El 23 de noviembre de 1248, día de San Clemente y, para más señas, cumpleaños del infante Alfonso, heredero de Castilla y León, Sevilla abrió sus puertas no al bullicio del comercio, sino al rey Fernando III y a todo su ejército. Tras más de veinte meses de asedio, la ciudad llegaba exhausta, famélica y al borde de la resistencia. Aquel monarca, al que con los siglos se le conocería como “el Santo”, entró en una urbe que había sido uno de los grandes focos del poder islámico en Occidente. La escena de la entrega de las llaves, repetida en lienzos barrocos hasta la saciedad, fue una ceremonia política en toda regla, una suerte de retrato oficial de época pensado para perdurar.
Contexto: Sevilla, el gran botín de una guerra larga
Para comprender por qué la entrada de Fernando III en Sevilla supuso un acontecimiento tan decisivo, toca retroceder unas décadas. Desde la derrota almohade en las Navas de Tolosa, en 1212, el control islámico de al-Ándalus se había ido desmoronando como un castillo de arena demasiado cerca del oleaje. Las ciudades del valle del Guadalquivir fueron cayendo progresivamente en manos castellanas, y cada una de estas conquistas cambiaba el equilibrio político de la región.
Antes de soñar con Sevilla, Fernando III había ido sumando victorias clave: Baeza en 1227, Córdoba en 1236, Jaén en 1246. No solo representaban avances militares, sino pasos calculados hacia el verdadero objetivo. La antigua Isbiliya, rica, densa en población y con un puerto interior conectado con el Atlántico, era la joya que cualquier rey ambicioso querría en su corona.
Sevilla gozaba de murallas potentes, un fértil territorio circundante y un flujo comercial que la hacía imprescindible para controlar el sur peninsular. Quien dominara la ciudad dominaba el valle del Guadalquivir, y quien controlara el valle aspiraba, sin complejos, a encabezar un gran reino.
De Córdoba al Guadalquivir: un avance calculado
La conquista de Sevilla no fue la ocurrencia de un monarca caprichoso. Respondía a una estrategia que venía desarrollándose desde hacía años. Antes de presentarse ante sus murallas, las tropas del rey habían ido desmontando una a una las defensas musulmanas del entorno. Durante la campaña de 1240 y 1241, plazas como Écija, Osuna, Marchena, Morón o La Puebla de Cazalla cambiaron de manos. Era un movimiento paciente, casi quirúrgico, para impedir que Sevilla recibiera ayuda y para rodearla lentamente.
El contexto político jugó a favor de Fernando III. Granada, tras la rendición de Jaén, se había convertido en un vasallo incómodo pero obediente, mientras Jaime I de Aragón se ocupaba de sus empresas mediterráneas. Sevilla quedaba así aislada, sin grandes aliados que pudieran acudir en su auxilio. Bajo el mando del caíd Axataf, la ciudad resistía como podía, pero el cerco se intuía inevitable.
No es difícil imaginar a los dirigentes sevillanos calculando la situación: vecinos inquietos, territorios circundantes cayendo sin pausa y un rey cristiano acercándose con un ejército que no hacía prisioneros ni en la paciencia ni en la estrategia.
1247-1248: un asedio que desgastaba más que impresionaba
En 1247 empezó el asedio formal a Sevilla. No fue un ataque fulgurante, sino un cerco pausado, prolongado y diseñado para asfixiar a la ciudad. La estrategia era sencilla en lo teórico y devastadora en la práctica: bloquear accesos, cortar suministros y dejar que el hambre, las enfermedades y la desesperación hicieran su trabajo.
Por tierra, los castellanos ocuparon posiciones clave como Lora del Río, Cantillana, Guillena, Gerena o Alcalá del Río. Cada nueva fortaleza tomada estrechaba más el círculo y apagaba cualquier posibilidad de ayuda externa. A esta red terrestre se unieron fuerzas llegadas de otros reinos peninsulares. Portugueses, aragoneses y nobles de distintos linajes se sumaron a la empresa, dotando al campamento cristiano de un aire de cruzada que favorecía el relato político del momento.

Mientras tanto, Sevilla vivía un día a día menos heroico de lo que describen los cantares. Con el paso de los meses, la comida escaseó, los precios se dispararon y los ánimos se hundieron. La vida en una ciudad sitiada tenía más de apagarse lentamente que de gestas épicas.
