En los muelles de Hong Kong de 1948 convivían el bochorno húmedo, el olor a combustible y los marineros que mataban las horas como podían. Entre ellos se movían gatos flacos como una sombra, criaturas que parecían haber malgastado casi todas sus vidas. Uno de ellos, de pelaje manchado en blanco y negro y mirada desafiante, acabaría ocupando un lugar insólito en la historia militar británica: sería el único felino condecorado con una medalla al valor.
Lo encontró un joven marinero de 17 años, George Hickinbottom, destinado en la fragata HMS Amethyst, anclada entonces en el puerto. El animal andaba husmeando entre cajas y redes, buscando algo que echarse al estómago, pero cuando vio al marinero decidió que aquella era la oportunidad de su vida. Hickinbottom, que tenía más corazón que obediencia a las normas, lo bautizó como Simon y lo subió al barco escondido en su petate. Estaba totalmente prohibido tener mascotas a bordo, pero la determinación del gato y la ternura del marinero terminaron por imponerse.
El recién llegado no tardó en adueñarse del Amethyst. En pocos días había convertido la bodega en su reino, las cocinas en su territorio de caza y el corazón de la tripulación en su posesión más preciada. El capitán Ian Griffiths, que al principio vio al felino como una molestia peluda, terminó aceptándolo por un motivo contundente: Simon redujo de golpe la invasión de ratas que llevaba semanas complicándoles la vida.
Como recompensa, el gato empezó a acumular pequeños privilegios que cualquier marinero habría firmado sin pensárselo. Dormía en la gorra del capitán, paseaba con soltura por camarotes y pasillos y recibía generosas raciones de sobras. El único límite impuesto era no deambular por la cubierta en plena maniobra, una norma que Simon respetaba a su manera, con esa mezcla de libertad y desdén tan propia del mundo felino.
Simon se hace al mar a bordo del HMS Amethyst
La fragata HMS Amethyst era una pieza más del engranaje naval británico destacado en China en los convulsos años finales de la guerra civil. No era un gigante blindado ni un símbolo de poder; era un barco trabajador, acostumbrado a patrullar ríos, escoltar convoyes y sostener una presencia firme en aguas que se volvían cada día más imprevisibles.
Todo eso le daba igual a Simon. Su vida transcurría entre siestas estratégicas, cazas en la oscuridad y pequeñas excursiones por el casco del barco. Su talento para cazar ratas se convirtió pronto en un alivio imprescindible para la tripulación, que veía cómo aquel minino hacía en una noche lo que trampas y venenos no conseguían en semanas. De mascota furtiva pasó a miembro de pleno derecho de la dotación, con un prestigio felino que pocos cuestionaban.

Cuando el capitán Griffiths fue relevado por el comandante Bernard Skinner, Simon mantuvo sus prerrogativas. Ni el nuevo mando ni el aumento de tensión política parecían afectar a su rutina. Para el gato, el Amethyst seguía siendo un laberinto fascinante de metal, hamacas y madrigueras perfectas para emboscar a cualquier roedor incauto.
El Incidente del Yangtsé: cuando el gato entra en la historia
En abril de 1949, la fragata recibió la orden de remontar el río Yangtsé para relevar a otro barco encargado de proteger la embajada británica. La misión parecía de trámite, pero la guerra entre comunistas y nacionalistas había alcanzado un punto crítico. La situación podía torcerse en cualquier momento, y lo hizo.
El 20 de abril, baterías comunistas apostadas en la orilla norte abrieron fuego sin previo aviso. En pocos minutos, el Amethyst quedó convertido en un blanco inmóvil. Varias explosiones hicieron mella en el casco, la artillería quedó casi inutilizada y el barco terminó encallado en un banco de arena. El comandante Skinner murió en el acto, junto a decenas de tripulantes. La fragata quedó atrapada y bajo el constante riesgo de un nuevo ataque.
