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La delirante expedición al centro de la Tierra que casi financió un presidente de los EE. UU.

Es tentador pensar que el primer tipo que quiso bajar al centro de la Tierra era un personaje salido de la fértil imaginación de Julio Verne, con su brújula, su piolet y una gabardina llena de mapas. Pero no. No hablamos de ficción, sino de una expedición promovida por un exmilitar con ínfulas pseudocientíficas y respaldada (casi) por un presidente estadounidense con alma de explorador y, por qué no decirlo, con una tendencia al entusiasmo poco filtrado.

Porque sí, en pleno siglo XIX hubo quien defendió con entusiasmo, diagramas y discursos inflamados que nuestro planeta es, literalmente, un huevo Kinder: hueco por dentro y lleno de sorpresas. Y no eran sorpresas agradables tipo chocolate, sino civilizaciones subterráneas, atmósferas concéntricas y agujeros polares que daban acceso directo al inframundo.

Y todo con un objetivo noble: comerciar con los simpáticos habitantes del núcleo terrestre.

Tierra Hueca: cuando el absurdo se viste de ciencia

Para entender esta historia hay que remontarse a los orígenes de la teoría de la Tierra Hueca. Edmund Halley —sí, el mismo del cometa— fue quien primero propuso que nuestro planeta podría estar formado por varias esferas huecas encajadas como una matrioska, cada una con su propia atmósfera y sus polos magnéticos. Una ocurrencia que pretendía explicar las lecturas anómalas de las brújulas. Que las brújulas se volvieran locas tenía más que ver con la falta de conocimiento sobre el campo magnético terrestre, pero Halley optó por teorizar en grande.

Halley incluso se atrevió a interpretar las auroras boreales como emanaciones de gases subterráneos. Así, sin anestesia. ¿Que hay luces de colores en el cielo? Pues claramente son flatulencias de la Tierra que se escapan por los polos.

¡Y tan pancho!

John Cleves Symmes Jr., el cruzado del vacío

Pero si Halley sembró la semilla, fue John Cleves Symmes Jr. quien la regó con esmero, la podó con fe ciega y la intentó vender en ferias científicas. Symmes, exmilitar, comerciante y visionario amateur, tenía una misión: demostrar que la Tierra era hueca, habitable y accesible por sendos agujeros situados en los polos. Agujeros, cabe decir, del tamaño de una ciudad y perfectamente transitables.

En 1818, Symmes lanzó al mundo su “circular número 1”, donde explicaba con total convicción que no solo la Tierra era hueca, sino que estaba formada por cinco esferas concéntricas y abiertas por los polos. Añadió una promesa que se puede calificar de entrañable o directamente suicida:

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«Prometo empeñar mi vida en ello, y si el mundo me apoya y ayuda, estoy preparado para explorar el vacío».

El mundo no lo apoyó mucho. Pero él no se desanimó. En lugar de eso, envió su teoría a toda institución que tuviera dirección postal: universidades, gobiernos, reinos, sociedades filosóficas… Nadie respondió, claro. .

Symzonia: literatura pro-vacío

A falta de apoyo institucional, Symmes decidió dar el salto a la literatura. En 1820 publicó (bajo pseudónimo) Symzonia: A Voyage of Discovery, una novela de ciencia ficción que más que una ficción era un panfleto pro-expedición. En ella, un intrépido capitán encuentra una civilización utópica en el interior de la Tierra. Gente educada, tecnológicamente avanzada y, por supuesto, blanca y de gustos refinados. Todo muy del XIX.

La novela no fue un superventas, pero tuvo sus lectores. Algunos de ellos con poder de decisión. Y aquí entra el segundo protagonista de esta tragicomedia geopolítica: John Quincy Adams, sexto presidente de los Estados Unidos.

John Quincy Adams y su ansia de explorar

Adams, hombre culto y políglota se sintió fascinado por la posibilidad de enviar una expedición a los polos. No está del todo claro si le emocionaba la idea de encontrar gente viviendo bajo el casquete polar o simplemente le gustaba la ciencia de frontera. Pero lo cierto es que aprobó preliminarmente el plan de Symmes. Es decir, el presidente de los Estados Unidos, en 1828, estaba dispuesto a meter dinero público en buscar agujeros en el Polo Norte para comerciar con los lémures literarios que vivieran dentro de la Tierra.

Pero el destino es traicionero y los sueños, frágiles. En 1829, Symmes murió, presumiblemente sin haber pisado nunca el Círculo Polar. Para colmo, ese mismo año, Adams perdió la reelección frente a Andrew Jackson, que era más de pistolas que de geología especulativa. Jackson, con la eficacia de un burócrata sin fantasía, desestimó el proyecto sin pestañear.

Smithsonian: el legado sí-pero-no de Adams

Aunque la expedición al interior de la Tierra quedó en el cajón de las ideas geniales que nadie pidió, Adams canalizó su amor por la ciencia en algo un pelín más sensato: la creación del Instituto Smithsonian. Fue gracias al legado de James Smithson, un científico británico que nunca pisó América pero que decidió dejar su fortuna al país para “aumentar y difundir el conocimiento entre los hombres”.

Smithson murió, su sobrino heredero también (sin descendencia), y así los EE. UU. recibieron un regalito de unos 500.000 dólares de la época. Adams, ya fuera del Despacho Oval pero metido hasta las cejas en el Congreso, luchó por darle un buen uso. Y lo consiguió. En 1846 se fundó el Smithsonian, una red de museos que hoy alberga más de 138 millones de objetos, fósiles y artefactos.

Tierra Hueca y nazis: la guinda del disparate

Y por si la historia no fuese lo suficientemente rocambolesca, siglos después alguien decidió desempolvar la teoría de la Tierra Hueca: la esotérica Ahnenerbe, la sociedad pseudocientífica de las SS nazis. Sí, esos mismos que coleccionaban desde el Santo Grial hasta el martillo de Thor para justificar su fantasiosa supremacía aria, también consideraron que en el interior de la Tierra habitaban sus ancestros más puros. Incluso se rumorea que manejaban mapas con entradas secretas en la Antártida.

Porque, claro, si uno va a hacer el ridículo, mejor hacerlo con estilo: nieve, uniformes y una buena dosis de simbolismo pagano. Y así, la Tierra hueca pasó de ser un sueño literario a un disparate histórico con ecos en los rincones más insólitos del poder.


Fuentes:

1. Smithsonian Magazine – «John Quincy Adams Was an Ardent Supporter of Exploration»

2. BRANCH – «10 April 1818: John Cleves Symmes’s ‘No. 1 Circular’»

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