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Old Abe, el águila de guerra que hizo historia en la Guerra de Secesión

Resulta llamativo cómo un país joven, empeñado en forjar una identidad robusta a base de símbolos, escogió como emblema nacional a un ave que, paradójicamente, estuvo a punto de desaparecer por culpa de la propia mano humana. El águila calva, ave icónica por su cabeza nevada y su mirada de emperatriz despeinada, jamás ha sido calva, pero sí fue víctima de pesticidas, cazadores y toda clase de delirios humanos. Aun así, y como si se tratara de un pacto secreto entre naturaleza y mito fundacional, regresó con una fuerza que roza lo literario. Entre todas esas águilas que sobrevuelan mosaicos patrióticos, una destaca de forma casi teatral: Old Abe, la mascota más célebre del Ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión, y desde 1921 el rostro altivo de la 101ª División Aerotransportada de los Estados Unidos.

Su historia no empieza en un cuartel ni en un Congreso, sino en un risco donde un niño ojibwa decidió que enfrentarse a la madre de dos polluelos era un buen plan para una mañana cualquiera de 1861. Aquel pequeño gesto, que quizá nació del capricho infantil más absoluto, acabaría tejiendo uno de los relatos más pintorescos del folklore militar estadounidense.

Un polluelo robado, un trato de maíz y un destino improbable

El protagonista humano del inicio de la historia se convertiría años más tarde en el jefe Big Sky, pero entonces era solo un muchacho obstinado. Tras una operación de asalto vertical a un nido de águila calva, escapó con dos crías, una de las cuales murió en el descenso. El superviviente, flaco, testarudo y lleno de plumas que parecían desafiar la gravedad, fue alimentado durante semanas por el joven ojibwa, que pronto lo convirtió en compañero de viajes y testigo de conversaciones paternas.

Padre e hijo pertenecían a una cultura capaz de convivir con las águilas sin domesticarlas jamás, pero el destino literario de este ejemplar no residía en una aldea del norte sino en Eau Claire, Wisconsin, donde un comerciante llamado Daniel McCann vio al ave y se enamoró de ella con la rapidez de quien reconoce una oportunidad pintoresca. Ofreció al muchacho un saco de maíz a cambio de la criatura. Un saco de maíz era poco para un símbolo y mucho para un adolescente que necesitaba comer. El trato se cerró sin ceremonias.

En Eau Claire, el inocente aguilucho pasó de tesoro exótico a problema logístico. McCann lo alojó en un tonel transformado en jaula improvisada, detalle que hoy pondría nerviosos a cualquier veterinario, pero que en 1861 era una solución razonable para un animal que devoraba comida como si aspirara al rango de artista principal en un espectáculo circense.

Pronto el comerciante comprendió que el ave ocupaba espacio, dinero y preocupaciones. Y como cualquier habitante práctico de la frontera, decidió venderla. Tras varios intentos fallidos, logró convencer al capitán John Perkins, que comandaba una compañía de la milicia local. El precio: 2,50 dólares. Una ganga incluso para la época, teniendo en cuenta que el producto en cuestión tenía plumas, carácter y una presencia tan teatral que acabaría eclipsando a medio regimiento.

La conversión del ave en mascota de guerra

Perkins no compró un animal: compró un mito en construcción. La compañía que mandaba sería integrada poco después en el 8.º Regimiento de Infantería de Voluntarios de Wisconsin, y la adaptación del ave fue inmediata. Como si entendiera su nuevo papel, el animal aceptó la vida castrense con dignidad, altivez y alguna que otra rabieta. El regimiento decidió bautizarla Old Abe, en honor al presidente Abraham Lincoln, cuyo apodo de juventud era también Abe. No hubo ceremonia solemne ni discursos, pero sí la certeza de que aquel pájaro acabaría dando más juego que muchas banderas.

Old Abe acompañaba al regimiento asentada sobre una percha diseñada a medio camino entre la cetrería y la improvisación militar. Cuando el 8.º de Wisconsin entró en combate, el ave se convirtió en un estandarte viviente. Era una presencia que, vista desde la distancia, podía parecer un experimento estrafalario, pero que desde dentro del regimiento actuaba como una especie de talismán que mezclaba orgullo, superstición y un punto de locura colectiva.

El campo de batalla como escenario

La Guerra de Secesión no fue precisamente un teatro amable. Old Abe presenció las batallas de Vicksburg, Corinto y otros enfrentamientos brutales donde la vida se diluía en humo de pólvora. Para un ave que jamás había solicitado semejante agenda, resultaba sorprendente que no solo sobreviviera, sino que participara con una especie de arrojo involuntario. Los soldados afirmaban que, en plena refriega, Old Abe volaba sobre el campo emitiendo chillidos que parecían alentar a la tropa. Probablemente eran gritos de desconcierto, pero eso nunca restó valor simbólico.

Los confederados conocían bien a la mascota enemiga. Algunos intentaron derribarla a disparos; otros aspiraban a capturarla como trofeo. Se sabe que, en un episodio particularmente surrealista, solo consiguieron arrancarle algunas plumas. La frase que corrió por los corrillos militares la pronunció el general confederado Sterling Price:

«Hay que capturar o matar a ese pájaro. Prefiero a esa águila que a una brigada entera o a una docena de banderas de batalla.»

En un conflicto que oscilaba entre tragedia y absurdo, no parecía extraño que un ave se convirtiera en objetivo estratégico.

