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Cuando Mick Jagger fue confundido con Jesucristo en Salvador de Bahía

Una historia de túnicas, barbas mesiánicas y confusiones tropicales en el Brasil de 1968

En el santoral del rock and roll hay santos con guitarras eléctricas, profetas con melenas cardadas y mártires que cayeron en festivales embarrados. Pero entre tanto mito distorsionado, hay episodios que merecen un altar aparte. Uno de ellos ocurrió en Salvador de Bahía, Brasil, en el año del Señor de 1968, cuando Mick Jagger, el labio más inquieto de la música británica, fue confundido —literalmente— con Jesucristo. No por teólogos, ni por fans con alucinaciones lisérgicas, sino por una vendedora callejera que, al ver su silueta barbuda bajo el sol tropical, pensó que había presenciado la Segunda Venida.

El contexto: 1968, ese año en el que todo ardía

Antes de que alguien eleve una ceja acusadora, conviene situarse en tiempo y espacio. El año 1968 no fue precisamente anodino. En el planeta se libraban guerras, revueltas y revoluciones; los Beatles se iban a la India, el mayo francés encendía adoquines y los Rolling Stones, fieles a su nombre, rodaban lejos del establishment.

Por aquellos días, Mick Jagger viajaba por Brasil acompañado de Marianne Faithfull, su pareja de entonces, musa etérea y adicta a los misterios. Venían huyendo, o explorando, o simplemente cansados de Londres. Lo cierto es que acabaron instalados en el Hotel Estela Maris, una suerte de cabaña junto al mar en Itapuã, un barrio costero que todavía no había sido devorado por el turismo de pulserita.

Mick, por supuesto, se había dejado crecer la barba. Quizá por despiste, por estética mesiánica o por pereza rocanrolera. Lo cierto es que la fisionomía de Jagger mutó del cantante sensual a una versión blanca, flaca y británica del Salvador universal.

El incidente: una aparición, una túnica y una confusión gloriosa

En uno de sus paseos matinales por el centro de Salvador, Jagger y Faithfull decidieron recorrer los mercados locales, acaso buscando tambores, pulseras o la típica artesanía que uno termina regalando a una tía. Ella iba de blanco, él —según algunas versiones— también. Caminaban sin prisa, con esa actitud zen que solo puede permitirse quien no tiene que fichar ni pagar alquiler.

Y entonces ocurrió. Una vendedora ambulante, al ver la figura alargada, luminosa, barba espesa, ojos entrecerrados por el sol y ese aire de paz misteriosa que envuelve a los rockeros lejos del escenario, exclamó algo en portugués que, traducido libremente, equivalía a un “¡Jesús ha vuelto!”.

La escena, recogida años después en el libro Los Rolling Stones en Perú, de Sergio Galarza y Cucho Peñaloza, no tiene desperdicio. Ni la mujer sabía que era Jagger, ni Jagger entendía por qué lo miraban como si estuviera a punto de multiplicar el pan de queso.

En un principio, él y Marianne pensaron que habían sido reconocidos. Que alguien, incluso en aquel rincón remoto del nordeste brasileño, había detectado la presencia del cantante de los Stones. Pero no. La vendedora no le pedía autógrafos, sino milagros. No gritaba “¡Satisfaction!”, sino “¡Salvación!”.

Iconografía tropical del Cristo jaggeriano

¿Quién puede culparla? En el Brasil profundo, en un país donde la religión se funde con el sincretismo, el candomblé y las devociones populares, no es raro que cualquier figura extraña despierte asociaciones divinas. Jagger, con su barba mesiánica, su piel translúcida y su ropa blanca, bien pudo parecer una aparición mariana… masculina.

No hay fotografías del momento, lo que en cierto modo lo eleva al terreno del mito. Pero si uno imagina una mañana luminosa, un mercado vibrante de colores, y una figura caminando con aire entre místico y colgado, es fácil entender la confusión. Más aún si tenemos en cuenta que Jagger, en aquellos días, no era aún el demonio que cantaba “Sympathy for the Devil”, sino un artista en transición, buscando raíces rítmicas entre tambores afrobrasileños y humo ceremonial.

Influencias bahianas en los Rolling Stones

Ese viaje no fue anecdótico. En Salvador de Bahía, Jagger asistió a ceremonias de candomblé, participó tocando atabaques, se impregnó de la musicalidad de la cultura afrobrasileña y —según algunos biógrafos— plantó las semillas rítmicas que más tarde germinarían en el disco Beggars Banquet. El espíritu tropical de “Sympathy for the Devil” no nació en una iglesia, sino en los rituales de la selva, en playas donde los tambores no cesaban y donde el diablo se bailaba con los pies descalzos.

Puede que no multiplicara peces ni resucitara muertos, pero sí convirtió el ritmo bahiano en rock británico, que para efectos musicales es un milagro del siglo XX.

De Jesús a Satán: la ironía del destino

La parte irónica —o cósmicamente jocosa— es que meses después de ser confundido con Cristo, Jagger lanzaría uno de los temas más polémicos de su carrera, “Sympathy for the Devil”. Aquello le valió críticas, acusaciones de satanismo y portadas escandalosas. Pero mientras en Londres lo llamaban hijo del demonio, en Bahía lo habían tomado por el mismísimo Mesías.

El péndulo simbólico no podría haber oscilado más violentamente: del Jesús tropical al Lucifer de las maracas, todo en menos de un año y sin cambiar de barba.

La anécdota olvidada por la historiografía oficial

No busquen este episodio en documentales serios ni en biografías autorizadas. Esta historia no aparece en los archivos del NME, ni en la Rolling Stone Magazine. Sobrevive, sin embargo, en los márgenes, en libros como el de Galarza y Peñaloza, que rescatan esas historias colaterales que hacen de los músicos algo más que iconos de vinilo.

El relato tiene algo de fábula tropical, de surrealismo documental, de historia menor que resiste el paso del tiempo por su simple capacidad de hacernos sonreír. En una época donde todo está hiperregistrado, recordar que hubo un día en que Mick Jagger fue confundido con Jesús en un mercado de Bahía tiene algo de redención irónica.


Fuentes:

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