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Ku Klux Klan: origen, nacimiento del fantasma racista estadounidense

En 1865 Estados Unidos salía tambaleándose de la Guerra de Secesión. El país había pagado un precio devastador: cientos de miles de muertos, un Sur reducido a escombros y millones de personas que acababan de dejar atrás la esclavitud. La vieja Confederación había caído, pero muchos de sus antiguos cabecillas no estaban en absoluto dispuestos a estrechar la mano del gobierno federal ni a aceptar que quienes habían sido esclavos pudieran convertirse en ciudadanos de pleno derecho.

Ese mismo año, en la discreta población de Pulaski, en Tennessee, un puñado de antiguos oficiales confederados decidió reunirse. La idea inicial tenía un aire casi inocente: fundar una suerte de club social para matar el tiempo y preservar, entre bromas, el orgullo herido de quienes habían perdido la guerra. De aquella reunión nacería el Ku Klux Klan, llamado a convertirse en uno de los grupos supremacistas y terroristas más peligrosos y persistentes de la historia del país.

La leyenda posterior hablaría de caballerosidad sureña y de defensa del orden. La realidad era menos poética: resentimiento por la derrota, racismo incrustado durante generaciones y un miedo enfermizo a perder el control político, económico y social sobre millones de personas recién emancipadas y sobre los blancos que se atrevían a defenderlas.

Pulaski, Tennessee: seis veteranos y demasiadas ganas de jugar a las sociedades secretas

La escena fundacional casi podría pasar por el arranque de una comedia negra. A finales de 1865, seis jóvenes veteranos confederados —Frank McCord, Richard Reed, John Lester, John Kennedy, J. Calvin Jones y James Crowe— se encuentran en Pulaski. Quieren algo de diversión, eso dicen, pero también un refugio simbólico donde el mundo que conocían no parezca completamente derrotado.

Aquella primera versión del Klan no nace pensada para sembrar el terror. Es una fraternidad extraña, casi una parodia de sociedad secreta, con rituales ridículos, cargos pomposos y ceremonias ideadas para provocar risas entre sus miembros y desconcierto entre los curiosos. Algunos estudiosos han señalado semejanzas con otras hermandades de la época, como los Sons of Malta o ciertas fraternidades universitarias obsesionadas con los nombres griegos y las iniciaciones teatrales.

Pero lo que empieza como un inocente juego de disfraces para nostálgicos del gris confederado muta pronto en una maquinaria real de intimidación, linchamientos y control político. La broma se les escapa de las manos, aunque quienes sufren las consecuencias son siempre otros.

Un nombre exótico para un odio muy doméstico

El nombre “Ku Klux Klan” tiene algo de extravagante. Se inspira en la palabra griega “círculo”, retorcida fonéticamente hasta lograr una sonoridad peculiar, y remata con un “Klan” que refuerza la aliteración. El resultado es un nombre breve, memorable y lo bastante raro como para que quien lo oiga imagine rituales oscuros, poderes ocultos y una hermandad envuelta en misterio.

El Sur rural de la época era terreno fértil para rumores fantásticos. Bastaba con que alguien comentara que ciertos jinetes encapuchados aparecían de noche con ropajes espectrales para que el miedo hiciera el resto. El nombre no surgía de ningún gran ideólogo, sino de una intuición muy eficaz: lo extraño infunde respeto, y el respeto, cuando se impone por la noche y a caballo, se convierte fácilmente en terror.

Así nació una marca estremecedora, asociada desde el principio al control social y al mantenimiento de un orden racial que la guerra, en teoría, había destrozado para siempre.

De club de bromas a grupo terrorista: la rápida mutación del primer Klan

Durante 1866 y 1867 el “club” de Pulaski comenzó a extenderse por otros condados sureños. Lo que inicialmente eran cabalgadas teatrales para provocar sustos pasó a convertirse en visitas nocturnas acompañadas de amenazas, golpes y, pronto, asesinatos. La transformación fue rápida porque el contexto lo empujaba en esa dirección.

En plena Reconstrucción, el gobierno federal trataba de reordenar el Sur: se reconocían derechos civiles a la población negra, se celebraban elecciones en las que podían votar y presentarse, y se formaban gobiernos locales apoyados por ellos y por blancos unionistas. Para la élite confederada derrotada, aquello era un sacrilegio que debía ser corregido, como fuera.