El camarote del capitán, donde Simon solía dormir, recibió un impacto directo. La explosión dejó al gato con quemaduras, astillas clavadas y heridas que cualquier humano habría considerado letales. Lo encontraron entre restos chamuscados, apenas consciente. Fue trasladado a la enfermería, donde el personal sanitario hizo lo posible por mantenerlo con vida. Lo limpiaron, extrajeron metralla y vendaron sus heridas con la misma dedicación que si atendieran a un marinero más.
Pocos creían que sobreviviría. Más urgente que salvar a un gato era mantener la nave a flote, pero Simon, fiel a su costumbre de contradecir expectativas, decidió no rendirse todavía.
Un paciente improbable en la enfermería
Durante días permaneció inmóvil, envuelto en vendas y cicatrices. Cualquier veterinario sensato habría dado el caso por perdido, pero Simon empezó a recuperarse de maneras que nadie entendía bien. Primero comió un poco, luego dio unos pasos torpes. Después, contra todo pronóstico, comenzó a moverse con cierta normalidad. Mientras la tripulación seguía atrapada en el río bajo vigilancia china, el gato avanzaba en silencio por su propio camino hacia la recuperación.
El bloqueo del Amethyst se prolongó durante 101 días. Los intentos de liberarlo fracasaban, los suministros se agotaban y la moral se consumía entre negociaciones fallidas y noches de disparos aislados. Para colmo, las bodegas se convirtieron en un festín permanente para las ratas, que aparecían por cualquier rendija y atacaban sin pudor la comida y, ocasionalmente, los pies desprevenidos de algún marinero. Con Simon recuperándose, la plaga campaba a sus anchas.

El día en que el gato se levantó con firmeza y empezó a merodear de nuevo por los pasillos, muchos tripulantes sintieron una chispa de alivio que nadie habría sospechado. Su regreso a la actividad normal recordaba que aún quedaba un resquicio de esperanza.
Cazador de ratas, talismán y psicólogo improvisado
Cuando volvió a estar en forma, Simon retomó su labor con una intensidad que rozaba lo heroico. Las bodegas volvieron a ser un territorio incómodo para las ratas y la tripulación respiró, al fin, un poco de tranquilidad. Se decía que el gato cazaba varios roedores al día, lo que protegía los víveres, evitaba enfermedades y devolvía una sensación de control a los marineros.
Entre sus hazañas se cuenta la derrota de una rata especialmente grande y agresiva, bautizada con humor negro como “Mao Tse-tung”. Según quienes la presenciaron, aquel combate entre gato y roedor tuvo un aire épico, perfecto para alimentar anécdotas durante el resto del cautiverio.
Pero Simon no solo exterminaba ratas. Se convirtió también en una suerte de terapeuta con bigotes. Paseaba sin prisa entre camastros y camarotes, se dejaba acariciar por manos temblorosas y ofrecía compañía silenciosa a quienes luchaban por mantener la compostura en un ambiente tan tenso. Su sola presencia parecía insuflar ánimos cuando todo lo demás fallaba. Por eso muchos comenzaron a verlo como un amuleto viviente.
La fuga del Yangtsé y el final del cautiverio
Tras meses de negociaciones estériles y condiciones que hacían imposible la liberación del barco, el oficial al mando, John Kerans, decidió actuar por su cuenta. La noche del 30 de julio de 1949, la fragata soltó amarras y se dejó arrastrar río abajo con la corriente, envuelta en la oscuridad y en un silencio casi absoluto.
La estrategia incluía camuflarse tras un barco de pasajeros chino para confundir a los vigilantes. Fue una maniobra temeraria, casi suicida, pero funcionó. Tras horas de tensión, el Amethyst consiguió escapar de la zona más peligrosa y reunirse con un destructor británico. El mensaje de radio enviado tras la huida pasó a la historia, aunque el gato, por supuesto, no firmó nada.
Simon, ajeno a la diplomacia y a los riesgos asumidos, estaba a bordo, vivo y tan entero como la situación permitía. Había sobrevivido a explosiones, hambre y metralla, y seguía siendo uno más de la tripulación. Cuando la fragata emprendió su viaje de regreso hacia Hong Kong y, más tarde, hacia Reino Unido, el gato era ya una figura indispensable en la memoria de todos.
