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La expedición Kon Tiki: la increíble balsa que cruzó el Pacífico

Hay quien, al oír a la comunidad científica decir “eso es imposible”, baja la cabeza y pasa página. Y luego estaba Thor Heyerdahl: un noruego que pidió dinero prestado, juntó a cinco compañeros de lo más variopinto, añadió un loro a la ecuación y se lanzó al Pacífico sobre una balsa hecha con troncos recién cortados. Tan sensato como lanzarse al vacío con un paraguas.

En 1947, decidido a demostrar que antiguos pueblos de la costa peruana pudieron alcanzar la Polinesia en tiempos precolombinos, Heyerdahl optó por hacerlo como imaginaba que lo habrían hecho ellos: sin motores, sin modernidades y sin un ápice de prudencia. Se subió a la Kon-Tiki, una balsa confeccionada con troncos de balsa y amarrada únicamente con cuerdas de fibra natural. Con ella recorrió casi siete mil kilómetros durante ciento un días, desde las aguas peruanas hasta el remoto atolón de Raroia, en el archipiélago de las Tuamotu.

Hasta aquí, la historia sorprende. Pero el detalle que la coloca en el territorio de la ironía suprema es otro: Heyerdahl, ese mismo que se embarcó hacia el corazón del Pacífico, no sabía nadar y arrastraba desde niño un miedo cerval al agua, fruto de varios sustos en ríos y lagos. Una paradoja tan grande como el océano que pretendía atravesar.

Un noruego con fobia al agua y fijación por las migraciones

Thor Heyerdahl nació en la localidad noruega de Larvik en 1914. Estudió zoología, botánica y geografía, y acabó inclinándose por la etnografía, disciplina que mezcla mapas, pueblos remotos y una inclinación natural a buscarse problemas lejos de las comodidades de casa.

Desde temprana edad le rondaba una pregunta: quiénes eran realmente los antepasados de los habitantes de las islas del Pacífico. La mayoría de especialistas defendía con firmeza que aquellos pueblos procedían de Asia y que habían avanzado por el océano desde el oeste. Heyerdahl, en cambio, se plantó frente a un mapa, observó la costa americana reflejada en el espejo del Pacífico y se atrevió a pensar lo impensable: quizá algunos llegaron desde el este.

Sus años de convivencia en la Polinesia y sus estancias en Sudamérica reforzaron aquella intuición. Veía paralelismos llamativos entre mitos, nombres de divinidades solares y rasgos culturales. Prestó especial atención a Viracocha, una antigua figura divina andina cuyo nombre primitivo, según ciertas interpretaciones de la época, habría sido Kon-Tiki. De ahí derivaría, con un guiño evidente a su teoría, el nombre de la balsa.

El mundo académico recibió su hipótesis con moderada paciencia y abundante escepticismo. Sostuvieron que cruzar el Pacífico en una balsa de troncos era una quimera. Que la estructura se vendría abajo, que los troncos se empaparían como esponjas, que las cuerdas no resistirían. Visto así, el experimento encajaba más en una novela de aventuras que en un debate científico. Pero Heyerdahl no se dejó intimidar: decidió construir la balsa, subirse a ella y demostrarlo por las malas.

La teoría de Kon-Tiki: un desafío a la narrativa dominante

La esencia de su planteamiento era sencilla y, a la vez, provocadora: pueblos preincaicos de la costa del actual Perú podrían haber alcanzado las islas de la Polinesia siguiendo las grandes corrientes marinas y los vientos del Pacífico. No negaba el origen asiático de los polinesios, ampliamente respaldado por la lingüística, la arqueología y la genética. Lo que proponía era la posibilidad de contactos transoceánicos desde América del Sur que, aunque ocasionales, dejaran huellas culturales.

expedición Kon Tiki

Los especialistas se mantuvieron firmes en sus objeciones. Para la mayoría, la teoría de Heyerdahl era una historia atractiva envuelta en un ropaje científico insuficiente. Algunos, además, criticaron que su visión podía interpretarse como una lectura eurocentrista del pasado, al imaginar la llegada temprana de pueblos andinos, representados a veces como “blancos y barbudos”, a tierras habitadas por polinesios mucho antes de la expansión austronesia.