Del frente al estrellato civil

Finalizada la guerra, Old Abe regresó a Wisconsin convertido en una celebridad. Participó en desfiles, ferias y ceremonias donde la población se maravillaba ante la supervivencia y la nobleza del animal. Con el tiempo, la United Sanitary Commission, una organización dedicada a apoyar a los veteranos y a las familias de los caídos, la reclutó para una gira benéfica. Old Abe, sin saberlo, pasó de soldado involuntario a herramienta propagandística y de recaudación de fondos.

Durante aquella gira, recorrió ciudades y estados, despertando curiosidad y entusiasmo. A menudo los periódicos locales dedicaban columnas enteras al ave, cuyo porte regio resultaba ideal para titulares épicos. No faltaron imitaciones ni merchandising, por rudimentario que fuera. Si hubiera existido Instagram, Old Abe habría acumulado seguidores por millones.

Concluida la gira, la antigua mascota de guerra fue instalada en el Wisconsin State Capitol en Madison. Allí vivió en un alojamiento especialmente preparado, objeto de visitas escolares y peregrinajes patrióticos.

El incendio que apagó una vida y la nostalgia que encendió una leyenda

La tragedia, como buena invitada inesperada, llegó en forma de incendio. En 1881, un fuego declarado en un almacén cercano cubrió el aire de humo. Aunque el recinto donde vivía Old Abe no fue devorado por las llamas, el ave inhaló suficiente humo como para debilitarse de forma irreversible. Murió pocas semanas después en brazos de su cuidador. La imagen, casi melodramática, se convirtió en material perfecto para el imaginario colectivo estadounidense.

Old Abe águila de guerra

Su cuerpo, disecado con el celo de quien preserva una reliquia, fue exhibido en el Grand Army of the Republic Memorial Hall. Allí permaneció hasta 1904, cuando un nuevo incendio devoró casi por completo la sala y con ella el cuerpo del ave. Solo unas cuantas plumas lograron salvarse y hoy reposan, cuidadosamente protegidas, en el Museo de Veteranos de Madison. Restos mínimos de un animal gigante en la memoria.

La herencia visual: del campo de batalla al parche de una división legendaria

Si en vida Old Abe ya había sido un símbolo improvisado, su muerte abrió la puerta a una nueva identidad. En 1921, la recién creada 101ª División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos adoptó su imagen como emblema oficial: la cabeza de un águila calva con gesto feroz. No era un retrato realista de Old Abe, pero la conexión emocional era evidente.

La 101ª División, célebre por su participación en el Día D, Bastogne y otras operaciones históricas, convirtió a aquella ave que nunca pidió ser mascota en un icono de combate moderno. El parche con la cabeza del águila, sobre fondo negro, pasó a representar ingenio militar, valentía y una cierta mezcla de épica y tragedia que acompaña siempre a los símbolos castrenses.

Paradójicamente, aquella águila que décadas antes había sido intercambiada por un saco de maíz terminó convertida en insignia de una de las unidades más respetadas del ejército estadounidense.

El impacto ambiental y la silenciosa victoria de la especie

Mientras la figura de Old Abe ascendía al panteón simbólico, la especie a la que pertenecía descendía peligrosamente hacia la extinción. A mediados del siglo XX, las águilas calvas sufrieron los efectos letales del DDT, un pesticida celebrado como maravilla agrícola que acabó convirtiéndose en verdugo ecológico. Los compuestos químicos se acumulaban en la cadena alimentaria, debilitando los cascarones de los huevos, que se rompían antes de que los polluelos pudieran ver la luz.

Old Abe águila de guerra

En 1972, Estados Unidos prohibió el uso del DDT y puso en marcha ambiciosos programas de conservación y reintroducción. El resurgir de la población de águilas calvas fue lento pero constante. Hoy sobrevuelan ríos y bosques con la naturalidad de quien regresa a casa tras una larga ausencia.

No deja de ser irónico que un país necesitado de símbolos patrióticos viera cómo su ave nacional se debilitaba por culpa de la modernidad mal entendida, y cómo, décadas después, lograba salvarla como prueba de responsabilidad ecológica.

Un relato que sigue respirando

La historia de Old Abe no requiere adornos para resultar extraordinaria. Un niño ojibwa que roba un polluelo. Un comerciante que lo intercambia por maíz. Un capitán que lo compra por dos dólares y medio. Un regimiento que lo eleva a tótem. Un general enemigo que confiesa que preferiría capturar al pájaro antes que a toda una brigada. Un país que lo exhibe, lo venera, lo diseca, lo pierde en un incendio y lo resucita como emblema militar.

Un itinerario que podría confundirse con un cuento moral, pero que pertenece al ámbito de los hechos, de los archivos, de las crónicas que asombran incluso a quienes prefieren desconfiar de las anécdotas demasiado perfectas.

Old Abe, sin proponérselo, encarna la relación compleja que el ser humano mantiene con la naturaleza: fascinación, explotación, miedo, admiración y, en ocasiones contadas, redención.

Así, mientras las águilas calvas continúan surcando los cielos de Norteamérica, su figura más célebre permanece fija en el imaginario colectivo, recordando que hasta los símbolos más poderosos pueden nacer de la casualidad más improbable.

Vídeo: “Old Abe. A Civil War Eagle”

Fuentes consultadas

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