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Pickles: el perro que salvó la Copa del Mundo de 1966

Marzo de 1966. Inglaterra estaba al borde de un frenesí colectivo: la Copa del Mundo llegaba a casa y, entre banderas, cánticos y pronósticos en los pubs, la emoción se palpaba en el aire. Pero justo cuando todo parecía perfecto, apareció un imprevisto que nadie vio venir: el Trofeo Jules Rimet desapareció. Sí, la copa que cualquier futbolista soñaba con levantar se evaporó de la vitrina del Central Hall de Westminster, dejando a la policía y a los periodistas con cara de “esto no puede estar pasando”. Londres entró en modo alerta máxima; cada sombra parecía sospechosa y cada rumor alimentaba la paranoia.

El robo que paralizó al país

El 20 de marzo, alguien con más audacia que escrúpulos consiguió sustraer el trofeo. La vitrina estaba custodiada, sí, pero el ladrón encontró el hueco perfecto. Scotland Yard inició una investigación frenética: recompensas, interrogatorios, rastreo de cada callejón… nada parecía dar resultado. Cada hora que pasaba sin noticias aumentaba la tensión; no solo se trataba del robo de un trofeo, sino de un golpe al corazón mismo del Mundial. Los periódicos no dejaban de especular y Londres parecía vivir en una especie de novela negra con aroma a té y cerveza.

Pickles, el héroe inesperado

Y entonces, como si la historia necesitara un giro digno de película, apareció Pickles. David Corbett, su dueño, paseaba al mestizo por Beulah Hill cuando el perro, guiado por su olfato más fino que cualquier detector de metales de la época, se detuvo frente a un seto y comenzó a husmear un paquete envuelto en papel de periódico. David lo abrió y, para su asombro, allí estaba: el Trofeo Jules Rimet. Pickles, sin saberlo, había solucionado uno de los robos más comentados del país.

Pickles

Londres estalló de incredulidad y alegría: un perro, no Scotland Yard, había encontrado lo que parecía perdido para siempre. Pickles se convirtió en héroe nacional de la noche a la mañana, y su dueño pasó de ser un vecino cualquiera a protagonista de titulares que hablaban de “la nariz más famosa de Inglaterra”.

Fama, premios y un toque de cine

Tras la recuperación del trofeo, los preparativos del Mundial continuaron. En julio, Inglaterra alcanzó la gloria: venció a Alemania Federal en una final que aún se recuerda con fervor. Pickles, aunque no levantó la copa, estuvo presente en la celebración. Su recompensa fue más terrenal que deportiva: lamer los platos después de la comida y que su dueño, David Corbett, recibiera 6.000 libras, que en la época no estaba nada mal.

Pero la fama de Pickles no terminó ahí. Apareció en televisión, en periódicos y hasta protagonizó una película: El espía con la nariz fría, junto a Eric Sykes y June Whitfield. La historia de un perro que salvó la Copa del Mundo se convirtió en leyenda, recordando a todos que, a veces, los héroes más improbables no llevan capa, sino un hocico húmedo y orejas alerta.

Tristemente, Pickles murió en 1967, con apenas cuatro años. Mientras perseguía a un gato, su correa se enredó y sufrió un accidente fatal. Su tumba quedó en el jardín de su dueño, un pequeño monumento al mestizo que, sin proponérselo, se convirtió en leyenda.

La copa después de Pickles

El Trofeo Jules Rimet continuó su camino lleno de peripecias: en 1983 fue robado nuevamente en Brasil y nunca más se recuperó. La FIFA, aprendiendo de la experiencia, decidió que los campeones del mundo recibirían réplicas del trofeo, mientras el original quedaría protegido en Zúrich.

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Pero la historia de Pickles sigue viva: un perro callejero que, por unos días, se convirtió en el salvador de la gloria futbolística inglesa. La anécdota recuerda que la historia no siempre la escriben los grandes héroes ni los planes perfectos, sino que a veces interviene la casualidad… y un perro con curiosidad suficiente para cambiarlo todo.


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