A continuación la biografía fragmentaria y la crónica médica de un soldado polaco del último tercio del siglo XVIII, conocido como Charles Domery (a veces Domerz). Su nombre aparece en los legajos sanitarios y en las anécdotas de la Marina, sobre todo por un apetito tan extremado que hoy su relato se menciona junto al caso más célebre y mejor documentado de la época: Tarrare. Los episodios que siguen se basan en testimonios contemporáneos e informes médicos compilados desde principios del siglo XIX; la documentación es escasa, a veces sensacionalista, y frecuentemente interpretada desde una curiosidad médica que no siempre fue científicamente riguroso.
Orígenes y primeros síntomas: hambre que se hereda y se exagera
Nacido en Benche —en la región que entonces se denominó República de las Dos Naciones— alrededor de 1778, Domery relató que la ingesta desmesurada le acompañó desde la adolescencia y que, según él, no era un fenómeno exclusivo: en su familia, dijo, varios hermanos compartían un apetito inusitado y su padre comía grandes cantidades de carne medio cruda. Estas declaraciones, tomadas con cautela, hicieron de Domery un sujeto “interesante” para médicos y oficiales, porque lo que él contaba coincidía con lo observado: no parecía estar enfermo en el sentido clásico —no había demencia manifiesta, la piel se describía tersa, el pulso era regular— y sin embargo el consumo era desmesurado.
Desde un punto de vista clínico moderno, la nota es doblemente inquietante: implica una anatomía funcional suficiente para procesar grandes volúmenes y, al mismo tiempo, una regulación del hambre evidentemente alterada. Las explicaciones propuestas por historiadores de la medicina van desde el hipertiroidismo hasta lesiones en núcleos cerebrales encargados de la saciedad; también hay que considerar condiciones infecciosas o parasitarias propias de la época que alteran metabolismo y conducta alimentaria. Ninguna de estas hipótesis puede confirmarse sin autopsia ni pruebas bioquímicas —y Domery, a diferencia de otros casos, no pasó por la mesa del anatomista en ningún registro que haya llegado intacto a nuestros días.
De prusiano a francés: el hambre como motivo de deserción
La guerra de la Primera Coalición colocó a Domery en línea de fuego y en contacto con la escasez de raciones. Sirvió en el ejército prusiano pero desertó ante la evidencia, según su propia versión, de que las raciones prusianas eran insuficientes: se rindió ante un destacamento francés en Thionville a cambio, simple y crudo, de comida. El detalle no es menor: la decisión ilustra que su apetito no era sólo anécdota pintoresca, sino fuerza motora de comportamientos con consecuencias reales —en este caso, un cambio de bando. En filas francesas ganó doble ración y buena voluntad, pero ni eso ni los pagos extra parecieron poner coto a la necesidad.
El menú siniestro: gatos, césped y la pierna del marinero
Entre las cifras más repetidas en las crónicas aparece la de 174 gatos devorados en un año, consumidos vivos o muertos según distintos testimonios; también se relatan ingestas de hierba a razón de casi dos kilos diarios cuando no había otra cosa disponible, y la predilección por carne cruda (el hígado de buey crudo figuraba entre sus favoritos). La verosimilitud de algunos detalles —especialmente los más estrambóticos— depende en buena medida de testimonios orales recogidos en interrogatorios, por lo que conviene tratarlos con corrección histórica: son plausibles en el contexto de guerra, pobreza y falta de escrúpulos alimentarios, pero no se poseen registros cuantitativos impecables.

El episodio que tiende a convertir la anécdota en leyenda ocurrió a bordo de la fragata francesa Hoche: tras un impacto de artillería que amputó la pierna de un marinero, Domery habría intentado hincar el diente en la extremidad antes de que sus compañeros se la arrancaran de las manos y la arrojaran por la borda. El testimonio procede de interrogatorios y memorias de la época; la imagen, además de repugnante, funciona como icono de un desajuste ético y corporal que en aquella mentalidad era casi una monstruosidad. Conviene, otra vez, distinguir entre lo registrado y lo empañado por la fascinación sensacionalista del relato.
Prisionero en Liverpool: el laboratorio humano y la curiosidad institucional
Cuando la Marina Real británica capturó el Hoche (captura atribuida a la escuadra del almirante Sir John Borlase Warren), Domery pasó a manos de prisioneros en un campamento cercano a Liverpool. Allí, su voracidad llamó la atención de guardias y médicos, y la comisión médica de la Armada —encargada del cuidado de marinos y prisioneros— decidió evaluar su capacidad con un experimento que hoy haría fruncir el ceño a cualquier comité de ética.