Curiosamente, los estudios genéticos realizados décadas después han identificado rastros de contacto preeuropeo entre pueblos polinesios y ciertos grupos nativos americanos, especialmente en torno a la zona de Rapa Nui. Nada parecido a la migración masiva soñada por Heyerdahl, pero sí un indicio de que el Pacífico fue escenario de encuentros más complejos de lo que se pensaba.

Cómo se construyó la Kon-Tiki: precisión artesanal en plena era moderna

Antes de hablar de océanos, había que resolver algo más rutinario: construir la balsa. Y no una cualquiera, sino una que imitara fielmente a las utilizadas por antiguos navegantes andinos. Nada de tornillos, nada de planchas metálicas, nada de resinas modernas. Solo troncos, cuerdas y determinación.

Con ayuda del gobierno peruano, Heyerdahl accedió a un pequeño astillero en la zona de Callao. Allí, tras obtener troncos de balsa procedentes de los bosques ecuatorianos y trasladarlos por río, se dio inicio a la construcción. El diseño seguía descripciones de cronistas españoles sobre las balsas indígenas: nueve gigantescos troncos de balsa, dispuestos en paralelo, sujetos con gruesas cuerdas de fibra vegetal y reforzados lateralmente con troncos más cortos. Entre ellos se insertaron tablones que actuaban como derivas para mejorar la navegabilidad.

expedición Kon Tiki

Sobre aquella plataforma flotante se instaló una cabaña de bambú que hacía las veces de casa, refugio y espacio de trabajo. Detrás, un timón descomunal, una suerte de remo gigantesco, permitía orientar la balsa a golpe de paciencia. La vela, cuadrada y tensada entre un mástil en forma de A, lucía el rostro estilizado del dios Kon-Tiki, dibujado por el propio navegante del grupo, Erik Hesselberg.

La advertencia de los expertos fue unánime: aquello no sobreviviría ni un mes. Las cuerdas se desharían, los troncos absorberían agua hasta hundirse y la estructura se desintegraría en pleno océano. Heyerdahl tomó buena nota, aseguró nudos, revisó amarres y siguió adelante.

Seis hombres, un loro y la nada azul por delante

La tripulación reunida para esta aventura tenía más de novela que de equipo técnico: Heyerdahl encabezándola; Hesselberg como navegante; Bengt Danielsson, sociólogo sueco convertido en intendente; los operadores de radio Knut Haugland y Torstein Raaby, veteranos de la guerra; y el ingeniero Herman Watzinger, encargado de las mediciones y seguimiento técnico. Como broche, un loro simpático llamado Lorita, que desaparecería en mitad del océano tras una mala combinación de ola y despiste.

La Kon-Tiki zarpó de Callao el 28 de abril de 1947, remolcada unos kilómetros para alejarla del tráfico marítimo. A partir de ahí, todo dependía del viento, de la corriente de Humboldt y de la serenidad colectiva. El agua dulce viajaba en viejos bidones y en cañas de bambú, como ensayo práctico de técnicas precolombinas. Además, cargaron alimentos básicos como cocos y boniatos junto a raciones militares modernas, cortesía de un ejército interesado en poner a prueba su comida en condiciones extremas.

La pesca completaba el menú. A veces los peces voladores caían sobre la cubierta sin invitación, y más de un tiburón rondó la balsa con sospechosa insistencia. La vida a bordo mezclaba momentos de calma contemplativa con otros en los que el océano parecía empeñado en desmontar aquella obra artesanal.

Ciento un días de balsa, tormentas y paciencia oceánica

La travesía no fue un idilio tropical. El Pacífico, pese a su nombre melodioso, alterna largas pausas de serenidad con arranques de furia que parecerían sacados de un relato mitológico. Durante semanas, la Kon-Tiki avanzó a una velocidad lenta pero constante, apenas un nudo y medio. Pero cada metro importaba.

En algunas noches, enormes olas, las célebres “tres hermanas” descritas por Heyerdahl, golpearon la balsa con tal fuerza que parecieron anunciar el final. Sin embargo, los troncos aguantaron, las cuerdas se clavaron más en la madera y la estructura resistió con sorprendente dignidad.

El 30 de julio avistaron la isla de Puka-Puka. Más tarde llegarían a Angatau, aunque el mar embravecido impidió el desembarco. Finalmente, el 7 de agosto, tras más de tres meses de navegación, la Kon-Tiki quedó varada contra un arrecife del atolón de Raroia. La balsa estaba destrozada, pero el objetivo, increíblemente, había sido cumplido.

