El 13 de octubre de 1977, un Boeing 737-230C de Lufthansa, con el nombre tan corriente como solemne de Landshut y matrícula D-ABCE, despegó de Palma de Mallorca rumbo a Fráncfort. A bordo viajaban 86 pasajeros, cinco tripulantes y, sin saberlo, una historia que iba a convertirse en uno de los episodios más tensos del otoño alemán. Lo que debía ser un vuelo de rutina acabó siendo una odisea de cinco días marcada por el fanatismo, los errores diplomáticos y una danza internacional de permisos negados, pistas cerradas y combustible derramado. Cuando el avión sobrevolaba Marsella, cuatro militantes se levantaron de sus asientos y, a punta de pistola, convirtieron el viaje en una peregrinación forzosa por medio mundo, de Europa al Golfo Pérsico, a golpe de amenazas y comunicados.
Los secuestradores se autodenominaron Comando Mártir Halima y actuaban en colaboración con la RAF (la Fracción del Ejército Rojo) alemana. Su propósito no era simbólico ni ideológico: querían la liberación de varios presos de la RAF y de militantes palestinos encarcelados, además de una generosa suma de dinero. En realidad, el secuestro fue el engranaje que unió dos capítulos cruciales de aquel turbulento 1977: el secuestro del empresario Hanns Martin Schleyer y la respuesta implacable del gobierno de Helmut Schmidt, decidido a no ceder ante el chantaje terrorista. Lo que empezó en el cielo mediterráneo se transformó, en apenas unas horas, en una partida de ajedrez político con vidas humanas en juego.
Vuelos truncados y aeropuertos que cerraron sus puertas
En lugar de un único destino, el Landshut fue acumulando paradas tan tensas como absurdas: Roma —donde se repuso combustible y alguien llegó a sugerir, con más desesperación que ingenio, pinchar los neumáticos—; Lárnaca, en Chipre; Baréin; Dubái; y, finalmente, Adén, antes de aterrizar en Mogadiscio, donde todo llegaría a su desenlace.
Cada escala repitió la misma función: gobiernos que negaban aterrizajes apelando a la seguridad nacional o al cálculo político, mediadores improvisados que aparecían con promesas vagas —diplomáticos, representantes de la OLP, funcionarios locales— y pilotos sometidos a la doble tortura de la fatiga y la presión moral. En Roma, el avión fue cargado con tanto combustible que multiplicó la duración del drama; en Dubái, quedó casi dos días varado por fallos mecánicos, lo que estiró las negociaciones hasta el límite de lo soportable.
La actuación de los países involucrados acabó pareciendo una coreografía del desconcierto: se cerraban pistas por la mañana, se abrían al atardecer, se concedían permisos para luego revocarlos de madrugada. Desde las alturas del poder, los gobiernos miraban de reojo el tablero: entre el miedo a perder vidas y el temor a parecer débiles, cada decisión era un mal menor. Helmut Schmidt, canciller de la República Federal, mantuvo su negativa tajante a negociar, mientras sus emisarios y ministros recorrían aeropuertos y desiertos en busca de una salida que solo llegaría, inevitablemente, por la vía del asalto militar.
El capitán que no regresó: la muerte de Jürgen Schumann
El capitán Jürgen Schumann, antiguo piloto de la Luftwaffe y hombre de temple sereno, acabó convirtiéndose en el símbolo más amargo de aquella tragedia. En Adén, tras un aterrizaje forzoso en una pista de arena —sin combustible suficiente y con el aeropuerto oficial cerrado a cal y canto—, se le permitió descender para inspeccionar los posibles daños del aparato. Lo que ocurrió después sigue envuelto en versiones contradictorias: algunos aseguran que aprovechó para pedir ayuda a las autoridades locales; otros sostienen que trató de garantizar la seguridad de sus pasajeros y tripulación.
Sea cual fuera la verdad, su retorno al avión selló su destino. Los secuestradores lo sometieron a un juicio improvisado, lo acusaron de traición y lo ejecutaron con un disparo en la cabeza. Su cuerpo fue arrojado al exterior del fuselaje y recogido por las autoridades yemeníes. A partir de ese momento, el Landshut ya no fue solo un avión secuestrado, sino un ataúd volador que cargaba con la muerte de su propio capitán y con el peso insoportable de un crimen que conmocionó a toda Alemania.
Operación Feuerzauber: la GSG 9 y la reverberación de Entebbe
La respuesta militar llegó de la mano de la GSG 9, la unidad antiterrorista alemana nacida tras la masacre de Múnich en 1972 y entrenada siguiendo los métodos del SAS británico y de la unidad israelí Sayeret Mat’kal. Al frente estaba el coronel Ulrich Wegener, cerebro del operativo, junto al mayor Klaus Blatte. Ambos diseñaron una acción quirúrgica bautizada con un nombre tan poético como inquietante: Feuerzauber, “Hechizo de fuego”.