De gato de barco a celebridad nacional
La llegada del Amethyst a territorio británico convirtió a Simon en una sensación mediática. La prensa se quedó prendada de aquel gato que había sobrevivido a un ataque brutal, animado a la tripulación y mantenido a raya a la plaga de ratas. De la noche a la mañana empezaron a llegar cartas dirigidas al felino, tantas que hubo que asignar a un marinero la tarea de responderlas.
El reconocimiento oficial no tardó. Se le concedió la Medalla Dickin, otorgada a animales que demostraban un valor excepcional en tiempos de guerra. Hasta entonces la habían recibido perros, palomas y caballos, pero nunca un gato. Simon se convirtió en el primero y único de su especie en recibirla. Además, le otorgaron la medalla de campaña del Amethyst y un ascenso simbólico con título felino incluido.
La ironía es que a Simon no le hacía ninguna gracia la fama. Según contaban sus cuidadores, en cuanto veía a un fotógrafo buscaba refugio bajo la primera caja que encontraba. La gloria pública jamás le interesó: prefería la sombra de las bodegas.
Cuarentena, virus y un funeral multitudinario
Al llegar a Reino Unido, las normas sanitarias dictaron que Simon debía pasar una cuarentena obligatoria. Fue trasladado a un centro especial donde siguió recibiendo cartas y atenciones mientras se completaban los trámites. Pero el estrés acumulado y las heridas previas no perdonaron. Durante ese periodo contrajo una infección vírica que no logró superar. Murió el 28 de noviembre de 1949, pocos días antes de la ceremonia oficial en la que recibiría su medalla.
La noticia entristeció a gran parte del país. La organización que entregaba la medalla decidió organizar un funeral con honores en un cementerio de animales en Londres. Acudieron centenares de personas, incluidos muchos tripulantes del Amethyst. Sobre su pequeño ataúd ondeaba la bandera británica, un gesto sencillo que reconocía la importancia del animal en una historia que había marcado a toda una tripulación.
Lo que cuenta hoy la lápida de Simon
Su tumba aún puede visitarse hoy. La inscripción, sobria y directa, resume su vida: sirvió en la fragata entre 1948 y 1949, recibió una medalla por su valentía y murió tras regresar a su país. En una línea final se señala que su comportamiento durante el Incidente del Yangtsé fue “de primer orden”, una frase que quizá se queda corta para un gato callejero que acabó convertido en símbolo inesperado de resistencia y camaradería.
Porque, al final, Simon no era un héroe en el sentido militar clásico. No tomó decisiones, no negoció con oficiales chinos ni manejó armamentos. Fue, sencillamente, un gato que hizo lo que mejor sabía hacer: sobrevivir, acompañar y cazar ratas. Y en esa sencillez radicó su grandeza, la misma que hizo que toda una tripulación, en mitad de una guerra absurda, encontrara consuelo en un pequeño felino lleno de cicatrices y carácter.
Vídeo: “The Moving Story of SIMON the WAR HERO CAT”
Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Simon (gato). Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Simon_%28gato%29
- Web Master. (2015, 1 de octubre). Simon, el gato del barco Amethyst. Gatos y Respeto. https://gatosyrespeto.org/2015/10/01/simon-el-gato-del-barco-amethyst/
- Le Cerf V, P. (2020, 11 de agosto). De la Calle a Héroe Nacional. La Historia de Simon y el Incidente del Yangtsé (1949). Historia En Perspectiva. https://historiaenperspectiva.cl/simon-gato-heroe-incidente-yangtse/
- Muñiz, F. (2025, 17 de noviembre). Medalla Dickin: la historia de los animales condecorados. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/medalla-dickin-historia-animales-condecorados/
- Sanz, J. (2019, 8 de abril). Simon, el héroe del Yangtsé. Historias de la Historia. https://historiasdelahistoria.com/2019/04/08/simon-el-heroe-del-yangtse
- People’s Dispensary for Sick Animals. (s. f.). PDSA Dickin Medal for Simon the cat. PDSA. https://www.pdsa.org.uk/what-we-do/animal-awards-programme/pdsa-dickin-medal/simon
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






