El 15 de junio de 1808 no comenzó únicamente un asedio. Comenzó una tozudez colectiva difícil de imitar. Napoleón esperaba que Zaragoza fuese otra casilla más en su itinerario triunfal por la Península, una ciudad sin defensas modernas ni un ejército capaz de plantar cara. La respuesta fue simple: antes que rendirse, la ciudad prefería hacerse añicos, pero a su manera y con su propio guion.
Ese día arrancó el primer sitio de Zaragoza. Las tropas imperiales, convencidas de que una ciudad abierta se rendiría casi por cortesía, chocaron de frente contra una población pobremente fortificada en apariencia, sí, pero poblada de gente con una determinación tan sólida como las murallas que no tenían. El contraste era evidente: soldados franceses seguros de su técnica y disciplina frente a un vecindario que, semanas antes, había improvisado juntas y milicias como quien organiza una empresa casera con la fe del convencido.
Aragón en llamas: de la crisis monárquica al levantamiento
Para entender lo que ocurrió en Zaragoza conviene recordar que 1808 fue un año de turbulencias de arriba abajo. El descrédito de la corte, la figura de Godoy derrumbándose como un castillo de naipes y la intromisión de Napoleón en los asuntos españoles colocaron al país al borde del colapso. Tras el levantamiento del 2 de mayo en Madrid, la chispa se extendió rápidamente por la Península.
En Zaragoza, el 24 de mayo estalló una revuelta que mezclaba indignación, patriotismo y un enfado generalizado hacia el dominio francés. En medio de aquel torbellino surgió José de Rebolledo de Palafox y Melci, un oficial joven que, casi por aclamación popular, asumió el mando como capitán general. No era un prodigio táctico, pero tenía algo aún más necesario: carisma, convicción y la capacidad de dar forma a un relato de resistencia.

Desde ese momento, la ciudad dejó de ser una capital regional más para convertirse en un símbolo incipiente que pronto sería puesto a prueba.
Una ciudad poco fortaleza: Zaragoza en 1808
Quien imagine una Zaragoza cercada por murallas formidables, hará bien en revisar el cuadro. A comienzos del siglo XIX, la ciudad contaba con unos 50 000 habitantes apiñados entre tapias de conventos, cuarteles dispersos y la vieja Aljafería. De fortificaciones modernas, más bien nada.
La guarnición profesional apenas superaba el millar de soldados, a los que se sumaron voluntarios, milicianos y paisanos armados con lo que había. Las defensas dependían más de la creatividad que del poderío: puertas como el Portillo, el Carmen o Santa Engracia servían de puntos estratégicos; conventos en las afueras se transformaban en fuertes improvisados; y los ríos Ebro y Huerva actuaban como barreras naturales.
Para cualquier general francés aquello parecía una plaza destinada a caer en cuestión de días. Desde dentro, sin embargo, la idea era que se resistiría con lo disponible, aunque fuese poco.
El ejército francés llega: Lefebvre-Desnouettes toma posiciones
Mientras tanto, el Imperio movía ficha. El general Charles Lefebvre-Desnouettes partió de Pamplona a comienzos de junio encabezando una columna que debía someter Aragón y tomar Zaragoza sin demora. Los efectivos, varios miles de hombres entre infantería, caballería y artillería, estaban curtidos en campañas previas y llegaban con la seguridad de quien ha aprendido que la guerra moderna se gana con disciplina y pólvora.

El plan parecía claro: avanzar por el valle del Ebro, vencer a las fuerzas aragonesas en los pueblos intermedios —lo que lograron en Tudela, Mallén y Alagón— y presentarse ante Zaragoza con la intención de tomarla en un impulso decidido. Nadie en el estado mayor francés imaginaba que ese golpe de mano se transformaría en un quebradero de cabeza.
De las derrotas previas al choque junto a las tapias
Palafox intentó detener el avance francés en el exterior, apoyándose en tropas bisoñas y entusiastas, pero poco efectivas en campo abierto frente a un ejército profesional. Las derrotas en los pueblos mencionados abrieron la carretera hacia Zaragoza.
Cuando la columna imperial llegó a las inmediaciones de la ciudad, se encontró con unas defensas que parecían más testimoniales que otra cosa. Las crónicas francesas describen la impresión de encontrarse ante una urbe prácticamente indefensa, lo que se confundió con facilidad por una invitación a entrar sin grandes preocupaciones.
Sin embargo, el 15 de junio de 1808, en la batalla de las Eras, los zaragozanos les dieron la primera sorpresa. En aquella amplia explanada, cercana a las puertas principales, la resistencia local hizo retroceder a los franceses después de intensos combates. Ese día, lo que parecía un trámite comenzó a torcerse.
El sitio de Zaragoza comienza
El 15 de junio marca oficialmente el inicio del primer sitio, que duraría casi dos meses. A partir de entonces, Zaragoza se transformó en una plaza sitiada. Se organizaron turnos de guardia, se reforzaron posiciones en conventos y puertas, y hombres y mujeres se repartieron tareas que iban desde cargar pólvora hasta atender heridos o sostener parapetos.
Los franceses acamparon alrededor de la ciudad y situaron su artillería con la intención de doblegar la resistencia mediante bombardeos y asaltos sucesivos. Sobre el papel, un plan razonable para tomar una capital provincial. En la práctica, el ejército imperial acabaría perdiendo miles de hombres entre muertos, heridos y enfermos, además de un buen número de piezas de artillería.
Palafox y los suyos: liderazgo en tiempos desesperados
Aunque la memoria popular haya centrado la figura de Palafox como héroe indiscutible, lo cierto es que la defensa fue un esfuerzo coral. El capitán general aportó dirección y liderazgo, pero cerca de él actuaron figuras clave como Calvo de Rozas, regente de la Audiencia, imprescindible en las decisiones políticas y militares.