Los seis hombres, agotados, salieron indemnes. No sin haber rozado varias veces la posibilidad de convertirse en una leyenda trágica.

El explorador que temía al agua: la gran ironía de la Kon-Tiki

Puestas todas las piezas sobre la mesa, la paradoja es casi humorística. Un hombre que de niño acumuló sustos acuáticos, que arrastró toda su vida un miedo más que razonable al agua, que ni siquiera dominaba la natación al cien por cien, decidió cruzar el mayor océano de la Tierra en una balsa primitiva. Un ejercicio de valentía, obstinación y, por qué no, una pizca de insensatez lúcida.

Heyerdahl confesó que en varios momentos sintió auténtico terror. No era un héroe temerario, sino alguien que, pese al miedo, prefirió enfrentarse al océano antes que resignarse al escepticismo ajeno. Quizá ahí reside gran parte del magnetismo de su historia.

Lo que demostró la Kon-Tiki… y lo que nunca llegó a probar

La hazaña de 1947 probó una cuestión muy concreta: una balsa construida con técnicas precolombinas podía cruzar el Pacífico impulsada por corrientes y vientos. Nada más. No demostró el origen sudamericano de los polinesios, ni contradijo la sólida evidencia que apunta al origen asiático de estos pueblos.

Lo que sí logró fue abrir una grieta en el pensamiento rígido de la época. Si un grupo de europeos, sin experiencia en navegación ancestral, pudo hacerlo en una réplica, ¿qué impide imaginar contactos esporádicos en tiempos remotos? El consenso actual sostiene que, de existir tales contactos, fueron puntuales y no alteraron el gran proceso migratorio austronesio. Pero Kon-Tiki mostró que lo que parecía imposible quizá no lo era tanto.

Además, su expedición alimentó el interés por la arqueología experimental, esa disciplina que se atreve a probar, en carne y hueso, si una tecnología antigua funciona realmente.

Las herederas de Kon-Tiki: Tangaroa, Kon-Tiki2 y otras aventuras testarudas

El ejemplo de Heyerdahl prendió como yesca. Desde entonces, varias expediciones han intentado repetir o mejorar su ruta. La Tangaroa, en 2006, logró llegar a la Polinesia desde Perú con una balsa mejorada que utilizaba con más precisión las derivas tradicionales. Incluso consiguió acortar el viaje en casi un mes respecto a la Kon-Tiki original.

Más tarde, el proyecto Kon-Tiki2 dio un paso más: construir dos balsas y navegar hasta la Isla de Pascua para intentar regresar después al continente. Alcanzaron su destino, pero el intento de retorno, más ambicioso aún, terminó en rescate tras verse atrapados por malas condiciones meteorológicas durante más de cien días.

Ninguna de estas expediciones ha cambiado la narrativa científica principal, pero todas han reforzado una idea poderosa: el conocimiento marítimo de las civilizaciones antiguas era mucho más sofisticado de lo que se había imaginado.

De la balsa al mito: del papel al cine y al museo

Kon-Tiki no solo fue una expedición, sino un fenómeno cultural. El libro que Heyerdahl publicó en 1948 se convirtió rápidamente en un éxito internacional y acercó la historia a millones de lectores. Poco después se estrenó un documental rodado durante el viaje, que terminó ganando un premio cinematográfico de primer nivel en 1951.

La balsa original, rescatada del atolón, se exhibe hoy en un museo de Oslo dedicado a conservar el espíritu aventurero de aquel experimento. Con el tiempo, la historia ha inspirado películas, novelas y guiños en la cultura popular, hasta convertirse en un símbolo de la tenacidad humana.

Un noruego, una balsa y un océano: cuando la testarudez es combustible suficiente

La imagen perdura: un hombre que no sabía nadar bien se subió a una balsa hecha de troncos, tensó las cuerdas como si la vida le fuera en ello, estampó el rostro de un dios andino en la vela y se lanzó al océano más vasto del planeta. Ciento un días después, había cruzado el Pacífico.

Su teoría resultó mucho más frágil que su balsa, pero su viaje quedó grabado como una demostración inapelable de hasta dónde puede llevar la determinación humana. Y también como un recordatorio casi poético: seis hombres y un loro, a merced del mar, demostraron que discutir al mundo a lo grande, aunque suene disparatado, a veces funciona.

Vídeo: “The Kon-Tiki Expedition (1947) – Full Documentary”

Fuentes consultadas

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