Crónica de un desastre climático, químico y judicial made in USA
Entre las páginas menos soleadas de la historia del clima sobresale un personaje cuya fama huele a gloria y a química mal ventilada: Charles Mallory Hatfield. Vendedor de máquinas de coser por necesidad, alquimista autodidacta por convicción y autoproclamado “pluviocultor”, Hatfield pasó a la posteridad no tanto por hacer llover, sino por hacerlo demasiado bien.
Tanto, que su mayor éxito casi lo lleva a prisión y a la ciudad de San Diego al colapso absoluto.
Una ciudad sedienta, un charlatán con fe química y un trato con aroma a desastre
San Diego, principios del siglo XX. Una ciudad en expansión con la lengua fuera por culpa de la sequía, con un embalse —el de Morena Dam— seco como el humor de un notario de provincias.
Entra en escena Charles Hatfield, con su aspecto de farmacéutico victoriano y alma de prestidigitador. No había terminado los estudios, lo cual no fue impedimento para desarrollar una fórmula secreta capaz —según él— de invocar la lluvia. La receta, que nunca reveló, contenía unos veintitrés productos químicos cuya combinación, al ser quemada en torres improvisadas, liberaba un humo con presuntas propiedades pluvíferas.

Lo cierto es que Hatfield ya había hecho algunos trabajillos para granjeros del oeste, cobrando sólo si llovía. Como si fuese una especie de meteorólogo freelance con tarifa a éxito. Así que cuando los sandieguinos lo ficharon para llenar su embalse, todo parecía tener cierto sentido.
El acuerdo era tan sencillo como optimista: Hatfield cobraría 10.000 dólares si conseguía subir el nivel del embalse Morena Dam medio metro. Ni un dólar más, ni un centímetro menos.
Enero de 1916: cuando los cielos se abrieron… y no pararon
Hatfield y su hermano Paul construyeron una torre en las colinas cercanas. En lo alto, entre bidones, cubetas y barriles llenos de polvos mágicos y líquidos aromáticos, comenzaron los rituales. El 1 de enero de 1916 iniciaron sus «operaciones». Para el día 5, cayeron las primeras gotas. “Bah, cuatro churretes”, decían los lugareños. Para el 10, ya no se reían tanto. Para el 15, lloraban… literalmente, bajo la lluvia.
Lo que siguió fue una cascada —en algunos casos, tal cual— de desgracias encadenadas. Llovió sin descanso durante semanas. El río San Diego se desbordó, se vinieron abajo 14 puentes, las líneas de ferrocarril quedaron inutilizadas, se cayeron torres eléctricas, y barrios enteros fueron engullidos por el agua como si alguien hubiese abierto el desagüe de una bañera cósmica.

La presa Lower Otay no resistió y reventó, liberando una tromba de agua que arrasó el valle y se llevó por delante decenas de vidas. Las cifras oficiales hablaron de 20 a 50 muertos, aunque otras estimaciones más catastrofistas rondaron el centenar. Más de 3.000 personas perdieron sus casas. E incluso el ejército tuvo que desplegar marines con órdenes de disparar a los saqueadores ante el consiguiente caos.
Hatfield pide su dinero. El Ayuntamiento le ofrece una demanda
Cuando el cielo por fin dio tregua, Hatfield se dirigió tranquilamente al Ayuntamiento con su lista de la compra: 10.000 dólares, por favor, y si puede ser en billetes secos.
El Consistorio, que ya estaba recibiendo denuncias a granel y facturas por reparaciones que ascendían a más de tres millones de dólares —una fortunaza para la época—, se negó. Alegaron que, si efectivamente él había provocado la lluvia, también debía asumir los daños.
Y si no había sido él, entonces no había nada que pagar. Jugada maestra de lógica institucional.