La flota de Bonifaz y el puente que lo cambiaba todo
Si Sevilla resistía con tanto tesón era, en buena parte, gracias al Guadalquivir. El río actuaba como arteria de vida: por él entraban víveres, refuerzos y comunicaciones. Para cortar esa vía, Fernando III necesitaba barcos. Ahí surgió la figura de Ramón de Bonifaz, marino cántabro que la tradición convertiría más tarde en uno de esos héroes intachables que las escuelas adoran.
Bonifaz reunió una pequeña pero aguerrida flota procedente del Cantábrico. Con trece naves y varias galeras surcó la costa hasta Sanlúcar y comenzó el arriesgado ascenso fluvial hacia Sevilla, donde le esperaba una escuadra musulmana más numerosa. El obstáculo fundamental era el puente de barcas que unía la ciudad con Triana y el Aljarafe. Construido en el siglo XII, sujetado con gruesas cadenas de hierro y protegido por fortalezas, era un auténtico tapón para cualquier intento de cortar el suministro.
Las crónicas narran que dos de las naves más sólidas de Bonifaz embistieron las cadenas con una mezcla de arrojo, técnica y suerte. El primer choque no logró nada, pero el segundo rompió el puente. Con ese gesto, Sevilla quedó prácticamente aislada. No solo perdió su conexión con la margen derecha del río, sino su principal vía de aprovisionamiento. Aquellas cadenas rotas, que siglos después se exhibirían con orgullo en Laredo, simbolizaron durante mucho tiempo la participación decisiva del norte peninsular en la conquista.
Axataf y el difícil arte de sostener una ciudad al límite
Mientras los cristianos cerraban el cerco, el caíd Axataf trataba de hacer milagros con recursos cada vez más menguantes. Como jefe militar, civil y religioso de la ciudad, tenía que reforzar murallas, abastecer fortalezas y mantener un mínimo de cohesión entre la población. No era tarea sencilla. Las noticias que llegaban desde el exterior eran cada vez peores y el desgaste interno aumentaba día a día.
La caída de las fortalezas cercanas, la derrota de la flota musulmana y la evidente falta de víveres minaron la resistencia. Con el cerco prolongándose y el otoño de 1248 acercándose, la ciudad sabía que la rendición era cuestión de tiempo. Pese a ello, los relatos posteriores resumirían aquel final en la escena solemne de unas llaves entregadas, omitiendo las tensiones, el miedo y la desesperación que precedieron al gesto.
La rendición y una ceremonia calculada al detalle
La capitulación se produjo a comienzos de noviembre de 1248, tras un asedio que superó el año. La población musulmana, en gran parte, abandonó Sevilla rumbo a Granada o al Magreb, dejando atrás casas, jardines y toda una vida que iba a ser transformada a una velocidad sorprendente.
El 23 de noviembre, la entrada solemne de Fernando III puso el broche simbólico a la campaña. Esa fecha, día de San Clemente y cumpleaños del infante Alfonso, se convirtió rápidamente en clave del relato oficial. La entrega de las llaves en manos del rey fue inmortalizada siglos después en cuadros y crónicas que la presentaron como un acto lleno de dignidad, fe y predestinación.
Con aquel gesto se cerraban más de quinientos años de dominio musulmán y se abría una etapa nueva bajo una monarquía que no ocultaba su vocación expansiva. El simbolismo de la ceremonia sirvió para reforzar el aura de cruzada que rodearía posteriormente la figura del monarca.
La metamorfosis de Sevilla: de mezquita a catedral y más allá
Tras la conquista, Sevilla entró en una fase de transformación profunda. Igual que había ocurrido en Córdoba o Jaén, Fernando III reorganizó la ciudad para adaptarla al nuevo orden. Una parte considerable de la población musulmana fue expulsada y sus viviendas, talleres y tierras se repartieron entre los repobladores llegados del norte.
La gran mezquita almohade se transformó en catedral, y su alminar, con el tiempo, en la Giralda. El primer monasterio cristiano erigido tras la conquista, el de San Clemente, no se escogió al azar: recordaba el día en que la ciudad se entregó al rey. La Sevilla islámica empezó a dar paso a una Sevilla cristiana que, siglos después, se convertiría en puerta de las Indias.
Quienes se marchan y quienes llegan: un nuevo mapa humano
Tras la rendición, muchas familias musulmanas abandonaron la ciudad obligadas por las circunstancias. Aquellos desplazamientos, poco mencionados en los relatos más triunfalistas, formaron parte del alto coste humano de la guerra. Paralelamente, comenzaron a instalarse nuevos habitantes procedentes de Castilla y León, Galicia, Extremadura e incluso Aragón.

