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La película más larga de la historia: The Cure for Insomnia y otras rarezas temporales

Un experimento contra el reloj (y la paciencia humana)

Pocas piezas alcanzan el nivel de The Cure for Insomnia (La Cura contra el Insomnio), dirigida en 1986 por John Henry Timmis IV.

Y pronto verán porqué.

Su propósito oficial era reeducar la mente de los insomnes mediante una experiencia audiovisual tan prolongada que, en teoría, el cerebro acabaría rindiéndose al sueño. En la práctica, el resultado fue una proyección maratoniana de 87 horas —sí, tres días y medio—, estrenada una única vez del 31 de enero al 3 de febrero de 1987 en el Art Institute of Chicago. La película ostentó durante años el título de la más larga jamás realizada, hasta que Modern Times Forever, una obra danesa de 2011, decidió superarla con sus apocalípticas 240 horas de duración.

El poeta que nunca callaba

El centro de esta epopeya era L. D. Groban, un poeta que se enfrentó a la tarea de leer en voz alta un poema propio de 4.080 páginas, una especie de Iliada psicodélica que habría hecho llorar de agotamiento al mismísimo Homero. Durante esta lectura interminable, el director intercaló fragmentos de conciertos de heavy metal y escenas pornográficas, en una mezcla que parecía diseñada para evitar cualquier atisbo de sueño. El experimento pretendía alterar la mente por saturación sensorial: un asalto continuo de palabras, guitarras distorsionadas y cuerpos sudorosos. Más que una cura contra el insomnio, parecía una terapia para inducir al delirio.

La película que nadie volvió a ver

A diferencia de otros experimentos cinematográficos de la época, The Cure for Insomnia no tuvo un segundo pase. De hecho, no se conserva copia conocida. Lo que se proyectó en aquella sala de Chicago desapareció en algún punto entre la indiferencia general y el polvo de los archivos perdidos. Algunos aseguran que existen fragmentos grabados en VHS, otros juran haber visto segundos aislados en exposiciones universitarias. Pero la realidad es que, hoy por hoy, la película es casi un mito. Su existencia está documentada, sí, pero verla entera es tan posible como asistir al estreno del Quijote en 1605.

De terapia experimental a leyenda urbana

Con el paso del tiempo, comenzaron a circular rumores que daban a la obra un toque casi esotérico. Según esas historias —que se repiten en foros, artículos y tertulias de madrugada—, el film fue utilizado como herramienta terapéutica en clínicas del sueño, con pacientes sometidos a sus interminables horas de recitado. Se decía que algunos espectadores, tras completar la proyección, experimentaban regresiones mentales y se comportaban como niños de diez años. La hipótesis: la película reprogramaba el cerebro. La realidad: no hay prueba alguna, ni registro médico, ni estudio serio que respalde semejante ocurrencia. Todo apunta a una exageración poética, quizá nacida de la propia naturaleza delirante del proyecto.

Un antecedente de las maratones modernas

Si se mira con cierta indulgencia, The Cure for Insomnia fue pionera en algo: anticipó el fenómeno contemporáneo de las maratones de series. En una época en la que aún no existían Netflix ni el botón de “Siguiente episodio”, John Henry Timmis IV ya había previsto el poder hipnótico de la repetición infinita. La diferencia es que el público actual se somete voluntariamente a 87 horas de ficción porque al menos ocurren cosas; en la película de Timmis, lo único que sucedía era que un poeta seguía hablando, el público seguía mirando y el tiempo se volvía una materia pegajosa e inmutable.

La obra que venció a sus espectadores

Quienes asistieron a la proyección describen un ambiente entre el desconcierto y la resistencia. Algunos durmieron, otros abandonaron, unos pocos se quedaron por curiosidad antropológica. Ver The Cure for Insomnio no era una experiencia cinematográfica, sino una prueba de voluntad. La línea entre arte y tortura se difuminaba a cada minuto. En cierto modo, el film no buscaba ser entendido, sino soportado. Era la materialización de una pregunta absurda pero irresistible: ¿cuánto tiempo puede una persona aguantar despierta viendo a otra recitar?

Entre la provocación y el bostezo

En el panorama artístico de los años ochenta, marcado por el experimentalismo y el exceso, la película encajaba perfectamente. Era una época en la que se podía considerar arte llenar una galería con ladrillos o grabar ocho horas de un hombre durmiendo. En ese contexto, The Cure for Insomnia tenía una lógica impecable: un poema de miles de páginas, heavy metal intercalado y porno ocasional, todo envuelto en una duración que desafiaba la cordura. Su valor no residía en el contenido, sino en el gesto. Timmis no buscaba narrar una historia, sino crear una experiencia límite, un monumento al tedio y a la perseverancia.

Cuando el tiempo se convierte en materia

El verdadero interés de la película está en su relación con el tiempo. El cine, por naturaleza, condensa la vida; The Cure for Insomnia hizo lo contrario: la dilató hasta el absurdo. La duración, más que un dato técnico, era el mensaje. En ese sentido, la obra se acerca al Modern Times Forever de 2011, que muestra durante diez días la lenta descomposición de un edificio en Helsinki. Ambas obras transforman el tiempo en protagonista y convierten al espectador en víctima. La diferencia es que, mientras los daneses retrataron la erosión del mundo material, Timmis exploró la erosión de la paciencia humana.

Una obra desaparecida, pero no olvidada

Hoy, The Cure for Insomnia pertenece al panteón de los mitos audiovisuales: una película que casi nadie ha visto pero que todos citan. Se ha convertido en símbolo de los límites del arte, en broma recurrente entre cinéfilos y en advertencia para quienes creen que el cine puede curar algo más que el aburrimiento. Paradójicamente, su desaparición contribuyó a su inmortalidad. Nada genera más fascinación que una obra perdida, especialmente si se dice que podía alterar la mente. En un mundo saturado de imágenes, la idea de una película invisible, interminable y potencialmente hipnótica resulta irresistible.


Fuentes:

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