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Los comandos volaron en secreto a Mogadiscio y, tras horas de reconocimiento, esperas y silencios tensos, se aproximaron al avión en plena noche. Armados hasta los dientes y camuflados con escaleras negras, irrumpieron por las puertas traseras y las salidas de emergencia del fuselaje. Al amanecer del 18 de octubre, los cinco días de secuestro se resolvieron en cuestión de minutos: dos terroristas muertos, uno herido de gravedad que fallecería después y la única mujer del comando, también herida. Todos los rehenes sobrevivieron. La operación, precisa y fulminante, recordó inevitablemente a Entebbe: una mezcla de audacia, entrenamiento y riesgo calculado.

El asalto puso fin al drama del Landshut, pero no al del otoño alemán. Los rehenes fueron trasladados a Colonia-Bonn entre vítores y lágrimas, mientras el país trataba de asimilar el precio del éxito. Aquella misma madrugada, en la prisión de Stammheim, los principales líderes de la RAF aparecieron muertos en sus celdas —oficialmente suicidios, aunque muchos sospecharon otra cosa—, y poco después, el industrial Hanns Martin Schleyer fue hallado asesinado por sus captores. Alemania respiró aliviada por el rescate, pero también quedó marcada por una sensación amarga: la victoria táctica se había pagado con una profunda herida moral que tardaría años en cicatrizar.
Actores secundarios con papeles principales: nombres que conviene recordar
Los protagonistas de aquella historia no fueron solo los secuestradores y los rehenes. Detrás del escenario hubo ministros que negociaron contra reloj, diplomáticos que viajaron por medio mundo y unidades especiales que movieron cielo y tierra para lograr el desenlace. El ministro de Estado Hans-Jürgen Wischnewski, mano derecha del canciller Helmut Schmidt, actuó como enlace directo en las negociaciones internacionales, mientras que Ulrich Wegener, comandante de la GSG 9, fue el arquitecto técnico del asalto final.

En el bando contrario, el líder del comando, Zohair Yousif Akache —que se hacía llamar Mahmud—, cayó gravemente herido durante el asalto y murió poco después. Sus compañeros corrieron la misma suerte, poniendo fin, de manera sangrienta, a la deriva violenta de aquellos días. La tripulación que sobrevivió regresó a Alemania entre aplausos y homenajes, aunque con las heridas invisibles que dejan cinco días de terror. El copiloto Jürgen Vietor, que pilotó el avión desde Adén hasta Mogadiscio, recibió condecoraciones y volvió a volar, pero nunca pudo desprenderse de la imagen del capitán Schumann muerto en la cabina. Una sombra silenciosa que le acompañó, como una cicatriz en el horizonte, durante el resto de su carrera.
El Landshut después del secuestro: el avión que fue y vino
El Boeing 737 también sobrevivió a su propio infierno. Tras ser reparado, volvió a surcar los cielos con Lufthansa hasta mediados de los años ochenta, cuando comenzó un periplo de compraventas que lo llevó a convertirse en avión de carga y, finalmente, a quedar abandonado en un aeropuerto de Fortaleza, Brasil, con el registro PT-MTB. Años después, un grupo de antiguos pilotos y museos alemanes impulsaron su repatriación simbólica: en 2017, las piezas del fuselaje, las alas y los motores fueron desmontadas y transportadas en colosales aeronaves —un Antonov AN-124 y un Ilyushin IL-76— rumbo a Friedrichshafen. La operación, costeada en buena parte por el Estado, ascendió a varios millones de euros y pretendía transformar el viejo aparato en una pieza de memoria histórica.
La idea era clara: restaurarlo y exhibirlo como testimonio de una época marcada por el terrorismo, el miedo y la defensa del Estado de derecho. Pero entre los debates políticos, las dudas sobre su emplazamiento y los costes de conservación, el proyecto quedó atrapado en tierra. Hoy el Landshut ya no es un avión, sino un símbolo: un amasijo de metal que recuerda hasta qué punto la historia reciente de Alemania se escribió también a bordo de un fuselaje lleno de agujeros y fantasmas.
Lecturas contrapuestas: memoria, pedagogía y espectáculo
La historia del Landshut sigue abriendo un dilema incómodo: ¿cómo hablar del terrorismo sin convertirlo en un espectáculo? ¿Se puede restaurar y exhibir un avión que fue escenario de miedo, sangre y supervivencia sin que parezca una atracción morbosa? Los impulsores del proyecto defendieron su valor educativo: querían transformar el trauma en memoria, y la memoria en lección cívica. Los detractores, en cambio, alertaron sobre el riesgo de maquillar la tragedia, de convertir un símbolo del dolor en una pieza de museo tan pulida que acabe perdiendo su carga moral.

El debate, más que técnico, es ético. ¿Debe la memoria ser una vitrina o una advertencia? ¿Un objeto de contemplación o de conciencia? El Landshut, en su mutismo metálico, parece interrogar a todos por igual: a quienes lo quieren recordar, a quienes prefieren olvidarlo y a quienes aún no saben cómo mirar el pasado sin que se les empañen las gafas del presente.