El Klan se convirtió entonces en la herramienta perfecta. Células locales, autónomas y difíciles de rastrear, aplicaban una violencia calculada para impedir el voto negro, para intimidar a maestros y predicadores, para expulsar a policías republicanos e incluso para ajustar cuentas con blancos considerados traidores. Las investigaciones federales posteriores dejaron testimonio detallado de esta campaña sistemática de violencia: palizas, secuestros, asesinatos, ataques a casas rurales o quema de propiedades de quienes se atrevían a desafiar el orden racial.

Lo que nació como un juego de sociedad secreta se transformó en carcajada macabra. Y el Sur, en vez de reír, sangró.

Disfraces blancos, capirotes y teatralización del terror

La iconografía del Klan no tardó en consolidarse. Túnicas blancas, máscaras y capirotes puntiagudos crearon una silueta inconfundible que aunaba anonimato y amenaza. El origen exacto de ese atuendo sigue siendo objeto de debate. Algunos lo vinculan a tradiciones religiosas europeas, otros a elementos carnavalescos y otros a disfraces utilizados décadas atrás en conflictos sociales del norte del país.

Sea cual sea su fuente, el resultado provocaba un miedo irracional, especialmente en comunidades rurales formadas por personas que habían vivido esclavizadas toda su vida. Visualizar en mitad de la noche a un grupo de figuras blancas, armadas y silenciosas, generaba sobresaltos que iban mucho más allá de la lógica. La intención no era solo física, sino psicológica: crear un clima de terror permanente.

El atuendo reforzaba además un mensaje perverso: el Klan podía ser cualquiera, aparecer en cualquier lugar y actuar con total impunidad. No era un grupo concreto de vecinos, sino una presencia fantasmal que se manifestaba cuando alguien “olvidaba su lugar”.

Política a base de porras: el Klan como brazo armado de la supremacía blanca

En los primeros años de la Reconstrucción, el Klan actuó de facto como una milicia clandestina al servicio del viejo orden. Su objetivo no era solo infundir miedo, sino condicionar el resultado político. Las elecciones de 1868 y las de la década siguiente estuvieron marcadas por amenazas, ataques y asesinatos dirigidos a reducir la participación negra y asegurar gobiernos locales fieles a la causa supremacista.

El mecanismo era burdo pero eficaz. Quien intentaba registrarse para votar recibía una advertencia nocturna. Quien organizaba una campaña política, aparecía golpeado o, directamente, desaparecía. Quien pretendía denunciar estos hechos descubrÍa que las autoridades locales, lejos de ayudar, se mostraban complacientes con los encapuchados.

El mensaje era transparente: la Constitución podía reconocer derechos, pero el Sur solo permitiría ejercerlos a quien considerase adecuado. El Klan no ocupaba cargos oficiales, pero dictaba las condiciones en que se podía hacer política.

Washington reacciona: las Enforcement Acts y la Ku Klux Klan Act de 1871

La violencia creciente terminó obligando al gobierno federal a intervenir. En 1870 y 1871 se aprobaron las llamadas Enforcement Acts, un conjunto de leyes orientadas a proteger el derecho de voto de los ciudadanos negros y a autorizar la intervención federal allí donde los estados se mostraban incapaces o reacios a actuar.

La más célebre fue la ley promulgada en abril de 1871, conocida como Ku Klux Klan Act. Concedía al presidente la capacidad de suspender garantías legales en zonas especialmente conflictivas, movilizar al ejército y perseguir judicialmente a cualquier persona implicada en violaciones de derechos civiles, aunque las autoridades estatales prefirieran mirar hacia otro lado.

El presidente Ulysses S. Grant utilizó estos poderes con decisión. Impuso el estado de excepción en varios condados, ordenó detenciones masivas y respaldó comisiones de investigación que sacaron a la luz horribles episodios de violencia racial. Aunque no erradicó el racismo, sí debilitó seriamente al primer Klan. Muchas agrupaciones desaparecieron, otras se diluyeron y bastantes dirigentes acabaron respondiendo ante la justicia.