Se repartieron casas, tierras y oficios, y se reorganizó la vida municipal. La nobleza castellana vio en el valle del Guadalquivir un espacio idóneo para aumentar su influencia. Las órdenes militares se asentaron en puntos estratégicos, mientras que la comunidad judía desempeñó un papel relevante en la administración y la economía del nuevo régimen. Sevilla se convirtió así en un crisol donde convivían tradiciones, intereses y tensiones.
Propaganda, santidad y una memoria cuidadosamente construida
La entrada de Fernando III no solo fue un hecho histórico, sino también un ejercicio de comunicación política. Las crónicas insistieron en la piedad del monarca y en su papel como instrumento divino frente al Islam. La devoción hacia la Virgen de los Reyes y la narración en clave de cruzada contribuyeron a afianzar una imagen casi sagrada del rey.
Esa imagen se consolidó con su canonización en el siglo XVII. Desde entonces, Sevilla ha venerado al “Rey Santo”, cuya tumba en la catedral es objeto de ceremonias y visitas. La ciudad conserva su memoria como parte integral de su identidad, mezclando historia, religión y una cierta inclinación a recordar el pasado con solemnidad.
Del Guadalquivir al Cantábrico: cadenas que cuentan historias
Curiosamente, uno de los ecos de la conquista resuena a cientos de kilómetros, en la cornisa cantábrica. De allí salieron muchas de las naves que participaron en la hazaña del puente de barcas. Por eso, escudos de ciudades como Santander, Laredo, Santoña, Comillas o Avilés incorporaron barcos y cadenas que recuerdan su contribución.

En Laredo, las cadenas del célebre puente roto siguen siendo un símbolo de orgullo local. El episodio unió el río sevillano y el mar del norte en un relato compartido de valentía, técnica naval y memoria comunal.
1248 visto desde el presente
Cada noviembre, Sevilla rememora aquel 1248 con actos civiles y religiosos que evocan la fecha de San Clemente. En conmemoraciones recientes, como el 775 aniversario, se han multiplicado los estudios, conferencias y homenajes, dando pie a nuevas reflexiones sobre la conquista y su significado.
La Sevilla actual, con la Catedral, la Giralda y las calles de Triana repletas de visitantes, se asienta sobre una historia que cambió para siempre en 1248. El eco del puente de barcas, las murallas, las procesiones y la figura de Fernando III conviven hoy con un ritmo urbano que poco tiene que ver con el de aquel otoño remoto.
Quien recorre la ciudad hoy pisa, sin saberlo, los mismos lugares donde una vez se decidió el futuro político y simbólico de Sevilla, cuando Fernando III entró con las llaves recién entregadas y una nueva era a punto de comenzar.
Vídeo: “LA CONQUISTA DE SEVILLA. Fernando III y los ejércitos castellanos por mar y tierra”
Fuentes consultadas
- García Sanjuán, A. (2017). La conquista de Sevilla por Fernando III (646 h/1248). Nuevas propuestas a través de la relectura de las fuentes árabes. Hispania. Revista Española de Historia, 77(255), 11–41. https://hispania.revistas.csic.es/index.php/hispania/article/view/507
- Wikipedia. (s. f.). Reconquista de Sevilla. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Reconquista_de_Sevilla
- Museo del Ejército. (s. f.). 23 de noviembre de 1248: Conquista de Sevilla. Museo del Ejército. https://ejercito.defensa.gob.es/museo/HECHOS_HISTORICOS/HECHOS_HISTORICOS/11.23_noviembre_FERNANDO_III_EL_SANTO_CONQUISTA_SEVILLA.html
- Muñiz, F. (2025, 13 febrero). El «Passo Honroso» de Suero de Quiñones: amor cortés, lanzas y testosterona en la Castilla medieval. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/el-passo-honroso-de-suero-de-quinones/
- ACAMI. (s. f.). 23 de noviembre de 1248. Conquista de Sevilla. https://www.acami.es/efemerides/23-de-noviembre-de-1248conquista-de-sevilla/
- García Fitz, F. (2023, 24 noviembre). «Como ebrios sin estar ebrios». La conquista de Sevilla en su 775 aniversario. Al-Andalus y la Historia. https://www.alandalusylahistoria.com/?p=4481
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