Anécdotas y detalles humanos que colorean la narración
Entre las anécdotas que quedaron flotando tras la tormenta hay momentos que ningún manual recoge, pero que dan cuerpo al drama. Como aquella petición insólita de un pastel de cumpleaños con 28 velas para una azafata; o el gesto casi surrealista de las autoridades locales enviando periódicos y medicinas al avión sitiado. Y, por supuesto, la imagen que quedó grabada en la retina colectiva: un miembro del comando de rescate, con la cara ennegrecida por el hollín, irrumpiendo en el fuselaje y gritando en alemán: “Wir sind hier, um euch zu retten, runter!” (“¡Estamos aquí para rescataros, al suelo!”).
Otro detalle, breve pero demoledor, fue el de una de las secuestradoras heridas, que al ser evacuada murmuró entre sangre y rabia sus consignas finales, como si se negara a rendirse incluso en la derrota. Son fragmentos menores, sí, pero esenciales: pequeños latidos humanos que devuelven dimensión a la tragedia. Porque detrás del secuestro, del operativo y de los titulares, hubo también una azafata con miedo, un pasajero con fe, un soldado contando los segundos y un país entero conteniendo la respiración.
Qué dejó el episodio en el tablero político y en la cultura cívica
El secuestro del Landshut y su final marcaron un antes y un después en la manera de entender el terrorismo moderno. De aquella experiencia salieron varias normas tácitas que aún perduran: Alemania consolidó su política de no negociar con terroristas, las unidades de élite como la GSG 9 ganaron legitimidad y presupuesto, y el debate sobre los límites del Estado en situaciones extremas —negociar, asaltar o conceder— se volvió más áspero y menos teórico.
Desde entonces, museos, libros y documentales han intentado contar la historia desde todos los ángulos posibles: unos con el rigor del historiador, otros con la adrenalina del periodista. Pero la trama del Landshut no terminó en Mogadiscio. Sigue latente en cada discusión sobre seguridad, derechos y memoria colectiva; un recordatorio de que, a veces, la historia más incómoda no se archiva, simplemente cambia de escenario.
Lecciones en minúscula: lo que queda para el lector
Más allá del heroísmo y de las polémicas académicas, el caso del Landshut deja una lección que sigue vigente: las crisis colectivas no se resuelven solo con precisión militar ni con discursos bienintencionados, sino en ese punto incómodo donde se cruzan la eficacia y la ética. Conviene recordarlo: las decisiones de los gobiernos son tanto maniobras tácticas como apuestas morales; las unidades de élite pueden rescatar cuerpos, pero no siempre almas; y los objetos que quedan —un fuselaje oxidado, una condecoración, una placa en una calle— sirven para señalar la memoria, no para reemplazarla.
Contar la historia del Landshut es, en el fondo, un ejercicio de equilibrio: mantener la emoción sin caer en el melodrama, la reflexión sin perder el pulso humano. Porque, al final, toda nación se mide no solo por cómo enfrenta la violencia, sino por cómo recuerda aquello que quiso olvidar.
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Fuimos tan terriblemente consecuentes: Una conversación acerca de la historia de la RAF:
Libro en español que recoge la voz de Stefan Wisniewski, militante de la segunda generación de la RAF. Conversación íntima y directa sobre los motivos, la dinámica interna y el otoño alemán de 1977, con reflexiones sobre culpa, militancia y derrota. Texto breve pero contundente que aporta testimonio y contexto para entender la lógica interna de la organización.
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Storming Flight 181: GSG 9 and the Mogadishu Hijack (Osprey Raid Series):
Monografía en inglés tipo “raid” que detalla la operación de la GSG 9 en Mogadiscio: cronología del asalto, composición de los equipos, planos y análisis táctico. Contiene ilustraciones y un relato comprimido ideal para quien busque la dimensión operativa y técnica del rescate del Landshut.
- McNab, Chris(Autor)
Vídeo
Fuentes consultadas:
- El País. (1977, 14 de octubre). Secuestrado en vuelo un Boeing alemán que hacía … https://elpais.com/diario/1977/10/14/internacional/245631613_850215.html
- Ministerio Federal de Relaciones Exteriores (Alemania). (2017, 23 de septiembre). “Landshut” retorna a Alemania. https://alemaniaparati.diplo.de/mxdz-es/landshut-1078840
- Europa Press. (2017, 23 de septiembre). Vuelven a Alemania los restos del avión secuestrado por la RAF en 1977. https://www.europapress.es/internacional/noticia-vuelven-alemania-restos-avion-secuestrado-raf-1977-20170923140334.html
- Soldat & Technik. (2020, 18 de octubre). 43 años Operation Feuerzauber: la liberación del Landshut. https://soldat-und-technik.de/2020/10/streitkraefte/24320/43-jahre-operation-feuerzauber/
- Bundeszentrale für politische Bildung (bpb). (2007, 20 de agosto). Die Geschichte der RAF. https://www.bpb.de/themen/linksextremismus/geschichte-der-raf/
- Haus der Geschichte / LeMO. (s. f.). Linksterrorismus: Rote-Armee-Fraktion. https://www.hdg.de/lemo/kapitel/geteiltes-deutschland-krisenmanagement/linksterrorismus-rote-armee-fraktion.html
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