Incluso una figura asociada al liderazgo del Klan, Nathan Bedford Forrest, llegó a pedir públicamente la disolución del grupo, alegando que sus acciones se habían vuelto perjudiciales para la paz pública. La frase, pronunciada por alguien de su trayectoria, destilaba un humor negro difícil de ignorar.

A mediados de la década de 1870, el primer Ku Klux Klan como organización estructurada había dejado de existir. Pero la mentalidad que lo vio nacer seguía muy viva en amplias zonas del Sur.

Entre la memoria y la leyenda: el Klan como mito sureño

La desaparición del primer Klan no puso fin a su influencia cultural. En los años siguientes surgió un relato romántico, distorsionado y profundamente falso que retrataba al grupo como una hermandad de caballeros dedicados a proteger a las mujeres blancas y a restaurar un supuesto orden natural frente a una Reconstrucción descrita como anárquica y corrupta.

Ku Klux Klan

Este mito entroncaba con la “Causa Perdida”, una reinterpretación idealizada de la Confederación que intentaba presentar la guerra como una disputa noble, desligada de la defensa de la esclavitud. Dentro de esa narrativa, el Klan aparecía como una especie de justicia poética a caballo, una versión racista y desfigurada de los viejos romances de honor sureño.

Esta imagen edulcorada, repetida en memorias, novelas y discursos locales, prepararía el terreno para el resurgimiento cultural del Klan en el siglo XX.

1915: el cine resucita al monstruo en “El nacimiento de una nación”

En 1915 el director D. W. Griffith estrenó una película que cambiaría la historia del cine, pero también la del racismo organizado en Estados Unidos. “El nacimiento de una nación” recreaba la Guerra Civil y la Reconstrucción desde una perspectiva abiertamente supremacista. En sus escenas, el Ku Klux Klan aparecía como un ejército de salvadores que protegía a la ciudadanía blanca frente a un gobierno supuestamente manipulado por políticos corruptos y ciudadanos negros caricaturizados.

Ku Klux Klan

La película tuvo un éxito enorme y se convirtió en una pieza propagandística de primer orden. Ese mismo año, un predicador de Georgia, William J. Simmons, aprovechó la popularidad del filme para fundar una nueva versión del Klan. Incorporó rituales más teatrales, cruces ardientes y una estructura nacional que, en la década de 1920, llegó a reunir a millones de simpatizantes.

La ironía es evidente: un grupo nacido en las sombras en 1865 volvió a la vida gracias a un espectáculo de masas. Esta resurrección demostró hasta qué punto la mezcla de mito, iconografía y resentimiento podía sobrevivir al paso del tiempo.

Del terror local a la constelación de grupúsculos extremistas

Con el tiempo, el Klan dejó de ser una organización unitaria. Surgieron decenas de grupos que adoptaban su nombre, discutían su legado, se escindían y competían entre sí. En la segunda mitad del siglo XX, sobre todo tras el movimiento por los derechos civiles, muchos de estos grupos quedaron relegados a una presencia marginal, pero su simbolismo siguió siendo un referente para distintas corrientes extremistas.

Ku Klux Klan

Las túnicas, las cruces y el nombre “Ku Klux Klan” mantuvieron su fuerza iconográfica, aunque su capacidad de influencia real fuese menguando. Hoy persisten pequeñas agrupaciones dispersas, más simbólicas que poderosas, pero vinculadas a la misma genealogía de supremacismo y violencia.

1865 como punto de partida: lo que realmente se creó en Pulaski

Cuando se afirma que en 1865 nació el Ku Klux Klan, no se habla únicamente de un grupo específico reunido en un pueblo de Tennessee. Se señala el origen de un modelo de violencia política que combina racismo sin disfraz, rituales pensados para infundir terror, uso sistemático de la intimidación para manipular procesos democráticos y una sorprendente capacidad para adaptarse a nuevas épocas sin perder su esencia.

En Pulaski fue diseñada una plantilla. A partir de entonces, otros la han reinterpretado y la han reactivado cuando el clima social lo permitía. La fecha de 1865 marca así el punto en el que un grupo de hombres derrotados decidió que, si no podía gobernar a la luz del día, lo haría desde la sombra, armado de miedo, violencia y una iconografía tan grotesca como eficaz.

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