En septiembre de 1799, según el informe que se conserva en extractos, se le ofrecieron por turnos grandes cantidades de carne cruda, velas de sebo y cerveza porter, y se observó su tolerancia: devoró kilos de carne y velas sin vomitar y sin cambios clínicamente obvios en pulso o temperatura. El dato concreto de la fecha del experimento —17 de septiembre de 1799 según el registro citado— pone la escena en un calendario preciso en el que la curiosidad médica se mezcló con el asombro público.
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La descripción clínica es inquietante por su normalidad: pese a la ingesta, Domery no mostró fiebre, vómito ni alteración inmediata del pulso. Que el organismo aceptase tales cantidades durante horas sin la respuesta homeostática esperada impulsó explicaciones posteriores que iban desde la ampliación gástrica —como ocurrió en Tarrare, cuyo examen post mortem mostró un estómago desproporcionado— hasta alteraciones neurológicas del centro saciante. Pero, y esto es crucial, a diferencia de Tarrare, no existe constancia de una autopsia que explique el misterio orgánico de Domery; el caso quedó como observación clínica viva, no como patología descrita en frío.
El carácter, la conducta y la higiene moral de la época
Los médicos y oficiales que describieron a Domery insisten en rasgos que hoy suenan a nota de moralina ilustrada: inteligencia ordinaria, sin locura aparente, analfabeto pero capaz de mantener una conversación coherente; alta estatura (cerca de 1,91 m según el registro), pulso estable y músculos relativamente poco desarrollados. Los informes no detectaron cuadros mentales ni trastornos psicóticos, y muchos observadores quedaban más perplejos que horrorizados: el problema verdadero era que la biología le contradecía. En el marco mental del siglo XVIII, la falta de explicación científica alimentó tanto la compasión como la fascinación pública —y la tentación de exhibir a Domery como rareza.
Comparaciones inevitables: Tarrare y el catálogo de los “comedores ilimitados”
La historia médica de finales del XVIII y comienzos del XIX registra casos similares pero no idénticos: Tarrare, el francés que devoraba piedras, gatos y todo tipo de objetos, terminó siendo sometido a autopsia; su cuerpo mostró un esófago extraordinariamente ancho y un estómago deformado por úlceras y pus, hallazgos que explicaban al menos en parte su insaciabilidad. Domery, por contraste, nunca ofreció tal cierre post mortem, y por eso su relato queda en una penumbra donde la narrativa y la evidencia se disputan la autoridad. La comparación, más allá del morbo, resulta útil: Tarrare documentó una anatomía aberrante; Domery dejó testimonios en vida que obligan a los historiadores a subdividir explicaciones entre lo físico, lo neurológico y lo social.
Lo que la ciencia moderna susurra entre líneas
Sin autopsia ni pruebas bioquímicas es imposible sentenciar una causa. Las hipótesis válidas hoy incluyen —sin agotar la lista— hipertiroidismo (aun cuando en casos de hipertiroidismo grave suele aparecer pérdida ponderal notable), lesiones en áreas hipotalámicas encargadas de la saciedad, trastornos psiquiátricos del control de impulsos, o alteraciones metabólicas debidas a infecciones crónicas o parasitarias. Además, la desnutrición cíclica y el consumo de alimentos de baja calidad durante años pueden producir cambios adaptativos en el aparato digestivo que incrementan la tolerancia a volúmenes inusuales. Cualquier diagnóstico definitivo exige pruebas que la historia no proporcionó.
La lección práctica: hambre histórica, prensa y ética historiográfica
El caso de Domery ilustra dos verdades incómodas: la primera, que la curiosidad médica del pasado a menudo se alimentó de exhibicionismo y de publicaciones sensacionalistas; la segunda, que la historia y la medicina son malos amantes cuando faltan pruebas objetivas. Contar bien la historia de un hombre cuyo apetito rozó lo legendario exige equilibrio entre aceptar testimonios de época y no convertirlos en certezas científicas. En otras palabras: hay que narrar con rigor y, al mismo tiempo, con el mordisco irónico que pide el propio material.
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Fuentes consultadas
- Encyclopaedia Britannica. (s. f.). Diabetes mellitus. Encyclopaedia Britannica. https://www.britannica.com/science/diabetes-mellitus
- Algarabía. (2019, 18 de enero). El inusual apetito de Charles Domery. Algarabía. https://algarabia.com/el-inusual-apetito-de-charles-domery/
- MessyBeast. (s. f.). Friend or food: 18th & 19th century cat eaters. MessyBeast. https://messybeast.com/historic-cat-eaters.htm
- Amusing Planet. (2022, 19 de noviembre). Charles Domery, The Glutton. Amusing Planet. https://www.amusingplanet.com/2022/11/charles-domery-glutton.html
- Fadelcla. (2014, 30 de junio). Charles Domery, un hombre con hambre. Fadelcla Blog. https://fadelcla.blogspot.com/2014/06/charles-domery-un-hombre-con-hambre.html
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