A su lado destacaron personajes populares como Jorge Ibor y Casamayor, conocido como el Tío Jorge, muy activo desde los días del levantamiento. Clérigos que blandían armas, artesanos convertidos en armeros improvisados, notables que cedían palacios para hospitales y veteranos que intentaban disciplinar a milicias entusiastas completaban un mosaico humano que hoy resultaría inverosímil.
La ciudad como campo de batalla
Aunque este primer sitio no llegó a ser la lucha cuerpo a cuerpo del segundo, la ciudad comenzó a transformarse. Las puertas del Portillo, el Carmen y Santa Engracia se convirtieron en puntos neurálgicos de la defensa. Edificios religiosos como el convento de San José pasaron a ser baluartes clave.
Zaragoza empezó a llenarse de barricadas, cañones antiguos y parapetos levantados con materiales de lo más variado. La artillería francesa castigaba sin descanso, destruyendo edificios y configurando un paisaje de ruinas que aumentaba la determinación de los defensores. Los primeros asaltos fueron rechazados con contundencia, en especial en las Eras y en las puertas más expuestas.
El sitio derivó en un equilibrio cruel: bombardeos constantes, ataques franceses y contraataques españoles más o menos organizados. Poco a poco, la ciudad aprendió a resistir a base de sacrificio.
Mujeres en las murallas: Agustina y otras muchas
Si hay un nombre inevitable en esta historia es el de Agustina de Aragón. Su gesto en la batería del Portillo —cargar un cañón y dispararlo casi a bocajarro cuando la posición estaba a punto de caer— se convirtió en un símbolo inmediato. No tardó en formar parte de la propaganda de guerra y, con el tiempo, en mito nacional.
Pero Agustina no estuvo sola. La condesa de Bureta, Casta Álvarez, Manuela Sancho y muchas otras participaron en la defensa desde múltiples frentes: transporte de pólvora, atención a heridos, organización de recursos o directamente en combate. La presencia femenina rompió moldes sociales y militares, aunque la historia oficial haya dejado en la sombra a buena parte de ellas.
Vivir bajo las bombas: hambre y epidemias
Aunque el primer sitio no fue largo, el deterioro de las condiciones de vida fue rápido. La comida comenzó a escasear y los precios subieron, afectando especialmente a los barrios más humildes. Los bombardeos franceses arrasaron viviendas y provocaron incendios, alimentando la sensación de que la ciudad resistía no solo por obligación, sino por pura indignación.
A ello se sumó un enemigo silencioso que se manifestaría con fuerza al término del asedio: el tifus. Hacinamiento, mala alimentación y falta de higiene crearon el caldo de cultivo perfecto para una epidemia que se llevó por delante a miles de personas, incluidos algunos de los protagonistas de la resistencia.
Procesiones, oraciones colectivas y discursos de los mandos ayudaron a mantener el ánimo en una población sometida a un desgaste continuo.
Bailén cambia el rumbo
La derrota de las tropas francesas en la batalla de Bailén, el 19 de julio de 1808, alteró el tablero. La noticia, que llegó más tarde a Zaragoza, insufló ánimo entre los defensores y obligó a los mandos franceses a replantearse la situación.
Palafox aprovechó ese giro para introducir refuerzos y víveres en los primeros días de agosto. Con la moral en alza y la situación peninsular complicándose para Napoleón, la retirada francesa se convirtió en opción real.
La noche del 13 al 14 de agosto: retirada y destrucción
En la noche del 13 al 14 de agosto, los franceses levantaron el campamento. Antes de irse destruyeron un puente sobre el Ebro y arrasaron edificios emblemáticos como el monasterio de Santa Engracia o el convento de San Francisco.
El primer sitio había concluido. La ciudad, maltrecha y con miles de muertos entre heridos, enfermedades y combates, había logrado resistir a un ejército moderno con un mosaico humano de soldados, milicias y vecinos armados. La victoria supuso un espaldarazo simbólico y político, aunque también convirtió a Zaragoza en un objetivo prioritario para la revancha imperial, lo que desembocaría en el brutal segundo sitio meses después.
En aquel verano de 1808, Zaragoza decidió que rendirse no era una opción y obligó al ejército más temido de Europa a reconocerlo a golpe de cañón.
Vídeo: “El primer Sitio de ZARAGOZA en 1808”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Sitio de Zaragoza (1808). Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Sitio_de_Zaragoza_%281808%29
- Historia de Aragón. (2017, 15 junio). El primer sitio de Zaragoza. Historia de Aragón. https://historiaragon.com/2017/06/15/el-primer-sitio-de-zaragoza/
- Escribano, F. (2004). Así empezó todo: la Batalla de las Eras (15 de junio de 1808). Asociación Cultural Los Sitios de Zaragoza. https://www.asociacionlossitios.com/asi-empezo-todo-la-batalla-de-las-eras-15-de-junio-de-1808-asi-empezo-todo/
- Muñiz, F. (2019, 12 noviembre). La espada del Mariscal Dupont: solemnidad francesa versus gracejo español. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/espada-mariscal-dupont/
- Alma Mater Museum. (2018, 15 junio). El primer sitio de Zaragoza. Alma Mater Museum. https://www.almamatermuseum.com/blog/2018/06/15/primer-sitio-zaragoza/
- VV. AA. (1967). Estudios de la Guerra de la Independencia, III. (II Congreso Histórico Internacional de la Guerra de la Independencia y su época). Institución Fernando el Católico. https://ifc.dpz.es/publicaciones/ver/id/487
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