Hatfield, que no estaba dispuesto a marcharse con las manos vacías después de haber desencadenado el diluvio universal versión californiana, llevó el caso a los tribunales. En un proceso que rozó lo teológico, el juez dictaminó que nadie podía demostrar que un hombre fuese capaz de hacer llover. Eso, afirmaron, era competencia exclusiva del Altísimo.
Una manera elegante de decir: “No vamos a pagarte, gorrión”.
Aunque Hatfield apeló varias veces, el resultado fue siempre el mismo. Se libró de pagar indemnizaciones, pero tampoco vio ni un centavo. El hombre que había llenado el gigantesco embalse de San Diego se tuvo que marchar de la ciudad más seco que el desierto de Mojave.
Popularidad entre relámpagos y contratos internacionales
Lejos de manchar su reputación, el desastre de San Diego convirtió a Hatfield en una especie de leyenda atmosférica. Lo llamaron desde medio mundo. En 1922, viajó a Nápoles por encargo del mismísimo gobierno italiano. Le requirieron incluso para hacer llover en los jardines secos del Vaticano para el Papa Pío XI.

En 1924 cruzó el Mediterráneo rumbo a África, contratado por agricultores desesperados en zonas desérticas. Allí, bajo cielos de calima y esperanza, consiguió dos lluvias en marzo y abril. Por ellas, cobró la nada despreciable suma de 8.000 dólares.
¿Funcionaba su fórmula secreta?
La pregunta que persigue a meteorólogos, historiadores y fans del esoterismo científico es si, en efecto, Hatfield podía manipular el clima. La respuesta corta es: probablemente no. La larga es: bueno, quizás… pero no por lo que él decía.

A pesar del misterio que rodeaba su cóctel químico (ácido sulfúrico, cloruro de amonio, alquitrán, y vaya usted a saber qué más…), la explicación más plausible es que Hatfield fuese un lector atento de los rudimentarios pero ya existentes informes meteorológicos de la época. Sabía cuándo se aproximaban frentes húmedos, entendía patrones climáticos locales y, por ejemplo, conocía que San Diego sufría inundaciones cíclicas cada once años. La última había sido en 1905. ¿La siguiente? Toma, en 1916. Bingo.
¿Azar oportuno, intuición meteorológica disfrazada de alquimia o simple talento para llegar siempre un día antes que la tormenta? La respuesta queda a gusto del lector. Hatfield murió en 1958 llevándose consigo su fórmula —real o imaginada—, absuelto por los tribunales, indemne ante la ciencia y, quizá, observado desde arriba por un cielo que, caprichoso, nunca llegó a desmentirlo.
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The Rain Wizard: The Amazing, Mysterious, True Life of Charles Mallory Hatfield — Larry Dane Brimner: biografía rigurosa en inglés sobre Hatfield; clara y bien documentada.
- Brimner, Larry Dane(Autor)
Fuentes:
Público. (2011, 2 de noviembre). El hacedor de lluvia que inundó San Diego. https://www.publico.es/ciencias/hacedor-lluvia-inundo-san-diego.html
Delgado, M. A. (2016, 17 de enero). Hatfield, un hacedor de lluvia demasiado efectivo. El Español. https://www.elespanol.com/reportajes/20160116/94990528_0.html
SWCA Environmental Consultants. (2025, 26 de noviembre). Cuando llueve, llueve a cántaros: cómo la estafa de un hombre preparó el terreno para la destrucción y restauración de un río. https://www.swca.com/es/news-insights/when-it-rains-it-pours-how-one-mans-con-set-the-stage-for-a-rivers-destruction-and/
El Café de la Historia. (s. f.). ¿Existe la lluvia de animales? Peces, ranas y tormentas explicadas. https://www.elcafedelahistoria.com/lluvia-de-animales-causas-ejemplos/
McGlashan, H. D., & Ebert, F. C. (1918). Southern California floods of January, 1916 (U.S. Geological Survey Water-Supply Paper No. 426). U.S. Geological Survey. https://pubs.usgs.gov/wsp/0426/report.pdf
Patterson, T. W. (1970). Hatfield the rainmaker. The Journal of San Diego History, 16(1). San Diego History Center. https://sandiegohistory.org/journal/1970/january/hatfield/
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