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Jaguares a bordo: en su cabeza era espectacular

En diciembre de 1522, Hernán Cortés decidió enviar un valioso cargamento a España que incluía algo más que oro, joyas y objetos lujosos. Junto al botín conocido como el «tesoro de Moctezuma», también embarcó tres jaguares vivos. ¿La intención? Impresionar a la corte española con los fieros depredadores del Nuevo Mundo. Sin embargo, lo que ocurrió en esta historia nos enseña una valiosa lección: mezclar felinos salvajes y embarcaciones del siglo XVI no fue precisamente una buena idea.

La travesía comenzó desde Veracruz con destino a Sevilla. Dos naves cargadas hasta los topes partieron hacia Europa, y en una de ellas, además del tesoro, viajaban dos de los tres jaguares en jaulas de «buenos palos compaginados«. Una tercera jaula, con el último jaguar, iba a bordo de la segunda nave.

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Una noche, en medio de los vaivenes del Atlántico, una de las jaulas decidió dimitir de su función. Lo que siguió fue una escena de acción extraída de una hipotética versión de Master and Commander pero dirigida por Tarantino: el jaguar escapó y comenzó a sembrar el pánico entre la tripulación.

Pedro Mártir de Anglería, cronista de la corte castellana, nos ofrece un relato aterrador, aunque un tanto sucinto, del incidente. El jaguar, al que los españoles llamaban «tigre», se lanzó «saltando por la nave» y atacó a quien encontró en su camino.

Pedro Mártir de Anglería
Pedro Mártir de Anglería

El balance del ataque fue brutal: dos muertos y siete heridos. Entre las víctimas hubo de todo: marineros mutilados, malheridos colgados de los mástiles y un río de sangre por todas las cubiertas del barco. Según Bernal Díaz del Castillo, cronista y soldado bajo las órdenes de Cortés, «a uno le quitó el brazo; a otro la pantorrilla; a otros los hombros«. Para añadir más terror a la escena, el jaguar también demostró su capacidad acrobática saltando hacia los mástiles, donde atrapó a un desafortunado marinero que intentaba huir. Aunque el hombre sobrevivió, fue rescatado ya «medio muerto«.

El caos no solo era físico, sino también psicológico. La oscuridad de la noche, combinada con los rugidos del jaguar y los gritos de los heridos, creó una atmósfera de terror absoluto. Muchos marineros, sin experiencia alguna en tratar con animales salvajes, se limitaron a correr y esconderse, atropellándose en la oscuridad aumentando el desorden. La capacidad del jaguar para moverse rápidamente entre los vericuetos del barco y trepar por estructuras complicó aún más cualquier intento de hacerle frente. Algunos tripulantes intentaron usar antorchas para intimidarlo, pero esto sólo logró enfurecer aún más al animal, que respondía con saltos impredecibles y ataques violentos.

Bernal Díaz del Castillo
Bernal Díaz del Castillo

La angustiosa situación provocó el caos y la improvisación desesperada de los marineros para salvar el pellejo: desde el uso de barriles como barreras hasta intentos fallidos de atrapar al jaguar con redes de pesca. El trance llegó a tal punto que algunos marineros consideraron abandonar el barco en botes salvavidas, exponiéndose a un destino más que incierto en el vasto Atlántico.

Tras el sobresalto inicial, la tripulación, armada con picas, espadas y todo lo que tuviera filo, logró acorralar al jaguar en una combinación de desesperación y determinación. Después de herirlo repetidamente, el animal, probablemente más harto que atemorizado, optó por lanzarse al mar. Pero la función no había terminado: los aterrorizados marineros decidieron matar al otro jaguar que seguía enjaulado, «porque era muy bravo y no se podían valer con él», según cuenta Bernal Díaz.

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Los marineros que sobrevivieron al ataque quedarían marcados no sólo por las cicatrices físicas, sino también por el trauma de haberse enfrentado al depredador más temible de América en un entorno tan claustrofóbico como una nave en alta mar.

En la segunda nave, la historia fue menos dramática pero igual de trágica para el tercer jaguar, que, según las crónicas, corrió la misma suerte preventiva.

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Como si no fuera suficiente haber sobrevivido a un jaguar suelto, la travesía se complicó aún más cuando, cerca de las islas Azores, las naves fueron interceptadas por el corsario francés Jean Fleury. El tesoro fue capturado y enviado a Francia, convirtiéndose en una pérdida histórica incalculable.

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Nos queda un último fleco por desenredar: el destino del segundo jaguar. Según el cronista que prefieran —aquí la Historia viene con opción de menú—, o bien escapó junto al primero sembrando el caos a dúo, o bien fue apiolado sin contemplaciones antes de que le diera por emular a su compañero. Elijan la versión que más les seduzca, porque en cualquiera de los casos no se le resta ni un gramo al pánico absoluto que debieron vivir aquellos hombres, atrapados en una noche cerrada, en medio del Atlántico, con el rugido de la selva resonando entre toneles, jarcias y timones.

“Todos los que había acudieron con las picas, espadas y toda clase de armas, y acosándole con muchas heridas le hicieron saltar al mar. Y para que el otro no hiciera otro tanto, le mataron en la jaula. El tercer tigre dice Benavides que le traen en la otra nave.”

Pedro Mártir de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, Libro VIII, Capítulo II

Partieron del puerto de la Veracruz, que fue en veinte días del mes de diciembre de mil e quinientos e veinte y dos años, y con buen viaje desembarcaron por la canal de Bahama. Y en el camino se le soltaron dos tigres de los tres que llevaban e hirieron a unos marineros, y acordaron de matar al que quedaba porque era muy bravo y no se podían valer con él, y fueron su viaje hasta la isla de la Tercera. […] E ya que iba con los dos navíos camino de España, no muy lejos de aquella isla topa con ellos Juan Florín, francés corsario, y toma el oro y navíos.

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de Nueva España


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Fuentes consultadas

Biblioteca Virtual Miguel de CervantesUNAM


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El café de la Historia

EL AUTOR

Fernando Muñiz

Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.

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