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Elena Ceaușescu: la científica de cartón piedra que el régimen vistió de gala

El ascenso improbable: de los cursos nocturnos a la Academia nacional

Se dirá que la historia de Elena Ceaușescu es, ante todo, un manual de cómo convertir la propaganda en currículo. Hija de una familia campesina y con una formación académica limitada, Elena pasó de hacer cursos nocturnos de química a figurar —con pompa y boato— como doctora, profesora honoris causa y miembro destacado de instituciones científicas nacionales e internacionales. Esa metamorfosis no fue obra del método científico sino del aparato de Estado: cargos, condecoraciones y títulos que obedecían más a exigencias diplomáticas y propagandísticas que a méritos reales.

La pátina académica: artículos, patentes y nombres que no escribieron ella

En los años setenta y ochenta comenzaron a aparecer en los libros y revistas científicas trabajos firmados por “E. Ceaușescu”. Muchos de esos trabajos versaban sobre química de polímeros, un campo técnico y específico que, según colegas y estudios posteriores, Elena apenas comprendía. La práctica habitual consistía en que especialistas rumanos —sometidos por la coacción o incentivados convenientemente— redactaban artículos y patentes y añadían su nombre. Algunos documentos públicos listan coautorías múltiples en las que su firma figura como una investigadora más.

Un ejemplo concreto: existe al menos una obra citada —sobre la polimerización del isopreno— donde la lista de autores incluye a “E. Ceaușescu” junto a químicos de reconocido prestigio en Rumanía; sin embargo, la investigación y la redacción corresponden a otros nombres. La presencia de su firma funciona aquí como un impuesto sobre la ciencia: sin ella, ciertos proyectos no veían la luz o no alcanzaban apoyo institucional.

Honores comprados y diplomacia académica

Cuando el protocolo internacional se mezcló con la diplomacia, surgieron escenas dignas de comedia negra: algunas universidades y sociedades científicas británicas y occidentales se vieron sometidas a presiones para condecorar a Elena durante visitas de Estado. Instituciones como la desaparecida Royal Institute of Chemistry (antecesora de la Royal Society of Chemistry) y la Polytechnic of Central London (hoy University of Westminster) ofrecieron reconocimientos que hoy podemos calificar como “regalos diplomáticos”, no distinciones merecidas. No todas las instituciones cedieron, pero las que accedieron, contribuyeron a legitimar una imagen científica ficticia e irreal.

El coste real: citaciones, persistencias y una limpieza pendiente

El problema no fue solamente la farsa: fue la persistencia de esa pátina en el tiempo. Decenas de trabajos firmados con su nombre siguieron apareciendo citados décadas después de su muerte, y en 2021 un colectivo de investigadores rumanos pidió a editoriales y sociedades científicas que eliminaran o corrigieran su autoría en casi dos decenas de publicaciones que consideran fraudulentas. No se trata ya de ajustar el pasado por trivialidad histórica, sino de sanear las referencias académicas que siguen influenciando la ciencia actual.

Elena Ceausescu

Esta petición puso de manifiesto un problema estructural: la ciencia tampoco es inmune a la corrupción institucional. En Rumanía, denuncias contemporáneas sobre plagio y títulos comprados han mostrado que las prácticas que encumbraron a Elena no fueron un accidente aislado, sino un síntoma de tolerancias académicas que tardan en erradicarse prolongándose, en algunos casos, hasta nuestros días.

Anécdotas y comparaciones: cuando la realidad parecía una farsa

Quien observe los decretos, los retratos y las recepciones oficiales verá una puesta en escena que recuerda a esos cuadros donde la iconografía sustituye al individuo: Elena con toga de académica, medallas en el pecho y postales oficiales que la presentan como autoridad científica. Para entenderlo con una comparación práctica: era como si hoy una política que no ha pisado en su vida una facultad de medicina apareciera en la portada de revistas especializadas y firmara artículos clínicos; la diferencia es que entonces el aparato estatal cerraba filas y convertía esa ficción en política de Estado.

Juicio y huella final

El desenlace político fue dramático y conocido: la caída del régimen llevó al juicio sumarísimo de Nicolae y Elena Ceaușescu y a su ejecución en diciembre de 1989. La cuestión científica, sin embargo, no se evaporó con ellos: la limpieza de la literatura, la revocación simbólica de honores y la corrección de las citaciones son debates académicos y éticos que han reaparecido con fuerza en el siglo XXI. Hay, pues, dos legados: el político, resuelto con violencia, y el académico, que exige correcciones, responsabilidades y la humildad y la claridad de admitir que la ciencia puede contaminarse cuando el poder la instrumentaliza.



Fuentes:

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