx o Lenin: bastaba una imagen poética para agitar conciencias.

Verso libre, sí; homenaje al delator, no

Berger murió en 2012. Dos años después, un festival de literatura en Köpenick inauguró un premio de poesía en su honor. El escándalo no tardó en estallar. Viejos camaradas de letras, ahora libres de micrófonos ocultos, alzaron la voz: no, no querían ser premiados en nombre del espía-poeta. La organización cambió el nombre del premio. Verso libre, sí; homenaje al delator, no.

El legado del Círculo de Escritores Chekistas es, sin duda, uno de los capítulos más surrealistas de la Guerra Fría. No sólo por el absurdo intrínseco de ver a la policía secreta componiendo haikus entre informes confidenciales, sino porque representa la eterna tensión entre el poder que intenta domesticar el arte y el arte que siempre, de un modo u otro, se escapa por la rendija de una metáfora.


Fuentes:

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