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La Operación Fantasía: cuando los espías soltaron zorros fluorescentes para asustar a los japoneses

En el surrealista catálogo de disparates de la Segunda Guerra Mundial, donde hay bombas murciélago, misiones con psíquicos y hasta tanques inflables, brilla con luz propia —literalmente— la Operación Fantasía. Un plan ideado por la Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos (la OSS, antecesora de la CIA), que podríamos calificar, directamente, de absurdo. El objetivo: pintar zorros con pintura luminosa y soltarlos en Japón para aterrorizar a los soldados y ciudadanos nipones apelando a sus creencias tradicionales. Sí, zorros. Pintados. Que brillan en la oscuridad. Liberados para causar una crisis espiritual.

Kitsune, el zorro místico que lo lía todo

En la mitología japonesa, el kitsune no es un simple animalillo de bosque, sino una criatura sobrenatural con más trucos que un político en campaña. Se les atribuyen habilidades como cambiar de forma, generar ilusiones y comunicarse con los dioses del panteón sintoísta. A veces protegen, a veces castigan. Pero siempre imponen respeto, especialmente cuando se manifiestan de noche, brillando misteriosamente entre los árboles.

La OSS, en su inagotable creatividad bélica, decidió que si un japonés medio veía a uno de estos seres saltar desde la penumbra cubierto de pintura fosforescente, entraría en pánico, rompería filas y, con suerte, abandonaría su puesto sin disparar ni una bala. Guerra psicológica con orejas puntiagudas y hocico húmedo.

¿Y si los pintamos y los soltamos?

En la práctica, la ejecución fue, digamos, problemática. La teoría decía lo siguiente: capturar una cantidad significativa de zorros, cubrirlos con una sustancia luminiscente —en esa época, básicamente pintura que brillaba en la oscuridad—, transportarlos en barco hasta Japón, y liberarlos durante la noche cerca de aldeas, cuarteles o zonas de paso. El resultado previsto: histeria colectiva, abandonos masivos, espíritus quebrados por el miedo ancestral al kitsune vengativo. El resultado real: los zorros se lamieron la pintura en cuestión de minutos.

La primera prueba de campo se realizó en la bahía de Chesapeake. Allí soltaron a un grupo de estos voluntarios peludos desde una barca, para ver si nadaban con gracia hasta la orilla y llegaban cubiertos aún de su pintura mágica. Spoiler: no. Al parecer, los zorros —esos traidores al esfuerzo bélico aliado— decidieron que la sustancia pegajosa que les habían untado no era apta para lucir en sociedad y se la lamieron con esmero antes de llegar siquiera a tierra firme.

Central Park: la noche que los zorros invadieron Manhattan

La insistencia es una virtud, o una condena. Tras el fracaso marítimo, los estrategas de la OSS no se rindieron. ¿Y si la pintura se aplicaba justo antes de soltar a los animales, sin contacto con el agua de por medio? Para comprobarlo, decidieron hacer una segunda prueba. Esta vez, el escenario fue aún más delirante: una noche cualquiera en el Central Park de Nueva York. Treinta zorros fluorescentes fueron liberados entre los senderos del parque más famoso del mundo.

¿El resultado? Pánico, sí, pero no en japoneses. Un ciudadano neoyorquino, posiblemente con una salud mental más equilibrada que los ideólogos de la operación, llamó preocupado a las autoridades al ver “animales fantasmas saltando entre los arbustos”. La Policía de Parques Nacionales informó de «ciudadanos horrorizados, conmocionados por la vista repentina de los animales que saltaban como fantasmas, huyeron de los oscuros recovecos del parque”. Y claro, no es para menos: uno espera ver ardillas, ratas, quizá algún músico con un saxo, pero no un ejército de zorros radioactivos haciendo turismo nocturno.

La psicología al servicio del disparate

La Operación Fantasía no fue un caso aislado. Durante la Segunda Guerra Mundial, la guerra psicológica se convirtió en una obsesión estratégica. Desde altavoces que emitían mensajes en japonés escritos por psicólogos, hasta proyectiles cargados de panfletos que prometían comida caliente y un futuro sin bombas, todo era válido para quebrar la moral enemiga sin gastar pólvora.

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Pero claro, como todo lo que mezcla animales, superstición y militares entusiastas, la cosa rara vez acaba bien. La OSS nunca llegó a lanzar su zorruna ofensiva en territorio japonés. El plan fue finalmente archivado entre otras genialidades como las palomas guiadas por sensores ópticos o los comandos que intentaron enseñar a gatos a lanzar bombas desde aviones. No es broma: hay archivos.

¿Quién demonios pensó que esto funcionaría?

Detrás de la operación estaban expertos en antropología, folclore y, cómo no, un nutrido grupo de militares sin supervisión psiquiátrica aparente. Se llegó a proponer también que los zorros fueran liberados en cementerios o templos para potenciar el efecto espiritual. Porque claro, si ya vas a soltar bichos brillantes, al menos hazlo con un poco de escenografía.

La parte más tragicómica de todo este asunto es que, incluso si los zorros hubiesen conservado la pintura, y aunque hubiesen llegado a Japón sin provocar una epidemia de vómitos en el barco, es altamente dudoso que una población acostumbrada a cuentos sobre zorros mágicos se echara a temblar al ver uno.

Un pie en la leyenda y otro en el expediente

Hoy, la Operación Fantasía ocupa ese rincón entrañable de la historia bélica donde lo absurdo se mezcla con la burocracia más solemne. Un pie se apoya en el mito, el otro en informes oficiales, y entre ambos baila la ironía: un plan concebido para quebrar la moral de un pueblo terminó provocando sobresaltos entre sus propios ciudadanos a miles de kilómetros de distancia.

Porque, al fin y al cabo, en tiempos de guerra, incluso las ideas más descabelladas tienen derecho a presupuesto, acta y protocolo, y a pasar a la posteridad como una curiosidad que desafía la cordura.

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Fuentes consultadas

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